Mucha gente se pregunta de dónde ha sacado Carles Puigdemont a la segunda de a bordo de su lista electoral, la inefable Anna Navarro Descals (Olot, 1968), quien utiliza el nombre artístico de Anna N. Schlegel, apellido de su marido alemán y padre de sus cuatro hijos.

Yo diría que Puchi, que es de natural gañán, se ha quedado fascinado ante una ejecutiva catalana del sector tecnológico que lleva más de 30 años en Estados Unidos y la ha fichado por su glamur, su rubia melena y puede que también por sus mejores tuits, firmados con el bonito alias de Anna Papallona. Y que le ha pasado algo parecido al del meme que encarga un producto por internet con una muy buena pinta que se desvanece cuando le llega por cierta compañía de mensajería. Supongo que también le llegó al alma que su Anna, cuando le preguntan en los USA de dónde es, diga, para evitar pronunciar la palabra España, que de un lugar situado por debajo de Francia.

Nada más ponerse a hablar, la señora Schlegel la ha cagado, con perdón, a lo grande. Primero mostraba ciertos problemas para encontrar la palabra adecuada en catalán. Luego se lanzó a hacer declaraciones que no han sentado muy bien a los pobretones de Cataluña: que si nos quejamos de vicio porque disponemos de seguridad social y nuestras universidades (las más caras de España) son baratísimas; que si Cataluña es un país ideal porque la gente puede irse a la montaña y a la playa cuando quiere (actividades que, como todo el mundo sabe, están estrictamente prohibidas en el resto de España y parte del extranjero); que si ha sido entrevistada por entre 1.000 y 2.000 periodistas en los últimos 10 años; que si quiere mucho a su asistenta mexicana, Olivia, que es un hacha sirviéndole el desayuno en su casa de San Francisco… Y así sucesivamente, hasta el punto de que ya ha conseguido cabrear a mucha gente que la encuentra clasista, pija y dada a soltar vacuidades. Lo dicho: las diferencias entre lo que pides por internet y lo que te llega.

Hay que reconocer que su currículo da el pego: estudios universitarios en Barcelona y Berlín, cargos de importancia en Estados Unidos (aunque hay quien dice que no de tanta importancia, que la mujer tiene tendencia a inflar un poquito sus logros), un libro publicado en inglés en 2017, Truly global (Realmente global), sobre triunfos empresariales en una economía globalizada, considerada en 2020 como una de las 10 mujeres más relevantes del mundo tecnológico por la revista Analytics Insight y, last but not least, ganadora del premio al Garrotxí de l’any en 2021 (esto, sin duda, debió llegarle al alma a Cocomocho).

Viendo todo esto, nuestro garrulo del maletero debió pensar que la buena mujer iba a aportar a su candidatura un tronío del que carecía la de su némesis oficial, el beato Junqueras (aunque por la persona interpuesta del Petitó de Pineda), al que aspiraría a dejar de pasta de boniato. En teoría, la chica de Olot lo tenía todo: lista, rubia, triunfadora en los States (más o menos), garrotxina de l’any y sumamente cebolluda, como demuestra su alter ego Anna Papallona. ¿Qué podía salir mal?

Pues yo diría que todo, pues cada vez que dice algo consigue enervar a parte de su electorado con sus pijadas, sus perogrulladas patrióticas, sus comentarios de ricachona que considera que los pobres se quejan por quejarse y su visión paradisíaca de una Cataluña que contempla con orgullo desde California (mientras su fiel Olivia le sirve el desayuno). La pobre da la impresión de que no sabe cómo funciona la política en Cataluña y, casi, que no sabe cómo funciona Cataluña, a secas. Y ahora, debería preguntarse Puchi, ¿cómo lo hago para que la mensajera se la lleve?

Aquí el único que sale ganando es Josep Rull, número tres de la lista de Cocomocho: entre que el número dos lo ostenta una indocumentada y que el número uno igual no puede aparecer por aquí porque lo detiene la policía, yo creo que el hombre ya se ve ejerciendo de califa en el lugar del califa. Otra cosa es que el califato llegue a proclamarse, pero, como dicen los americanos, ya cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él.

De momento, entre el que no está y la que está, pero mejor que no estuviera, Rull tiene todo el derecho del mundo a hacerse ilusiones. Y como dijo Cruyff: “Ganar, ganar, no sé si ganaremos, pero tenemos ilusión y el ilusión es lo más bonito del mundo”.