
Esto qué es, por Ignacio Vidal-Folch
"En mi vida real soy poeta", decía Jimmie Durham (1940-2021). Y, de hecho, todo en el arte polifacético del gran artista estadounidense fallecido en Berlín, desde las construcciones escultóricas revolucionarias que lo hicieron famoso hasta las batallas por los derechos civiles, está impregnado de una profunda poesía.
En 1985, dijo en una entrevista con Domus en 2019, año en el que la Bienal de Venecia le rindió homenaje con el León de Oro a su trayectoria, la American Poetry Society le había concedido 5.000 dólares por su Día de la Raza (1985, West End Press, Albuquerque), para él, después de tantos años y tantos reconocimientos, ese siguió siendo el logro más importante.
"En primer lugar, porque me han reconocido como poeta", explicó. "Y luego por el dinero, que nos permitió sentirnos seguros". Sin embargo, en más de sesenta años de carrera en los dos continentes, Durham ha experimentado con todos los lenguajes del arte, trabajando en la deconstrucción de conceptos y estereotipos típicos de la cultura occidental, utilizando la pintura, la escultura, la performance, el dibujo, el vídeo…

Durham, en 'Smashing'
Hasta aquí las palabras de un medio de comunicación italiano hace tres años, cuando se produjo la muerte de Durham, un artista, o un "poeta", como él prefería definirse, lleno de un extraño sentido del humor y también de pretensiones raciales algo delirantes.
A Durham parece que le afectaba mucho la triste suerte de las tribus indias norteamericanas, se convirtió en su gran propagandista, hizo esculturas de tono alusivo a la cultura india, celebraba rituales aullantes, y aseguraba que por sus venas corría sangre india.
Impostura total, pero si le hacía ilusión creerlo… Además, era un interesante y comprometido escritor sobre arte y política cultural, como atestiguan las páginas de Certain lack of coherence (Cierta falta de coherencia: un título estupendo).
Ahora bien, lo más divertido de Durham es su tarea de destrucción, especialmente de coches. Los detestaba. Una de sus piezas más icónicas es un coche –no importa el modelo, pero cuanto más grande y lujoso, mejor– aplastado por una roca que parece, ya que no hay montañas alrededor, caída directamente del cielo sobre el patio de los museos donde solía exponerlos.

Una de las creaciones de Durham
O sea, es exactamente lo contrario de Magritte, que pintaba una casita sobre una enorme roca suspendida en el aire, entre nubes, feérica. No, con Durham, la ley de la gravedad funciona perfectamente, la roca cae y convierte el coche en chatarra. A veces (como en la foto), la roca lleva pintados los rasgos toscos de una cara, agregando humor idiota a la pieza.

Otro coche aplastado por una roca, de Durham
Tiene Durham grabada una performance hilarante, que el lector curioso encontrará fácilmente en la siguiente dirección de internet.
La performance, de 2004, se llamaba Smashing (Rompiendo), y consistía en lo siguiente: Durham está sentado tras un escritorio, con un pedrusco en la mano. Se acerca un aficionado, generalmente joven, con algún objeto que deposita sobre ese escritorio. Durham inmediatamente lo hace pedazos a golpes de piedra, luego saca del cajón del escritorio un papel al que da un tamponazo y agrega su firma, y que certifica que el hecho ha sucedido: es lo que se lleva el aficionado a cambio de dejar que el artista destruya algo suyo –que por cierto suele ser algo feo–.
Da la idea del "buen salvaje" –aunque vestido con un traje negro y corbata, que se van ensuciando mientras la performance avanza y las cosas destruidas por la piedra del artista va levantando nubes de polvo, y los residuos se acumulan a sus pies–, el buen salvaje que ante un objeto raro y feo que le presenta el hombre blanco, y que él no comprende, reacciona movido por un instinto atávico: rompiéndolo. Es muy gracioso.