Ninguno de los actores políticos independentistas que ha habido en todo este procés pueden liderar lo que debe ser realmente el movimiento independentista. Esta no es una afirmación mía, es de la que fue diputada de Junts, Cristina Casol, en una entrevista realizada por nuestra compañera Noelia Carceller. Pero, esta afirmación es compartida por muchos.

Las elecciones del 12 de mayo marcarán un antes y un después para el movimiento independentista tras el fracaso del procés. Los indultos primero, y la amnistía después, han sido presentados como grandes victorias -con apoyo entusiasta de la rancia derecha española- cuando en realidad son el reconocimiento de la derrota y su consecuencia inmediata: la capitulación. La prueba del algodón es que Carles Puigdemont, otrora declarador interruptus de la independencia, ahora es un manso candidato a unas elecciones autonómicas.

Puigdemont se presenta además porque su partido es un erial de candidatos con posibilidades. Nadie podía garantizar un mínimo éxito. Puigdemont, por cierto, tampoco. Ni una sola encuesta le sitúa en primera posición. Solo aspira a humillar a los republicanos. El líder de la derecha independentista, donde anidan según su exdiputada Casol lo más granado del racismo y la xenofobia junto a ese supremacismo irracional -eso lo añade un servidor-, se lo juega a todo o nada. Aspira a llegar primero en el independentismo para arrodillar a ERC y forzar su voto. Las encuestas lo dejan corto con el único apoyo republicano y también apelará a la CUP y le ha costado renunciar a la extrema derecha de Aliança Catalana.

Si no lo consigue se irá. Lo ha dicho el mismo. Mejor irse a que te echen, debe pensar. Tiene tirón, pero no el de 2017. Su papel preconizando la tierra prometida es agua de borrajas. Está más que amortizado. No digamos Aragonés. El president no anima la fiesta ni a los suyos. No tuvo papel protagonista en el pasado y, lo peor, es que no tiene protagonismo en el presente desaprovechando su paso por la presidencia. Oriol Junqueras está calentando la banda, desarrollando un papel de president fuera del Govern. Se ve con la sociedad civil todos los días. Desde empresarios a sindicatos pasando por agricultores o entidades ecologistas. Escucha y hace gestiones para arreglar desaguisados para demostrar que “mana i mana molt”. Si cae Aragonés ante un mal resultado, hoy más que previsible, se presentará como revulsivo, pero también es un líder quemado. Y Junts y ERC no tienen nuevos líderes a la vista. Su banquillo está más bien escaso. Ni Marta Rovira, ni Josep Rull, y menos Jordi Turull, son savia nueva. Son lo viejuno, el más de lo mismo.

Por eso, Aragonés y Puigdemont se buscan a la cara. Se arrojan los trapos sucios, pero los decibelios de la independencia han bajado porque entre los suyos tienen poca credibilidad. Esta semana la han dedicado a hablar de las cosas del comer, no de la independencia que nadie compra excepto los irredentos y los hiperventilados. ¡Quién lo iba a decir! Ahora hablan de la autonomía. Otra prueba más de que el independentismo está asumiendo su derrota. Solo falta ver si la derrota es en desbandada u ordenada. El que pierda se descompondrá y el que gane, en el mundo independentista, of course, intentará recomponerse.

De esta ecuación no queda exenta la CUP. Lo fueron todo, se iban a comer el mundo, pero cayeron en la inanición que podríamos resumir “por sus actos, y su gestión, los conoceréis”. Llevan los anticapitalistas, de raíz pija por supuesto, el “sanbenito” de los fiascos y de que su mundo no es de este mundo. Tuvieron su protagonismo y ahora luchan por su supervivencia. Quién los lidere da igual porque en la CUP gobierna una secta y las sectas, tarde o temprano, desaparecen.

Si abrimos el abanico nos encontramos con Alhora de Clara Ponsatí que ha mamado del pecho de Junts para ahora aparecer junto a Graupera como la esperanza blanca. Un amigo mío diría a otro perro con ese hueso.

Y hablando de huesos, Silvia Orriols, la líder de Aliança Catalana que tampoco es nueva. Nace de los rescoldos más ultraconservadores del Carlismo catalán que siempre nutrió a la burguesía catalana, la de la ciudad y la del campo, o sea, la columna vertebral de Convergència primero y luego de Junts. Ahora, hartos, buscan un asidero, un viejo asidero que no es nuevo, estaba adormecido. Lo dicho, el independentismo se la juega a todo o nada y si quiere sobrevivir tendrá que buscar nuevos líderes.