Lorena Castell / EFE

Lorena Castell / EFE

Vida

Lorena Castell, sin rodeos y crítica con la vida de los influencers: “Es una persona que no quiere hacer absolutamente nada”

La presentadora catalana critica la normalización de un sueño profesional que, para muchos jóvenes, aparece como atajo fácil

El mejor pueblo de Cataluña para invertir en vivienda cerca de la playa, según la IA: “Precios muchos más bajos”

Publicada

“Parece que en esta sociedad lo que más vende es que me parece absurdo, me parece ridículo y me parece espantoso que vendamos a las generaciones de ahora con… el mundo influencer… gente de 20 años que lo tienen absolutamente todo… gente dando like a que una persona de 22 años está en un yate… esa no es la vida real…”

Con la crudeza de esa hipérbole —que, más que literal, es un grito de alarma— Lorena Castell pone el dedo en la llaga: la fascinación social por vidas enlatadas y la precariedad moral y vital que esas imágenes pueden ocultar.

La vida del influencer es, por definición, efímera. Nace y se sostiene en la atención: un algoritmo favorece hoy, olvida mañana. Lo que antes era trabajo creativo y a menudo artesanal, hoy se mide en visitas, me gusta y engagement.

Esa economía de la visibilidad obliga a convertir lo íntimo en contenido, la autenticidad en marca y el descanso en calendario editorial. El resultado es una carrera de relámpago: éxitos fugaces, picos de fama que se apagan con rapidez y una constante necesidad de reinventarse para no caer en el olvido.

Lo que se ve hoy en redes sociales son lujos: yates, viajes, fotos perfectas, familias ideales …, es decir, una sucesión de símbolos poderosos que ofrecen una ilusión accesible: cualquiera podría aspirar a ese estilo de vida si logra la receta correcta.

Pero esa ilusión borra el trabajo detrás del escenario: contratos, planificación, equipos, y muchas veces la explotación de la imagen propia y ajena. Además, la comparación permanente con un ideal inalcanzable genera ansiedad entre quienes consumen esos relatos y entre quienes los producen. No es casual que la conversación pública haya empezado a vincular redes sociales con malestar psicológico y fatiga emocional.

"Yo me pego un tiro"

Castell critica la normalización de un sueño profesional que, para muchos jóvenes, aparece como atajo fácil. “Si mi hijo me dice que de mayor quiere ser influencer, yo me pego un tiro. O sea porque es una persona que no quiere hacer absolutamente nada”, asegura la presentadora catalana en el podcast de La Fórmula del Éxito de Uri Sabat.

Hay aquí dos verdades: la de quienes encuentran en la creación de contenido una vocación real y la de quienes, empujados por la presión social y la promesa de reconocimiento, confunden exposición con realización personal. El problema surge cuando la sociedad premia lo visible por encima de lo valioso, cuando la recompensa inmediata sustituye la paciencia necesaria para otras trayectorias.

La fugacidad también trae consecuencias materiales. La monetización depende de tendencias cambiantes y de plataformas cuyo poder concentra riesgos: una política de plataforma, un cambio en el algoritmo, una polémica pública, y la carrera puede perder financiación. Esa inestabilidad hace que muchos creadores vivan con la urgencia de producir y la incertidumbre del mañana.

¿La salida? No es demonizar la creación digital: es repensar valores. Recuperar la idea de trabajo sostenido, formar en pensamiento crítico frente a las imágenes y enseñar a quienes consumen y a quienes producen a distinguir entretenimiento de vida real.

Mientras tanto, las palabras de Castell nos recuerdan que detrás del brillo puede haber vacío, y que convertir la existencia en escaparate tiene un coste humano que merece ser discutido. La era de la fama instantánea no invalida la dignidad del esfuerzo ni la necesidad de modelos más responsables —para creadores, audiencias y plataformas— que sostengan historias con raíces más largas que un simple like.