Se acerca el día de Sant Jordi y todos los escritores catalanes se preparan para dedicar sus libros a sus lectores. ¿Todos? No exactamente. Véase el caso de mi amigo Albert Soler, cuya última recopilación de artículos, El regreso del Vivales, parece haber entrado en una lista negra de las librerías de su Girona natal: pese a los esfuerzos de su editor, Luis Campo Vidal, ni una de ellas ha tenido el detalle de invitarle a firmar ejemplares en fecha tan señalada. Evidentemente, ninguno de los libreros reconoce el auténtico motivo del desplante (Puigdemont podría enfadarse, no olvidemos que ya le ha puesto a Albert una querella en defensa de su honor, que valora en un euro, una cantidad a todas luces desmesurada), escudándose en cuestiones de agenda: parece que lo tienen todo lleno para Sant Jordi.

Llámenme megalómano y narcisista, pero esta nueva muestra de omertá a la catalana me ha recordado a cuando publiqué, hace ya 11 años y con una editorial de Madrid, El manicomio catalán, personal reflexión sobre el nacionalismo local en indisimulado tono de chufla que no sentó muy bien al régimen, tal vez porque era el primer texto que se negaba a tomárselo en serio (sigo en las mismas tras comprobar que no hay nada como el humor y el pitorreo para cabrear a los fanáticos, algo que Albert también descubrió hace años).

Mi libro salió, pero fue como si no hubiese salido: silencio casi absoluto por parte de los diarios de Barcelona (con la excepción de La Vanguardia, donde se coló un artículo de Francesc de Carreras que cabreó a más de un conspicuo miembro de la redacción), ni una llamada de TV3 o Catalunya Ràdio, ni una reseña en El País, donde me había tirado colaborando más de 10 años (aunque recibí una llamada de Lluís Bassets, de un cinismo entrañable, para decirme: "A Xavier Vidal-Folch y a mí nos ha gustado mucho… Eso sí, ¡no esperes nada de nosotros!"). Más atención recibí de los medios de comunicación de la derechona, con la intención de barrer para casa, pero me temo que no se quedaron muy satisfechos tras entrevistarme y comprobar que yo no era mucho del PP.

La reacción de los libreros fue variopinta. Unos lo colocaron normalmente entre las novedades, otros lo escondieron convenientemente y si alguien se lo pedía, lo sacaban de su escondrijo, que tampoco estaban para perder una venta (aún recuerdo la llamada de Alfonso de Vilallonga para contarme que había comprado un par de ejemplares en una librería y que se los sacaron de debajo del mostrador. "Enhorabuena", me dijo, "Ya eres como los de Ruedo Ibérico"), y los de más allá, directamente, le decían al comercial de turno que se llevara esa basura anticatalana que intentaba endilgarles. Afortunadamente, funcionó el boca-oreja y llegamos a la cuarta edición, pero si llega a ser por la prensa (no solo la del régimen, sino también la presuntamente progresista, que igual pensaba que lo mío creaba alarma social) y las librerías, no hubiésemos vendido ni un ejemplar.

Once años después, seguimos en las mismas y persistimos en ese hecho diferencial tan nuestro que consiste en decirle a un autor que no existe y que su libro nunca se publicó. Esa es la impresión que algunos lectores pueden llevarse cuando determinados libros no se ven en las librerías ni son reseñados en ningún diario. Y Albert y yo no somos los únicos que hemos recibido este tratamiento. ¿Alguien ha visto en Barcelona, bien expuesto, el último texto de Arcadi Espada, Vida de Arcadio? La novela de Jordi Ibáñez Fanés Infierno, paraíso, purgatorio (2021), una sátira despiadada del pujolismo y del procesismo, fue recibida también con un silencio sepulcral (recuerdo una reseña positiva en El País y poca cosa más).

Y en todos los casos parece que se haya puesto en marcha una campaña de invisibilización a la que se apunta casi todo el mundo, aunque, eso sí, siempre con discreción jesuítica, sin reconocer las cosas claramente, para que, si te quejas, se te pueda acusar de paranoico con manía persecutoria: sí, te persiguen de verdad, pero a ver cómo lo demuestras cuando todos te apuñalan con una sonrisa en los labios y la insinuación de que sobrevaloras tu importancia…

Albert Soler no firmará en Girona ejemplares de El regreso del Vivales porque ese libro molesta a los lazis y estos harán todo lo posible por aparentar que nunca se ha publicado. A mí me hicieron la puñeta en el 2013. A Albert, en el 2024. Pasa el tiempo y la igualdad de oportunidades para todos los autores catalanes sigue sin llegar, aunque el procesismo vaya de capa caída, pese a la respiración asistida que le ha aplicado Pedro Sánchez por la cuenta que le trae. Los perros guardianes del lazismo siguen montando guardia, dispuestos a morder a disidentes y desafectos. Menos mal que Barcelona no es Girona y Albert podrá dedicar sus libros (y puede que llevarse algún chorreo), pero que uno no pueda dejarse ver por su ciudad el día de Sant Jordi, como si pudiera alterar la paz social, es de juzgado de guardia: el régimen morirá matando.