Disciplina positiva: cómo educar a los hijos

Disciplina positiva: cómo educar a los hijos

Vida

Disciplina positiva: cómo educar a los hijos con firmeza y respeto, pero sin gritos y castigos

'Una madre molona', el libro de Isabel Cuesta, resultado de adentrarse en las redes sociales tras el nacimiento de su primer retoño

1 diciembre, 2019 00:00

Una comunidad de más de 80.000 seguidores en Instagram, Premio Blog Crianza y Embarazo en el año 2016 (www.unamadremolona.com), un libro publicado por Plan B (Una madre molona: cómo afrontar la maternidad con arte, salero y un toque de humor) y tres hijos. Tras todo esto, y bajo el seudónimo “Una madre molona”, se encuentra Isabel Cuesta. Licenciada en Comunicación Audiovisual y con un Máster en Diseño Gráfico y Dirección de Arte, se adentró en el mundo de las redes sociales tras el nacimiento de su primera hija. Fue su segundo hijo, sin embargo, el que lo cambió todo. “Cuando llegó nuestro segundo hijo, nunca imaginamos que un ser tan pequeño podía llegar a alcanzar tal cantidad de decibelios. Cuando vas a ser madre o padre, vas a clases preparto y, como mucho, te enseñan los cuidados básicos que el bebé va a necesitar; pero nadie te prepara para gestionar sus emociones”.

Una madre molona, de Isabel Cuesta

"Una madre molona", de Isabel Cuesta

“En un momento dado, tuve la oportunidad de realizar un curso de introducción a la disciplina positiva y, gracias a él, me di cuenta de que ese era el camino que quería seguir. Y no me equivoqué. En mi blog y en mi cuenta de Instagram empecé a hablar de nuestros avances con estas herramientas”. Tal fue la acogida en redes sociales que, desde hace un año, viaja por toda España impartiendo talleres de disciplina positiva a padres y madres con ganas de mejorar.

¿Pero en qué consiste este método de crianza? “Yo la definiría como la mejor forma de convertirnos en padres conscientes”, sintetiza Isabel Cuesta. Esta metodología educativa, que tiene su origen en principios del siglo XX, parte de las teorías de los psiquiatras Alfred Adler y Rudolf Dreikurs, que presentaban la educación como una acción colaborativa entre padres, profesores y demás profesionales educativos y defendían un trato respetuoso a niños y adolescentes, alertando, eso sí, del peligro de caer en la permisividad y la ausencia de límites. Sin embargo, no fue hasta los años 80, cuando Jane Nelsen y Lyn Lot recogieron estas teorías y elaboraron el primer manual de Disciplina Positiva. “Algo así como una guía para padres que les ayudara en la educación de sus hijos”, resume esta famosa bloguera.

“Todo lo que hacemos hoy repercutirá en lo que se convertirán el día de mañana”

Aunque reconoce que nunca ha sido de las que ha sufrido a sus hijos más que disfrutarlos, “sí me han puesto al límite muchas veces. El mediano ha sido mi mayor reto, cuando no era capaz de transmitir lo que le pasaba, se frustraba mucho y cuando entraba en bloqueo, como yo lo llamo, se nos hacía muy difícil de gestionar”.

Y, precisamente, la disciplina positiva, una metodología educativa que cada vez suma más adeptos, “nos ayuda a entender cómo funciona el cerebro de nuestros pequeños y el nuestro propio. De esta forma aprendemos cuál es la mejor forma de conectar con ellos, de lograr su cooperación, de transmitir importantes valores y habilidades para su vida. Lo mejor de todo es que es muy práctico y factible, incluso con el ritmo de vida que llevamos hoy en día. Cuando aprendes a ver más allá de los comportamientos de tus hijos, es como si te abrieran los ojos a la realidad. Todo lo que hacemos hoy repercutirá en lo que se convertirán el día de mañana”.

Funcionar con este tipo de modelo educativo ha supuesto un antes y un después en la vida de Isabel Cuesta y su familia. “Es maravilloso ser capaz de entender qué hay detrás de los comportamientos de nuestros hijos. Saber cómo actuar y, lo más importante, ser consciente de que nuestra reacción marca -y mucho- la diferencia de cómo serán el día de mañana. En mi casa hay conflictos, como en todas las familias, pero la convivencia es muy buena; ya no hay luchas de poder, ni faltas de respeto; siento que somos un equipo y eso es un regalo”, explica satisfecha.

“El método premio-castigo es pan para hoy y hambre para mañana”

Sobre fórmulas tradicionales de enseñanza, como es el método premio-castigo, Cuesta se muestra tajante. “Es pan para hoy y hambre para mañana. Realmente creo que deberíamos dejar de adiestrar a nuestros hijos y empezar a educarles para la vida. Si el premio es la motivación, ¿qué pasará cuando no haya premio?”, se pregunta. Asimismo, considera que “los niños tienen que aprender a asumir responsabilidades y a ser autónomos, sin recibir más a cambio que la satisfacción de tomar buenas decisiones. Y te aseguro que venimos al mundo con necesidad de contribuir y aportar a nuestra comunidad”. Sobre recurrir al tan manido castigo, lo tiene claro: “castigar es súper fácil, pero, aunque puede parar el comportamiento que no nos gusta, ¿realmente aprenden los valores que queremos? ¿O sencillamente no lo repiten por miedo a la represalia? ¿Qué decisiones tomarán cuando no estemos delante? Los errores son una buenísima oportunidad para aprender. Deberíamos dejar de ser ese dictador autoritario y convertirnos en líderes de nuestros hijos. El autoritarismo se impone, la autoridad se gana”.

La disciplina positiva permite educar con firmeza, pero sin abandonar el cariño y el respeto

Por eso, para Isabel Cuesta dejar de lado los castigos no supone ser permisivo. “La Disciplina Positiva nos brinda muchísimas herramientas para que podamos educar con firmeza, pero sin dejar de lado el cariño y el respeto. Cuando en lugar de imponer órdenes, implicamos a los niños en la búsqueda de soluciones y en la elaboración de las normas, el niño responde siendo más colaborativo, participativo; es un chute para su autoestima. Este método no consiste en crear niños tiranos o consentidos, sino en aprender a educarles en la responsabilidad. En resumen, la permisividad no es respetuosa con el educador; el autoritarismo no es respetuoso con el niño; la disciplina positiva se sitúa justo en el término medio”.

¿Es posible abandonar definitivamente los gritos dirigidos a los hijos cuando agotan nuestra paciencia como padres? “¿Es posible no gritar a tu jefe cuando te saca de tus casillas?, ¿es posible no gritar a tu mejor amiga cuando te enfadas?, ¿puedes no gritar a ese camarero al que se le cae el agua encima de ti por accidente? ¡Por supuesto que se puede dejar de gritar a los niños! Sabemos que ellos aprenden por imitación así que, tal y cómo quieres que sean, tenemos que actuar hoy. Somos su ejemplo. Yo entiendo que, después de una maratoniana jornada de trabajo al llegar a casa estemos escasos de paciencia, por eso en los talleres damos claves a los padres para que aprendan a gestionar sus propias emociones”.

Para la bloguera y escritora de Una madre molona, el error habitual que cometemos la mayoría como padres es que “educamos con el piloto automático. En la mayoría de los casos, si nos han educado de forma muy estricta, una de dos, o repetiremos patrón o bien haremos lo contrario: pasarnos a la permisividad. Además, se añade la presión de sentirnos juzgados como padres. Los niños reciben mensajes muy contradictorios todo el rato, ¡les volvemos locos! Necesitan adultos emocionalmente estables, que les den seguridad, que les guíen, que les ayuden a buscar soluciones, pero no que les rescaten, que les sermoneen, ni que les den la lección masticada”.

Piensa, también, que poner el foco siempre en los niños es desacertado. “Todo lo que queremos que aprendan lo tenemos que aprender nosotros primero. Tenemos que aspirar a ser el adulto que nos hubiera gustado tener cerca cuando éramos niños. Además, no hace falta hacer sentir mal a los niños para que aprendan. De hecho, está demostrado científicamente que aprendemos mejor si no estamos estresados, ya que en el segundo caso el cerebro está en alerta, es pura supervivencia”.

¿Qué diría a aquellos padres que se van a la cama frustrados, tristes y sintiéndose malos padres por haber gritado, tras perder la paciencia, a sus hijos? “Que no tienen la culpa, que nadie nos enseña a ser padres. Pero ante todo les diría que hay luz al final del túnel. Que es posible establecer límites y conseguir cooperación en casa. Que uno puede disfrutar muchísimo de sus hijos que, por cierto, crecen demasiado rápido. Por último, me gustaría animar a todos a asistir a un taller presencial, ya que supone un antes y un después para muchísimas familias”. Queda dicho.