Salvador Gabarró, expresidente de Gas Natural Fenosa / CG

Salvador Gabarró, expresidente de Gas Natural Fenosa / CG

Business

Salvador Gabarró, la honda despedida de una estirpe

El presidente fallecido de Gas Natural se echó a la espalda de manera discreta la reconstrucción de uno de los proyectos empresariales más exitosos de España

17 marzo, 2017 12:52

Salvador Gabarró asumió el vínculo estratégico cuando menos lo aparentaba. Fue en 2008, la absorción de Unión Fenosa por parte de Gas Natural, a través de una operación valorada en 16.700 millones de euros. Fenosa era la pieza sobre el tablero, la de los Julian Trincado, Victoriano Reynoso y Honorato López Isla, la eléctrica del marquesado de Fenosa que desplegó una gran influencia sobre Unesa, la patronal del sector. El microcosmos financiero había descontado la ascensión de Gabarró a la presidencia de Gas Natural Fenosa, como fórmula exitosa de mantenimiento en un cargo, que desprendía la dificultad añadida de sustituir al mítico Pere Duran Farell, el líder que abrió el camino del mercado del gas natural gracias al gasoducto del Magreb y a las compras estratégicas pactadas con la empresa nacional argelina, Sonatrac. Gabarró adoptó su clásico papel de hombre práctico, de gestor sin alharacas, pero la hizo gorda para mayor gloria de quienes le habían encajado en el cargo, Isidro Fainé y Antoni Brufau.

Él se mantuvo lejos de la tienda de Mohamar El Gadafi y de los cuarteles de invierno argelinos de líderes como Ben Bella o Bumedian. Este honor de pionero le había correspondido a Duran en el último tramo del siglo pasado, cuando se cerraron los grandes contratos de suministro take or pay. Gabarró se mimetizó con habilidad en la discreción, pero sus despertares solían acabar con redobles antológicos. Gas Natural estaba en la encrucijada de crecer o morir después de su intento de fusión con Endesa que se encargó de frustrar Manuel Pizarro, letrado público y agente de cambio, instalado en el puente de mando invisible de José María Aznar. Fue un choque de trenes sin solución de continuidad, que requería curar las heridas y volver a empezar.

El gallo de pelea de los consejos de administración

Minuciosa y concienzudamente, Gabarró tomo el control estratégico de la compañía más exitosa que se había creado en la España actual, gracias a la fusión entre las antiguas Catalana de Gas y Gas Madrid, arrebatadas ambas del regazo de Repsol en la etapa de Oscar Fanjul, el fino petrolero jacobino de Felipe González. La fundación de Gas Natural le costó muchas horas de bonsái a Duran en su jardín-minarete del Maresme, situado sobre el mismo mar de todos los inviernos. Allí, muy cerca del cementerio marino (Synera) de Arenys que inspiró a Espriu sin desdibujar a Verlaine, se había fraguado la creación de un proyecto singular que Gabarró se echaría a la espalda como el que no quiere la cosa. Ante el público, hablaba despacio sin florituras; parecía un comparsa más que un chairman, pero cuando se sentaba en la mesa de un consejo de administración desplegaba el colorido de un gallo de pelea armado con poderosos espolones.

Fue un hombre ligero de equipaje; traje gris, pijama y gabardina color hueso, la de los viajeros silenciosos. Nunca llevó nada pesado en la maleta salvo sus papeles, un neceser y  un par de comics para despejar entre ida y vuelta, entre jumbo y jet. “Este hombre solo lee tebeos para tener la cabeza clara a la hora de las decisiones", rumoreaban en  el Círculo de Economía en la etapa en la que presidió el influyente foro de opinión, sin cansar a nadie ni perseguir el aplauso fácil.

El gerente de hierro

No solía anteponerse al balance de su empresa. Lo hizo solo una vez, el año pasado. Fue cuando, en el curso de una presentación, anunció su vacante en la presidencia de Gas Natural Fenosa, que ahora desempeña Isidro Fainé. Donde le honran con el recuerdo es en Roca Radiadores, la empresa que le hizo saltar de ingeniero a gestor y a la que consagró sus mejores años a partir de 1974. Fue el gerente de hierro, el gestor alejado del ruido endogámico de una empresa familiar en liza entre sus gentes. Gabarró lanzó al planeta la compañía que fabrica y exporta excusados inteligentes por todo el planeta, un remolino escatológico laminado por turbinas. Situó a Roca lejos de los abismos autodestructivos del palé en que suelen embarcarse los accionistas de grandes plusvalías tácitas y escaso bagaje para el core business.

Salió de Roca con la jubilación ganada y los 65 años cumplidos. Y aconteció su último despegue inesperado a partir del día en que le llamó Josep Vilarasau para ofrecerle un puesto en el consejo de administración de La Caixa. En la planta noble de las torres negras de Diagonal, Gabarró se sentó tantas veces al lado de Jordi Mercader, ex presidente de Agbar, que nadie podría desligar el sigilo de la inteligencia emocional que ambos desplegaban ante los gestores del conglomerado motriz de la Cataluña actual.

Un catalanista nada soberanista

Descontó siempre su catalanismo sentimental y hondo, pero desvió la mirada casi siempre que se le hablaba de soberanismo. Gabarró ha pertenecido a una estirpe. Hoy, la gente del mundo de la economía despide al amigo que supo ser  centelleante sin ofrecer el brillo que deslumbra. Afiló su perfil astuto al apuntarse al bombardeo de la alta Diagonal, allí donde germinó Caixaholding, el grupo industrial que dejó muy atrás a la antigua Corporación Banesto de los marqueses, a la Alba de los March y al mismo entorno del BBVA, engarzado entre Neguri y Puerta de Hierro.

Tuvo a gala la expresividad cercana y nunca se apartó de un discurso minimalista “hago y sigo”, que haría la delicias de Bauman el de la sociedad liquida. El depósito de valor que no pasó desapercibido a sus coetáneos, una vanguardia que le quiso tener en la Cámara de Comercio, en el resurgir de Fira Barcelona y en todas las operaciones del modelo público-privado que han funcionado.