Escena de Big Fish

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Parece 'Big Fish', pero está en Cataluña: el increíble campo de girasoles oculto en La Garrotxa

Este fascinante paisaje se encuentra en uno de los rincones más particulares y queridos por los catalanes

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Hay paisajes que hablan más por lo que se les ha arrebatado que por lo que todavía conservan. El Croscat, en la comarca de La Garrotxa, es uno de esos lugares. Durante años se presentó como el volcán más joven de la zona volcánica, hoy su estampa recuerda a la película Big Fish.

Si en la película de autoficción de Tim Burton, Ewan McGregor se paseaba por un campo de narcisos amarillos, en esta zona de Cataluña uno se puede sentir como Ed. Lo único que cambia es que en vez de narcisos, el manto amarillo que cubre este volcán está compuesto por girasoles. Una visión única que bien merece una escapada.

Como es conocido, acercarse a La Garrotxa es viajar a otros tiempos, aquellos en que Cataluña no se llamaba así y estaba poblada de volcanes que poco a poco le dieron su forma. Esta tierra se lo recuerda. Más de 40 volcanes y 20 coladas de lava, todos ellos dormidos y fosilizados, pero cubiertos de un nivel de vegetación espectacular.

Aquí, no solo se encuentra el Croscat, también lo hace uno de los hayedos más espectaculares de Cataluña. Cerca de 1.000 hectáreas con centenares de ejemplares de estos árboles que, nutridos por su pasado y la riqueza mineral del subsuelo se elevan hasta a 30 metros hacia el cielo en la Fageda d'en Jordà.

De hayas y girasoles

Precisamente, esta arboleda se encuentra en una de las coladas del volcán que recuerda a Big Fish, el Croscat, un gigante dormido cuya última erupción se calcula en unos 11.500 años. Todo en él sorprende, desde su explanada de girasoles, hasta su cráter en forma de herradura. Incluso su ladera es característica, con un desgarrado corte que parece una cicatriz abierta por la mano del hombre.

Y es que si los girasoles y la frondosidad de sus campos brillan, en el Croscat intervino el ser humano, causando esta particular herida en la naturaleza. La riqueza de esta zona hizo que se abriera una cantera para la explotación industrial de la zona, de la que este particular corte es su prueba más evidente.

Arcilla y volcanes

Las llamadas grederas, las extracciones de gredas (arcilla), dejaron al descubierto lo que la geología tardó miles de años en construir. Aunque, paradójicamente, lo que en su momento fue una agresión paisajística acabó revelando el corazón del volcán. 

Hoy, el perfil oscuro, rojizo y anaranjado de esas paredes verticales es otro de los principales reclamos para quienes recorren los itinerarios del Parc Natural de la Zona Volcànica de la Garrotxa.

Una herida de medio kilómetro

La contradicción es evidente. ¿Debe lamentarse que la explotación minera transformara el Croscat en una herida abierta, o agradecer que esa misma acción permita contemplar su interior como en ningún otro volcán del territorio? 

La respuesta no es sencilla, pero es inevitable plantearla cuando uno llega a la placeta central del itinerario y observa los 100 metros de altura y 500 metros de longitud del corte. Allí, la historia geológica se muestra en capas, con sus oscuros originales y las tonalidades rojizas que delatan la oxidación.

Flores contra el daño

El Croscat también es un ejemplo de cómo la relación entre sociedad y naturaleza ha cambiado en pocas décadas. Durante años, la cantera convivió con total normalidad con el entorno. Fue necesaria la movilización vecinal y la creación del Parc Natural en 1982 para frenar la explotación y empezar a pensar en restaurar la zona. Hoy, lo que antes se concebía como un recurso económico se entiende como un patrimonio natural y científico.

A eso se le añade la capa de girasoles que se han plantado y crecido y que aparecen como una alfombra amarilla, una especie de manto que cubre el cráter. Pero todavía hay más.

Una ruta particular

La ruta que conduce al Croscat no solo se cuenta por sus erupciones y las heridas de las retroexcavadoras. A la derecha del camino, tras Masnou, aparecen terrenos que también sufrieron extracciones y que hoy, tras ser restaurados, sirven de campos de cultivo y pastura. Prueba de que la cicatriz puede cerrarse, aunque no borrarse del todo.

Y, por si fuera poco, en el camino, uno puede ascender al volcán Santa Margarita donde se esconde, en pleno centro del cráter una ermita del mismo nombre. Se trata de una de las iglesias más particulares de Cataluña con una ubicación más que excepcional.

La acción del volcán

Y tras todo el sendero, se llega al Croscat. Un volcán que rugió de tal manera que su erupción cubrió 20 kilómetros cuadrados y levantó un cono de 160 metros de altura. En cambio, su cráter, de unos 600 metros de largo por 350 de ancho, se mantiene oculto a los ojos del visitante. 

Lo que más se aprecia es el corte, la intimidad expuesta de un volcán estromboliano, con sus lavas fluidas y piroclastos convertidos en lección al aire libre y ese manto de girasoles tan particular.

Una antena de (mal) recuerdo

Duele todavía contemplar que en la parte superior aún quedan restos de una torre de comunicaciones del siglo XX. Aun así, sirve de recordatorio de que la montaña nunca ha estado a salvo de intervenciones humanas. 

El conjunto conforma, en cualquier caso, un paisaje herido fruto de la historia volcánica de Cataluña y la del hombre adueñándose del paisaje. Todo cubierto de un manto amarillo de girasoles que, como en Big Fish, nos hacen volar a otro lado y olvidar, por un momento, el daño causado.