
Una joven viste la camiseta de Effetá mientras sujeta un rosario en el interior de una iglesia católica Barcelona
Dentro de Effetá: un fin de semana de retiro católico en secreto, sin móviles ni relojes, para conocer a Dios
Miles de jóvenes de entre 18 y 30 años en España han pasado por esta experiencia evangelizadora con la que aseguran haber encontrado la fe
Crónica Global entra en un retiro de Effetá para contar qué ocurre
Más información: ‘Ábrete a Dios’: qué es Effetá, el retiro católico de moda entre los jóvenes sobre el que todos deben guardar silencio
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“Este fin de semana ha sido el mayor regalo que me han hecho en mi vida”, repiten sin parar a las seis de la tarde del domingo en el patio delantero de la casa de espiritualidad Santa Maria de Lavern, mientras encienden sus teléfonos móviles. Hace 48 horas no se conocían, pero ahora no pueden parar de hacerse fotos juntos e intercambiar contactos; se sienten inseparables tras vivir una experiencia que, aseguran, les ha cambiado la vida.
Son jóvenes de apenas 20 años. Por sus camisetas se identifica que acaban de caminar en Effetá, el retiro católico de moda en el que miles de españoles testifican haber conocido a Dios en tan solo un fin de semana.
Cuando llegaron el viernes por la tarde a esta casa en medio de las viñas del Penedès, no sabían a qué venían. Sus servidores les retiraron los teléfonos móviles, los relojes y “cualquier cosa que les conectara con el exterior” antes de entrar. Desde entonces, han sometido su cuerpo, su mente y su alma a dos largos días de oración, sueño, estrés emocional y empacho de dulces.
En secreto
Tras la retirada del móvil y una copiosa merienda -no será la última este fin de semana-, los caminantes -aquellos que participan por primera vez en el retiro, en jerga de Effetá-, son conducidos a la sala de conferencias. No saben qué hacen allí, por el voto de confidencialidad y el secretismo que se pide desde la organización.
Quien les haya animado a apuntarse a esta experiencia no les ha contado absolutamente nada sobre ella, tienen que ir a ciegas, sin saber siquiera que estarán aislados del mundo durante todo el tiempo. “Lo que aquí se dice, aquí se queda” es una consigna omnipresente.
Ya sentados, los servidores -que ya han caminado antes y ahora organizan el retiro para otros- apelan a la “madurez” y “confianza” de los presentes para asegurarse la perpetuidad de ese silencio. Y se observa por primera vez algo que será constante: el encargado de leer las normas de confidencialidad recurre a la culpa del oyente.
Al situarlo en una condición de deuda respecto a unos testimonios que irán pasando por el escenario, uno cree pertenecer a un reducido grupo privilegiado: “El mejor regalo que podemos recibir de nuestras amistades es escuchar las confidencias que nos hacen y, por eso, tenemos la obligación de guardarlas en el fondo de nuestros corazones”.
Primeras lágrimas
Pocos eran conscientes de ello, pero se trata de un retiro testimonial, en el que pasarán horas -no sabrán cuántas- sentados en una butaca de la sala de conferencias escuchando los testimonios de vida de otras personas que ya han conocido a Dios. Uno tras otro y sin margen para el descanso y la reflexión.
Las ocho conferencias, de temas distintos, mantienen una misma estructura: la vida del protagonista estaba repleta de dramas y problemas, pero en un momento dado abrió su corazón a Dios y ahora se siente, por fin, feliz y completo.

Una "Biblia" y un rosario sobre un asiento en una iglesia Barcelona
En general, estos obstáculos de los que hablan los testimonios dependen de decisiones que ellos mismos habían tomado e intentan convencer a la audiencia de que las eviten. Relaciones sexuales prematrimoniales, consumo de pornografía, adicción a las drogas o rechazo activo a Dios son algunos de los ejemplos más recurrentes.
En muchas de las historias se tocan, además, cuestiones como el aborto o la homosexualidad desde una oposición cercana al discurso de odio.
La cantidad de cajas de pañuelos repartidas por toda la sala hacen sospechar del tipo de clima que se genera. Con las luces apagadas y las ventanas tapadas con cortinas y cartones, la atención se focaliza en el atril, iluminado por una pequeña luz de lectura, creando un ambiente cálido e íntimo.
Ritual de presentación
Un servidor presenta al invitado, siempre destacando la gran amistad que les une. A continuación, todos crean una cola en el pasillo central para abrazar, uno a uno, al testimonio. Se van situando a los lados, rodeando con un gran círculo a los caminantes, que no paran de mirar a su alrededor con perplejidad, al no terminar de entender qué está ocurriendo.
Suena la canción Ven, Espíritu, ven y los servidores la cantan cada vez más animados; su letra es tan sencilla que pronto la sigue toda la sala. Este ritual se repite antes y después de cada testimonio.
Ven
Espíritu, ven
Y lléname, Señor
Con tu preciosa unción
Purifícame y lávame, renuévame
Restáurame, Señor
Con tu poder
Purifícame y lávame, renuévame
Restáurame, Señor
Te quiero conocer
Choque emocional
La narración de una historia absolutamente lacrimógena y excesivamente detallada se extiende durante aproximadamente una hora y desata en los jóvenes oyentes emociones verdaderamente intensas, que los deja con los sentimientos a flor de piel antes de la siguiente actividad.
Después de oír testimonios con un peso emocional tan elevado, nadie se esfuerza en acompañar el choque psicológico al que se enfrentan los caminantes. No hay un turno de comentarios, preguntas o reflexiones, sino que se espera que cada uno procese la información como pueda y extraiga conclusiones de manera individual.
En petit comité y en un ambiente más distendido como el corrillo alrededor del cenicero, algunos servidores preguntan a los caminantes qué les ha parecido, pero la conversación rara vez adquiere demasiada profundidad.
Los caminantes suelen mostrarse desconcertados por lo que han oído, así que dan respuestas vacías como que “es muy fuerte todo lo que ha vivido este chico”. A lo que los servidores recuerdan que “es un regalo que haya abierto su corazón de esta manera”, aunque en ningún momento se justifica el porqué.
El camino de la fe
Tras el primer testimonio, una de las historias más duras que uno haya podido oír de la boca de un joven de 25 años criado en la zona alta de Barcelona, los servidores dejan a los caminantes solos en las butacas. La sensación de desorientación e inseguridad aumenta entre los presentes.
Los servidores entran de nuevo a la sala, minutos después, para vendar los ojos a todos los asistentes. Estos permanecen esperando sentados hasta que alguien los levanta y los guía cuidadosamente hasta el exterior. Toman su mano y la colocan sobre una cuerda: “Confía”.
Con el sentido de la vista totalmente anulado, el caminante arranca un camino plagado de obstáculos hasta el final de la cuerda, donde un servidor le susurra “bienvenido” al oído y lo abraza cálidamente tras retirarle la venda de los ojos. Según explican, se trata de una metáfora de la vida, en la que tener fe en Dios (la cuerda) es el seguro que evita que uno se caiga constantemente o se separe de la línea marcada.
Al terminar la actividad, se sirve un gran bufet libre de snacks a modo de resopón y se empieza a escuchar a los caminantes decir entre ellos lo bien cuidados que se sienten y lo expectantes que están del sábado y el domingo, tras un inicio tan fuerte.
“Si no habláis, os arrepentiréis”
El día en Effetá empieza muy temprano. La alarma suena sobre las siete de la mañana -pronto, si se tiene en cuenta que no se da el buenas noches hasta cerca de la una o las dos-, y los caminantes tienen el tiempo justo para ducharse y vestirse antes de bajar al comedor a desayunar.
Las largas horas escuchando testimonios en la sala de conferencias durante la mañana del sábado se ven solamente interrumpidas por una actividad en la que, por grupos, los caminantes son animados a “quitarse las máscaras” que llevan ante la sociedad.
Pese a que participar en voz alta se presenta como “absolutamente voluntario”, la presión para abrirse y contar las intimidades de uno mismo delante del grupo son constantes. “Si no habláis ahora, os arrepentiréis”, repiten los servidores a menudo.
La culpa
La tarde sirve para calentar motores ante lo que ocurrirá después de cenar. Varios testimonios han hecho referencia a la noche del sábado en Effetá como el punto de inflexión en el que Dios entró de lleno en su vida, por lo que los caminantes han depositado grandes expectativas.
Las horas previas a la cena giran en torno a la culpa y el perdón. Primero, varios servidores se disculpan a alguno de sus seres queridos (novio, amiga, hijo, hermana…) por distintos motivos. Algunas declaraciones son realmente sorprendentes y confiesan cosas como faltarle al respeto a una esposa o pegar a un hijo.
Los protagonistas derraman lágrimas y transmiten el sentimiento de las palabras que están pronunciando. Una de ellas comenta por los pasillos que ha pasado la última hora en la capilla, escribiendo el mensaje que quería dar; está visiblemente emocionada y varias personas la abrazan para consolarla, y agradecerle el regalo que ha ofrecido a los caminantes.
En realidad, todas y cada una de las intervenciones están escritas en El Manual de Effetá, el documento en el que se detallan los pasos de este retiro. Sin embargo, los caminantes no saben que lo que acaban de presenciar es una mera actuación teatral.
El perdón
El mosén al cargo del retiro pide perdón por los presentes y enumera una retahíla de cuestiones que podrían incumbir a cualquiera, recordando a todos que las relaciones antes del matrimonio, la homosexualidad, la creencia en el horóscopo, el aborto... son pecado.

Una estampa de Jesús con el logotipo de Effetá Barcelona
Luego es el turno de los caminantes, que son invitados a escribir todas sus culpas en un folio que deben guardar ellos mismos para más tarde. Varios lectores dan pistas de qué tipo de cuestiones se deben incluir: “¿Alguna vez has creído que no está para ti? Cuéntale si has preferido creer en otras cosas, llenando un vacío con supersticiones”. “¿Te dejas dominar por el orgullo, la envidia, la ira o la pereza?”. “¿Cuál es el pecado que más le disgusta a Dios?”.
Ciegos contra el muro
Un testimonio más después de cenar -el único que se escucha dentro de la capilla, en el que está el Santísimo Expuesto para la adoración perpetua- y llega el plato fuerte del retiro.
De nuevo, los servidores vendan los ojos de todos los caminantes; lo de anular la vista empieza a sentirse repetitivo. Ahora, son conducidos de uno en uno hasta la sala de conferencias y se colocan de cara a la pared, con las manos tocando el muro.
“¿Qué es lo que recibes del muro? Nada, ¿verdad? Es un bloque de cemento, duro y frío. Quizás este muro se comporta de la misma manera que tú”. Un servidor lee un texto con el que trata de convencer a los caminantes de que abran su corazón.
“Déjate tocar. Ábrete. Aunque te incomode. Ahora dile: Sí, mi Señor, aquí estoy, ¿qué quieres de mí? No desaproveches esta invitación, no dejes pasar esta oportunidad, es una noche de liberación, tu Effetá”.
Varios minutos de lectura después, los servidores anudan un cordel alrededor de las muñecas de los caminantes, “como simbolismo de lo que nos ata”, dicen. Se sientan todos en el suelo, ciegos, maniatados y en silencio, y esperan. Para algunos, se alarga más de una hora.
Encuentro con Dios
Reconducidos de nuevo a la capilla, los caminantes son arrodillados antes de que un servidor los rodee con su brazo por encima de los hombros y les retire la venda. La luz del Santísimo Expuesto los ciega en un primer momento. Es el clímax del fin de semana.
Más tarde, cuando todos se reencuentren alrededor de las mesas de snacks, con el calor de la hoguera y al ritmo de los últimos hits musicales, muchas conversaciones girarán en torno a cómo “la luz de Dios” les ha “entrado en el corazón”, cómo de “cerca de Jesús” se han sentido o cuánta fe sienten en esos precisos momentos.

Captura de pantalla de una publicación de Instagram en la que se muestra un altar con el Santísimo Expuesto en un retiro de Effetá en Cataluña Instagram
En genuflexión ante el altar, el servidor invita, al oído del caminante, a hablarle a Dios, verle y escucharle. La gran cantidad de estímulos emocionales y sensoriales recibidos en los últimos 60 minutos es abrumadora: el escenario perfecto para presenciar la existencia de Dios.
Después de una sacudida emocional de tal nivel, un último golpe: las cartas. Los caminantes reciben un paquete con decenas de cartas que sus familiares y amigos han mandado sin que ellos lo supieran. También se les entregan pañuelos, agua, un par de bombones y todo el tiempo que necesiten en una mesita preparada con una pequeña luz de escritorio, para que lean con detenimiento cómo de queridos son.
'Poseídos' por el Espíritu Santo
Sin ningún tipo de percepción del tiempo, la jornada aún no ha terminado: de vuelta a la capilla, empieza la adoración. La imagen es impactante: más de 60 personas, muy juntas, arrodilladas de cara al altar, iluminadas por velas, con las palmas de las manos hacia arriba y los ojos entreabiertos.
Algunos cantan o tararean las canciones que la guitarrista interpreta en directo; otros susurran una conversación íntima con ellos mismos. Se expanden hacia dentro, en busca de la fe y una conexión con Dios.
En la mañana del domingo, el cansancio emocional se palpa en el ambiente, pero también la felicidad de los presentes. La última actividad, entre varias charlas de testimonios, es escribir “la carta que faltaba el sábado”, es decir, aquella que les hubiese mandado Jesús.
Los caminantes hacen el esfuerzo de redactarla para sí mismos, y algunos aseguran haber sido poseídos por el Espíritu Santo: “la mano me iba sola”. El papel se introduce en un sobre con los datos postales de cada uno, pues la recibirán en su buzón en unos meses, “cuando menos lo esperen, o más lo necesiten”.
“Sus hijos han cambiado”
Antes de recuperar el móvil -momento que marca el final del retiro- una última performance da un vuelco al transcurso del fin de semana.
Los servidores, que hasta ahora estaban en una situación de superioridad respecto a los caminantes, entran uno por uno a la sala de conferencias para pedirles un perdón que suena a falsa humildad y se arrodillan ante ellos. Por motivos como “haber estado más pendientes de sacar los snacks a tiempo que de dar ese abrazo tan necesario”, “que la música haya fallado en algún momento” o “haber puesto prisas para cumplir con los horarios”.
Padres y hermanos de los caminantes son invitados a la misa final, que se celebra en la parroquia de Sant Oleguer de Barcelona el domingo por la noche. Después, una de las nuevas incorporaciones a la familia Effetá advierte: “Lo que hemos vivido este fin de semana nos ha cambiado. Los hijos que salieron el viernes de sus casas no son las mismas personas que vuelven hoy”.