Carlos y Lolita durante uno de sus recorridos por el mundo

Carlos y Lolita durante uno de sus recorridos por el mundo Cedida

Vida

"No es un viaje, es una manera de vivir"

Un matrimonio de jubilados del Maresme recorre el mundo en un camión de bomberos austriaco de segunda mano

15 julio, 2023 23:45

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Si hay algo que une a Carlos Briñardeli y a Lolita Scheibli más allá del amor, es su pasión por viajar. Poco después de empezar a salir, cuando Carlos aún estaba haciendo la mili, organizaron una escapada en vespa y tienda de campaña por Ibiza. "Nada más subir al ferry vimos a un oficial y tuvimos que escondernos porque Carlos no tenía permiso", se ríe Lolita, recordando el pequeño percance que por poco arruina su primer viaje de novios.  

Cincuenta años después, los percances siguen siendo el pan de cada día para este matrimonio de jubilados del Maresme (los dos están a punto de cumplir 70 años) que se dedica a viajar por el mundo a bordo de un camión de bomberos austriaco de segunda mano, que adaptaron para que fuera su cómodo segundo hogar. 

Carlos y Lolita durante uno de sus viajes

Carlos y Lolita durante uno de sus viajes Cedida

"Más que un viaje, yo digo que es una manera de vivir", explica Carlos desde la terraza de su casa de Cabrera de Mar, donde pasarán los meses de verano junto a su familia y esperarán a que el calor afloje antes de regresar a Kathmandú, en Nepal. En Kathmandú  dejaron aparcado su camión el pasado junio, después de 94 días de un intenso viaje por la India, tercera etapa de una odisea que empezó en enero de 2022 en el puerto de Barcelona, al embarcarse en un ferry hasta Roma.

De la capital italiana viajaron a Sicília por el estrecho de Mesina, regresaron a la península, saltaron a Grecia y luego Turquía, país que recorrieron de oeste a este hasta llegar a Georgia, y de allí a Armenia, donde encontraron por casualidad un camping "precioso" regentado por Sandra, una mujer holandesa, y decidieron que allí dejarían aparcado su camión después de 120 días de carretera. "Era finales de julio y hacía demasiado calor para viajar por Irán", recuerda Lolita mientras Ugolino, el simpático teckel de pelo duro que suele acompañarlos de viaje, remolonea por el salón.

Durante uno de los viajes del matrimonio

Durante uno de los viajes del matrimonio Cedida

Tras una pausa de dos meses, a finales de septiembre del año pasado Carlos y Lolita tomaron un avión y regresaron al camping de Goght, en Armenia, para empezar la segunda etapa de su viaje por Oriente: Irán, Pakistán e India. "Después de cruzar Pakistán con escoltas armados —te los pone el gobierno por ser extranjero, para evitarse problemas —  pensamos que llegar a la India sería encontrar la paz", recuerda Carlos, que durante muchos años trabajó en empresas de componentes electrónicos.

Pero la anhelada paz se esfumó al toparse con el tráfico "horrible" que impera segundo país más poblado del mundo. "En India tocan la bocina por cualquier motivo: para decir que están detrás tuyo, para incorporarse en una rotonda...y tú, que tienes el cuerpo acostumbrado a asociar bocina con peligro, te vas poniendo más y más nervioso. Eso hizo que tuviéramos más roces que de costumbre", se ríe Lolita. "Carlos y yo nos llevamos muy bien, pero conviviendo en un espacio tan pequeño durante tanto tiempo es normal que haya días que quieras enviar al otro a paseo", añade. 

Lolita posa en Lumbini, el lugar donde nació Buda

Lolita posa en Lumbini, el lugar donde nació Buda Cedida

Antes de adquirir el camión de bomberos, Carlos y Lolita ya habían hecho viajes similares en un 4x 4 de su propiedad, primero por Latinoamérica y luego por África, que recorrieron de norte a sur. "Hay países que te lo ponen más fácil, pero India es un país duro en este sentido", admite, refiriéndose al tráfico. Por otro lado, después de cruzar Irán y Pakistán, llegar a un país "sin armas, con tantas sonrisas y respeto por los animales", fue tranquilizador. "Recuerdo que en el restaurante de un hotel en Punjab mientras esperaba mi  té vi cruzar una rata por debajo de mi mesa, cubierta por un mantel impoluto. Avisé al camarero para comentárselo y me respondió que ya lo sabían, pero que la dejaban correr  a sus anchas, por si era la rata que hacía de vehículo del dios Ganesha", explica Lolita.

Libres de apps

Anécdotas y percances tienen para escribir un libro. En parte gracias a los imprevistos y sorpresas que ocurren al no viajar esclavizados a las apps que recomiendan restaurantes o lugares donde dormir. "Qué más da si la comida está mala, es más bonito descubrir", comenta Carlos, que no está dispuesto a perder la sensación de libertad que proporciona viajar por carretera. "Lo maravilloso de viajar así es que siempre pasan cosas", añade. Las apps de geolocalización y GPS sí que las han incorporado a su día a día, "lo hacen todo más fácil", aunque también llevan siempre mapas en papel, "porque dan mejor sentido de la proporción y la orientación", dice Lolita, antigua maestra de escuela y copiloto oficial del matrimonio. En alguna ocasión también recurren a la app iOverlander, que se nutre de información de otros viajeros de aventura para geoubicar los recursos básicos en lugares remotos, como gasolineras, mecánicos, agua potable, zonas de acampada o sanitarios.  

Carlos conduciendo por la India

Carlos conduciendo por la India Cedida

"La mayoría de overlanders que conocemos por el camino son alemanes y suizos, y por supuesto, más jóvenes que nosotros. Algunos se encariñan mucho con nosotros, nos tratan como si fuéramos sus abuelos, y no hace falta", se ríe Lolita. Con estos y con la población local es cuando vivimos los momentos más bonitos. "En un pequeño pueblo de Capadocia, en Turquía, llegamos muy tarde y una familia nos invitó a cenar y nos dejó usar su wifi. Al día siguiente les preparé una tortilla de patatas", recuerda. En otra ocasión,  en el Nehru park de Delhi, una familia de diplomáticos coreana se acercó al camión de bomberos muerta de curiosidad y empezaron a conversar. En aquel momento buscaban un lugar seguro en Delhi para dejar aparcado el camión mientras pasaban las Navidades en Barcelona. La familia coreana terminó ofreciéndoles un sitio cerca de su casa. "Hoy seguimos siendo muy amigos", dice Carlos.   

Otras interacciones con locales han sido menos agradables, Como la vez que en Irán decidieron acampar en un valle bastante alejado para pasar la noche. Ya de noche, Lolita, que se había quedado despierta leyendo un libro, divisió el rostro de un hombre por la ventana, luego otro, y otro, y, asustada, despertó a Carlos. Éste, sin pensárselo dos veces, abrió la puerta del camión. En total eran ocho hombres. Se identificaron como policías. Les ordenaron que les entregasen los pasaportes y que salieran. "Antes de acompañarnos fuera, ¿quieren decirnos algo?", les preguntó el capitán al mando. “Sí, bienvenidos a nuestra casa”, les respondió Carlos. Luego les invitó a tomar unas cervezas en el camión. El capitán les contó su vida, pero al final les dijeron muy amablemente que ahí no podían acampar, que no era seguro, y los llevaron a un recinto frente a la comisaría del pueblo más cercano.

"Carlos siempre reacciona así, de una forma segura y siempre afrontando la situación. Dice que nunca puedes demostrar debilidad en estos viajes pero, en el fondo, sucede lo mismo en nuestras vidas cotidianas. Por suerte, hasta ahora nos ha salido bien”, sonríe Lolita, recordando una mañana en una carretera solitaria de Benin, en África occidental, en que se encontraron a un par de chavales con una cuerda obstaculizándoles el paso. Querían robarles. Cuando Carlos vio que empezaban a aporrear la puerta de Lolita, salió del coche y les soltó  un grito. Los chavales salieron corriendo. "En África gana el que no se deja intimidar", concluye Lolita, aunque en otros países es mejor utilizar otras estrategias, como la de ofrecer un refresco o una cerveza y hablar. "No he tenido que sobornar casi nunca", explica Carlos orgulloso. Una vez, en carretera de Paraná, al norte de Argentina, unos policías corruptos les exigieron el pago de 100 dólares para poder seguir circulando. Carlos les contó que eran periodistas haciendo un reportaje de viaje sobre el Paraná y acabaron dejándoles pasar.

Carlos y Lolita

Carlos y Lolita Cedida

"Con nuestro camión de bomberos es difícil pasar desapercibidos, pero siempre nos intentamos integrar, respetando la cultura de cada lugar, y sin juzgar. Al final, todos los seres humanos somos iguales, ¿no?" , dice Carlos. Por otro lado, cree que viajar también ayuda a conocerse mejor a uno mismo, a entender los prejuicios que llevamos dentro, nuestras debilidades y fortalezas. Carlos, por ejemplo, se ha dado cuenta de que quizás está "demasiado enganchado" a los estímulos externos, —por eso le gusta tanto viajar —y ahora, tras su paso por India, se ha puesto como objetivo trabajar un poco más su espiritualidad. Una de las primeras cosas que hará cuando vuele este septiembre a Katmandú será encerrarse unos días en un monasterio budista a meditar. "Yo me apuntaré a un curso de cocina, o ya veré", bromea Lolita. Después se subirán al camión, recorrerán el Himalaya, y  regresaran a India con la esperanza de que reabran el ferry que une Tamil Nadu  con Sri Lanka. "Nuestro sueño es alquilar allí una casita frente a la playa y pasar una temporada", dice Carlos. Si el ferry no reabre en los próximos meses (cerró durante la pandemia) entonces emprenderán el camino de vuelta por Arabia Saudí y Oriente medio. Otra opción sería bajar a Tailandia y explorar el Sudeste Asiático, pero para hacerlo hay que atravesar Myanmar y el país está cerrado.  Ya se verá.