El cierre forzoso del restaurante La Mola, en la cima de la montaña homónima, ha reducido la afluencia de personas en la cumbre entre un 10% y un 15% en apenas ocho meses. Un descenso que, junto con la desaparición de las mulas que cargaban los víveres para los comensales y bajaban la basura generada, favorece la conservación del medio, mejora la sostenibilidad y ordena el acceso a la cima.
Son datos y reflexiones compartidos por Josep Canals, técnico en conservación del Parc Natural de Sant Llorenç del Munt i l’Obac, donde se ubica la Mola, quien defiende que “se están cumpliendo los objetivos” fijados con el fin de la concesión a la actividad de restauración y el cierre del establecimiento tras más de cinco décadas en funcionamiento.
Solo dejan de ir los comensales
Los argumentos de la Diputación de Barcelona (Diba) para enterrar el restaurante están alineados con la sostenibilidad y el cuidado del medio ambiente. Según expone en el documento Un plan de futuro sostenible para la Mola, el trasiego de mulas y visitantes ha erosionado el suelo, “con impactos negativos en los ecosistemas naturales”. Asimismo, el espacio no dispone de una red de agua suficiente ni una buena gestión de aguas residuales, y las energías se producen con combustibles fósiles. De modo que la Diba decidió intervenir, a pesar de la oposición de los visitantes y de los propietarios del negocio.
Hasta ahora, cada año llegaban a la cima unas 200.000 personas –por las casi 400.000 que visitan el parque–; en 2024, primer año sin comedor, lo harán entre 170.000 y 180.000, según las previsiones de Canals. Una disminución que coincide con el número de servicios que registraba el restaurante: unos 25.000 anuales. “Éramos conscientes de que la disminución se movería en esos porcentajes, pero no se podía mantener la situación que había… y era un equipamiento que hacía un efecto llamada”, asegura el técnico de conservación.
El reto del parque
La previsión es que la cifra de los 180.000 excursionistas se mantendrá “estable”. En paralelo, se quiere promocionar el entorno del parque: Granera, Terrassa, Talamanca y Sant Llorenç Savall tienen mucho que ofrecer al visitante. Ahora bien, reconoce que la ausencia de las mulas es un “arma de doble filo”, pues, aunque comían más hierbajos de los que soporta el ecosistema, ahora se puede producir un efecto contrario y habrá que regular la vegetación con rebaños de ovejas.
El “reto” es lograr un pasto de calidad, porque la hierba soporta la tierra, incide Canals. Añade que, en momentos de sobrepastoreo, “los caminos se ensanchan, se pierde vegetación, se pierde tierra… y eso no se recupera”. En esta línea, el parque hace un llamamiento a ser responsables, seguir los caminos, los itinerarios marcados, y tener cuidado con los residuos.