Èric Junoy, exseminarista y actual propietario de dos carnicerías

Èric Junoy, exseminarista y actual propietario de dos carnicerías GALA ESPÍN Barcelona

Vida

Èric Junoy, exseminarista y carnicero: “Mi abuela era curandera, y me pasó esa sabiduría ancestral”

Entró en el Seminario Diocesano de Terrassa en 2010, pero sufrió una crisis de fe que lo llevó a reordenar su vida hasta encontrar su vocación con su nuevo negocio

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Con una sonrisa tranquila, casi litúrgica, Èric Junoy atiende tras el mostrador de la Cansaladería Sararols. Cuesta imaginar que, hace poco más de una década, su vida transcurría entre rezos, clases de teología y silencios en el Seminario Diocesano de Terrassa. Actualmente, su cotidianidad se basa en manejar con destreza su herramienta de trabajo: el cuchillo.

Entró en el seminario en 2010, movido por una fe joven y un deseo profundo de servir a Dios y ejercer como sacerdote. “Fue un shock para mi familia. Imagina tener un hijo que con 15 años te dice que quiere ser cura y que ingresa en el seminario”.

Junoy describe esa etapa como una época tranquila entre oraciones, liturgias y cantos. El joven aspirante a sacerdote compaginó su estancia en el seminario con la vida estudiantil, ya que nunca abandonó la escuela y pudo combinar ambas formaciones. 

Cuando la fe se tambalea

Tres años después, una crisis de fe lo llevó a colgar el hábito antes de estrenarlo. “Fue duro, pero lo sentí como una liberación”, ha reconocido. Sufrió una crisis de fe, o como lo llaman los entendidos en la materia, “una noche oscura”. Y reconoce que todavía existen resquicios de ella, lo que, combinado con una depresión, el fallecimiento de un familiar y el no sentirse acompañado en el seminario, lo llevó a romper con todo.

“Me liberé de ese yugo, pero me sentí abandonado”, recuerda Èric Junoy al hablar de su salida del seminario. Era 2013 y, con aquella decisión, cerraba una etapa que había marcado su juventud. La crisis de fe que lo había llevado a marcharse no fue solo espiritual, sino también humana. “La Iglesia es santa, pero las personas que la forman no”, afirma con serenidad, consciente de que esa contradicción entre la institución y sus miembros fue también parte de su desilusión.

Cansaladaria Sararols, negocio de Èric Junoy

Cansaladaria Sararols, negocio de Èric Junoy GALA ESPÍN Barcelona

Del altar al mostrador

Los años que siguieron no fueron fáciles. Padeció esta crisis de fe y se vio obligado a retomar el rumbo y el lugar que ocupaba. No encontró trabajo hasta 2015, cuando una carnicería de Granollers necesitaba un aprendiz. “No sabía nada del oficio, pero me dieron la oportunidad”, cuenta. Allí descubrió que tenía mano, que el trato con el producto y con la gente le salía como algo natural. “Me formaron desde cero y aprendí el oficio de carnicero. Estoy muy agradecido”, añade.

Fue un aprendizaje lento y constante, hecho de cortes, madrugones y paciencia. Con el tiempo, el mostrador sustituyó al altar, y el oficio se convirtió en una nueva forma de servir. Pero años más tarde, tras la pandemia, una mala época personal le obligó a parar.

En ese paréntesis apareció la oportunidad que cambiaría su vida. La carnicería de su barrio, en Bellavista —la Xarcuteria Vilardell— buscaba relevo. Èric empezó a trabajar allí para probarse, y pronto sintió que era el lugar donde debía quedarse. En enero de 2021 tomó el traspaso y la rebautizó como La Franquesina, un nombre que evocaba cercanía y raíces.

El éxito y el oficio bien hecho lo llevaron, cuatro años más tarde, a un nuevo reto. En 2025 reabrió una carnicería centenaria en el centro de Granollers, Cansaladeria Sararols. Un establecimiento con 113 años de historia que Èric asumió con el mismo respeto casi litúrgico con el que antes se acercaba al altar.

Èric Junoy detrás del mostrador de su carnicería

Èric Junoy detrás del mostrador de su carnicería GALA ESPÍN Barcelona

Un don especial

Actualmente, Junoy saca adelante ambos negocios y su faceta como empresario autónomo cada vez gana más peso en su vida cotidiana. Pasa los días entre encargos, proveedores y el ir y venir de clientes fieles, pero su fe —esa que un día pareció desvanecerse— nunca terminó de marcharse del todo. 

Con el tiempo, en el barrio ha empezado a circular un rumor peculiar. Algunos aseguran que Èric puede curar ciertas dolencias con unos rezos determinados, entre ellas el herpes zóster. Él lo cuenta con una sonrisa entre tímida y sorprendida: “Existe la creencia de que yo tengo ese don”. No reniega de la historia, de hecho, la atribuye a un legado familiar. “Mi abuela era curandera, y me pasó esa sabiduría ancestral”, explica.

Junoy reconoce que lo suyo ante los vecinos que le buscan no tiene que ver con poderes sobrenaturales, sino con la fuerza interior de quien confía. “He acabado pensando que es más la fe de una persona lo que la acaba curando. Lo que busca la gente es la fe”.

Entre cuchillos, plegarias y cortes precisos, Èric Junoy ha encontrado su propio altar: un mostrador desde donde sigue, a su manera, curando cuerpos y almas. Conserva sus creencias religiosas y, de algún modo, ha logrado reconciliar la carne y el espíritu. En sus carnicerías convive la destreza del oficio con una calma interior que parece venir de otro lugar, como si ese equilibrio fuera el verdadero milagro de su historia.