Torpedo de caca, dietario de la monomaternidad
Es bueno darle al bebé un poquito de zumo de naranja, pero no hay que excederse, porque lo que se quería combatir, el estreñimiento, produce todo lo contrario
5 junio, 2021 00:00No sé como lo he conseguido, pero he logrado que mi bebé de dos meses y medio duerma en su cuna toda la noche, en dos tiradas de cuatro horas, a veces incluso cinco o seis. Mis amigas aseguran que tengo una suerte inaudita. Yo creo que se debe más bien a que hace tres semanas que dejé de darle el pecho (aguanté lo que pude, estoy orgullosa) y con el biberón se queda más saciado, y a que mi madre, la abuela, insistió desde el principio en que lo dejara en la cuna aunque llorase.
La verdad es que es cómodo vivir en casa de mis padres. Sin ellos al lado, la aventura de ser madre soltera hubiera sido bastante más dura y aburrida. ¿Para qué iba a querer estar sola con mi bebé? Me he dado cuenta de que la presencia de un niño pequeño en casa es una inyección de alegría para todos, especialmente para los abuelos. La naturaleza es sabia: el nacimiento de un nieto --el primer nieto, en mi caso-- ha conseguido que mis padres dejen de obsesionarse por las pequeñas miserias de hacerse mayor. Les ha dado un nuevo propósito en la vida y están casi siempre de buen humor. Sin ser consciente, les he hecho un regalo maravilloso. Y yo he pasado a segundo plano.
“¿Cómo ha dormido hoy? ¿Ya se ha tomado el biberón? ¿Ha hecho caca?”. Son las primeras preguntas que me hace mi padre cada mañana cuando me encuentra desayunando en el comedor, con el bebé dormitando en el cuco, a mi lado. Después me pregunta si lo puede coger, y yo siempre le digo que sí. Nada de familia monoparental. Lo mío es una familia multiparental. Mi bebé va todo el día rulando de brazos, como en una tribu africana. A veces me entra la duda de si me reconocerá como su madre.
"Mi 'caganer', campeón"
Las mañanas con un bebé de casi tres meses siempre son más fáciles que las tardes. Mi hijo suele empezar el día sonriendo y de buen humor, y cada vez son más frecuentes sus bonitas sonrisas al infinito que llaman a comérselo a besos. Sin embargo, a eso de las siete y media de la tarde, justo después del baño, la cosa puede complicarse: los cólicos no cesan, por mucha manzanilla y medicina homeopática que le demos, pero me han prometido que no tardarán en desaparecer. Encima, desde que no le doy pecho, va estreñido. El pediatra me ha recomendado que le dé un poco de zumo de naranja, unos 5 ml al día, por la mañana, antes del primer 'bibe', “y ya iremos ajustando la cantidad, según la respuesta”.
Como los 5 ml fueron suficientes, mi madre y yo nos animamos con unas cucharadillas más y un día, al regresar de unos recados por Barcelona, me encontré a la canguro limpiando manchas de caca del radiador de la habitación del bebé. “¿Pero, qué ha pasado? Cómo ha llegado la caca tan lejos?”, pregunté, sorprendida. La canguro, muerta de risa, me explicó que mientras le cambiaba los pañales, sujetándole las piernas hacia arriba, mi hijo había empezado a cagar sin parar. La caca, totalmente líquida, había salido en plan torpedo, manchando toda la habitación. El radiador era lo último que quedaba por limpiar, a juzgar por el vídeo que me enseñó en su móvil. No pude parar de reír en un rato. Me sentía muy orgullosa de mi hijo. “Mi caganer”, “campeón”, le estuve diciendo todo el día, mientras lo achuchaba cariñosamente.
Lo que no imaginaba es que un par de días después me iba a encontrar con el mismo panorama a altas horas de la noche. Y, claro, que tu hijo dispare caca líquida a las cuatro y media de la mañana, cuando vas medio zombi, no hace tanta gracia. Esta vez la caca no logró alcanzar el radiador porque la frené con mi pijama, aunque sí manchó el suelo y la estantería. Cuando yo aún no había podido reaccionar, mi campeón se hizo pipí y se puso a llorar como un descosido, despertando a mi madre, que vino a ver qué pasaba. Nunca olvidaré la imagen de la habitación medio a oscuras, mi madre arrodillada en el suelo, frotando manchas de caca, mientras yo me cambiaba de pijama y corría a preparar un biberón. Al día siguiente, no le dimos zumo de naranja.
La gente dice que mi hijo es clavado a mi padre, y tienen razón. Tienen la misma sonrisa risueña y las mismas orejas de soplillo, pero la forma de los ojos, un poco caídos, es mía. También ha heredado algunas de mis muecas. No sabría decir cuáles, pero a veces estoy comiendo o escuchando a alguien hablar y sé que estoy haciendo las mismas muecas que mi hijo cuando está despierto. Mis amigos también aseguran que se parece a mí. “Guapo y simpático como su madre”, me dicen cuando lo agarran en brazos y ven que no llora. Pero sé que, tarde o temprano, llorará. Entonces me lo devuelven con cara de circunstancias y me preguntan qué le pasa: “Nada, que es como yo: se aburre”.