La geografía de Cataluña abarca lugares de naturalezas distintas. Dentro de sus límites, conviven grandes urbes, pueblos y parajes aislados. Cada uno, brilla por sus cualidades propias. La comunidad autónoma no se resume en Barcelona y la Costa Brava. Su territorio es rico en lo que respecta a la variedad de núcleos habitables.
Cada uno de los lugares que se incluyen dentro de las fronteras catalanas tiene luz propia. Guardan años de historias y tradiciones. Los hay con presentes distintos. La evolución de la sociedad y de sus formas de vida incumben a las diversas localidades. Así pues, también existen ubicaciones que, a día de hoy, están desamparadas.
Pueblos olvidados
Entre las montañas del Pallars Jussà, a más de 800 metros de altura y rodeado por prados donde pastan ovejas, se alza Aramunt Vell. Se trata de un antiguo núcleo de piedra que fue testigo de siglos de vida y también de guerra. Sus calles empedradas y casas derruidas conservan la huella del pasado y del esfuerzo de quienes un día habitaron este cerro estratégico.
El pueblo abandonado de Lleida repleto de búnkeres de la Guerra Civil, Aramunt Vell
El abandono llegó poco a poco. La dureza del terreno, el aislamiento y las consecuencias de la Guerra Civil vaciaron sus calles. El municipio fue uno de los últimos pueblos de Cataluña en ser derrotados por las tropas franquistas. Ha quedado un lugar detenido en el tiempo, donde las ruinas conviven con las trincheras y el silencio de la memoria rural catalana.
Entre la historia y el silencio
Fundado en la Edad Media, el pequeño enclave se levantó sobre un cerro para defenderse y dominar el valle. Durante siglos fue un punto estratégico del Pallars, con una estructura de villa cerrada, calles estrechas y casas que formaban una muralla natural. En su iglesia románica y en los restos de portales aún se adivina el peso de la historia y la vida comunitaria que un día lo llenó de voces.
Torre del Castillo de Aramunt
Con la llegada del siglo XX, la modernidad pasó de largo. La falta de accesos, la emigración rural y la guerra terminaron por sellar su destino. Durante la contienda, las montañas cercanas se llenaron de trincheras y refugios, y los vecinos resistieron entre el miedo y la esperanza. Hoy, solo las piedras cuentan lo que fue un lugar de esfuerzo y resiliencia, suspendido entre la memoria y el olvido.
El nuevo Aramunt, la vida que siguió abajo
Cuando el núcleo antiguo comenzó a despoblarse, sus vecinos no se marcharon del todo. A mediados del siglo XX, muchos decidieron reconstruir sus vidas en el llano, a poca distancia del cerro original. Así nació el nuevo Aramunt, también conocido como Les Eres, un pequeño pueblo que conserva el espíritu de comunidad y el vínculo con su pasado.
El Aramunt 'nuevo'
Allí aún viven familias que descienden de los antiguos habitantes del monte. Las casas modernas conviven con el recuerdo de las de piedra, y las fiestas locales mantienen viva la memoria del lugar que un día dejaron atrás. Desde sus calles se contempla la silueta del viejo núcleo, como un testigo silencioso de lo que fue y de lo que sigue latiendo en quienes nunca se fueron del todo.
Un vestigio que resiste
Hoy, las ruinas se confunden con la vegetación que avanza entre los muros y las calles empedradas. El silencio domina el paisaje, solo roto por el viento y el balido de las ovejas que pastan entre las casas derruidas. Pese al abandono, el conjunto conserva una belleza serena, casi poética, que atrae a curiosos, senderistas y fotógrafos en busca de lugares olvidados.
Algunos proyectos han intentado recuperar parte del patrimonio, pero el tiempo y la falta de recursos han frenado la restauración completa. Aun así, el antiguo núcleo se mantiene en pie como un símbolo de la despoblación rural y de la capacidad de la naturaleza para reclamar lo que un día fue suyo. Un escenario que invita a reflexionar sobre el paso del tiempo y la fragilidad de los pueblos que quedaron atrás.
Cómo llegar y por qué perderse allí
El antiguo núcleo se encuentra en el municipio de Conca de Dalt, en la comarca del Pallars Jussà (Lleida). Se puede acceder en coche hasta Aramunt, el pueblo nuevo, y desde allí seguir a pie por un sendero que asciende entre bosque y roca hasta las ruinas, a unos 800 metros de altitud. El recorrido, aunque breve, requiere calzado cómodo y cierta precaución, ya que el terreno es irregular y las estructuras, frágiles.
Vale la pena el esfuerzo. Desde lo alto, el paisaje se abre majestuoso sobre el valle, el embalse y las montañas del Prepirineo. Caminar entre los restos de piedra y oír solo el eco del viento es viajar en el tiempo, hacia un pasado que aún respira entre muros caídos. Un destino humilde y silencioso, pero cargado de historia, que recuerda que incluso los lugares olvidados conservan una belleza que resiste al olvido.
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