El secesionismo catalán se desinfla sin necesidad de nuevas concesiones por parte del Gobierno central. Su tendencia a la baja, constatada ya en las pasadas elecciones municipales y generales --en las que ERC, Junts per Catalunya y la CUP se dejaron cientos de miles de votos por el camino-- volvió a evidenciarse ayer en las movilizaciones de la Diada. Una jornada en la que se vio, de forma clara, que también ha perdido el pulso de la calle. Apenas 115.000 seguidores, según datos de la Guardia Urbana, se dieron cita en la manifestación de Barcelona organizada por la Assemblea Nacional Catalana (ANC). O, lo que es lo mismo, la cifra más baja de la última década --sin contar los dos años de pandemia--, con la que apenas se llenaría el nuevo Camp Nou, y que dista mucho del más de un millón de asistentes que la policía municipal estimó desde 2012 a 2017.
A pesar de todo ello, la aritmética electoral ha puesto a ERC y Junts --cuarto y quinto partido de Cataluña en las pasadas generales, con un 13% y un 11% de los sufragios, respectivamente-- en el centro del tablero para negociar la investidura de un nuevo Gobierno en España. Y, paradójicamente, esa pérdida de peso de la ANC y del resto de entidades ultranacionalistas afines les beneficia. No en vano, sus demandas de máximos y su irredentismo chocan con la actual estrategia negociadora no sólo de ERC, sino también de Junts.
Puigdemont, crecido... e insultos a Aragonès
Entre esos beneficiarios aparece el líder de los posconvergentes, Carles Puigdemont, cuyo respaldo se presenta ahora imprescindible para que Pedro Sánchez (PSOE) sea investido presidente. Prueba de ello fue la visita que la vicepresidenta en funciones, Yolanda Díaz (Sumar), le hizo la semana pasada en Bruselas. Un acercamiento al cual el fugado de la justicia correspondió ayer con un nuevo desaire en un discurso grabado en un acto en el Fossar de les Moreres, en el cual calificó de "ejército borbónico contemporáneo" a los partidos constitucionalistas.
A pesar de su ausencia de autocrítica, de rectificación y de arrepentimiento, de puertas adentro Puigdemont ya ha evidenciado su disposición a tratar una posible investidura. Algo para lo cual el Gobierno en funciones de PSOE y Sumar parecen dispuestos a pagar un precio muy alto: nada menos que una amnistía a los condenados y encausados por el procés.
Ese aparente acercamiento del prófugo de la justicia y el Gobierno no le han hecho perder, sin embargo, simpatías entre el sector más radical del ultranacionalismo catalán. "Puigdemont, nuestro presidente", clamaban ayer numerosos manifestantes. Algo que, en cambio, no ocurre con su sucesor al frente de la Generalitat, Pere Aragonès (ERC), que ayer escuchó los habituales gritos de "botifler" -"traidor"- durante la ofrenda floral al monumento de Rafael Casanova. Casualidad o no, el jefe del Ejecutivo catalán y sus consellers se unieron a la manifestación de la ANC al final de su recorrido. El líder de ERC, Oriol Junqueras, ni acudió, al asegurar que se ha contagiado de Covid.
La ANC pide "independencia o nada"
El desencuentro entre ambos partidos y entidades como la ANC parece haber tomado un camino sin retorno. Así se evidenció en el discurso de la presidenta de esta última, Dolors Feliu, al final de la manifestación en la plaza de España de Barcelona. Los más irredentos del secesionismo catalán no quieren ni oír hablar de una posible investidura en Madrid: "Cualquier negociación con el Gobierno tiene que ser por la independencia", exclamó, además de exigir que el Ejecutivo español reconozca "explícitamente la legitimidad del resultado" del referéndum ilegal y unilateral de secesión del 1 de octubre de 2017. "Cualquier objeto de negociación que no sea eso, blanquea al Estado español ante Europa", se quejó. "¡Independencia o bloqueo, independencia o nada, independencia o elecciones!", bramó.
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