Salvador Illa bosqueja hoy en la entrevista que publica Crónica Global su visión de lo que han hecho Carles Puigdemont y los suyos en los últimos tiempos: vivir del cuento y ajenos a la realidad.

Y tiene razón en la parte política del asunto, la que se refiere a la matraca identitaria con la que nos han obsequiado. Sin embargo, al candidato Illa se le escapa un matiz que convertiría su respuesta del singular al plural. En Cataluña hay ya demasiadas personas y organizaciones que perduran gracias a muchos cuentos, no solo uno.

Una autonomía como la catalana puede permitirse durante un tiempo vivir de las rentas acumuladas, hasta que una crisis política, institucional y económica como la actual pone de manifiesto una grave parálisis. Ningún candidato está hablando de cómo está, por ejemplo, la propia Administración de la Generalitat. Desde hace años, su función pública no deja de acoger nuevos empleados procedentes de su paso por algunos partidos políticos y que hacen y deshacen a su antojo en el seno de una función pública que no para de expansionarse con todos esos estómagos a los que se recompensa sus méritos en el procés. Tampoco sabemos demasiado respecto a cuánto funcionario se ha aplicado el confinamiento y no ha regresado a sus dependencias laborales desde marzo del año pasado. La fuerza del sindicalismo decimonónico es abusiva ahí.

En algunas empresas públicas sucede algo similar. TV3 también vive en su propio cuento, el de dar respiración asistida a unos medios públicos sobredimensionados para impulsar y defender la lengua. Nadie le pone el cascabel al gato, pero me gustaría que algún candidato que no fuera el energúmeno de Vox fuera capaz de explicar cómo reconvertiría los medios de la Generalitat para evitar la sangría de millones que cuestan y que no van a partidas como la creación de empleo, la eficacia de la sanidad pública o, por ejemplo, la reconversión industrial y tecnológica pendiente.

Hay muchos otros cuentos, en el ámbito cultural, en el social, en el tributario o en tantas otras cuestiones que afectan a la ciudadanía. Esta campaña va de tranquilizar y pacificar el territorio, pero no de programas electorales o propuestas políticas. A lo máximo que hemos llegado es al consenso de pasar página de la pandemia y sus derivadas, así como enderezar un poco la decadencia catalana que nos ha traído el procés. Nadie, ningún candidato, ha hecho una propuesta inteligente para recuperar las sedes sociales de las empresas que emigraron a otras ciudades españolas o, por qué no, atraer a otras para compensar la desertización de poder empresarial ocurrida.

La ANC y Òmnium viven también de sus cuentos. Los procesistas les han encontrado utilidad para infiltrarse en determinados espacios de la sociedad civil. Se colaron en la Cámara de Comercio, lo intentan en Pimec, en el Barça… El grado de movilización de sus seguidores es de tal magnitud que recuerda esas procesiones de Semana Santa en las que los participantes viven su credo con unos niveles de implicación próximos al paroxismo. Por cierto, el de los guardianes de la pureza independentista es uno de los cuentos más caros en términos de coste.

Hay quien vive del cuento lingüístico. Existen medios de comunicación que llevan años haciéndolo, pero también plataformas regadas por el procesismo que actúan como los delatores de la Alemania nazi con respecto a comercios y actividades que no rotulan o tienen sus cartas o el 100% de sus empleados en catalán. Si supieran cuánto daño real inflingen a la lengua que dicen defender, quizá se bajarían del caballo.

Hay, por tanto, cuentos y cuentas que un nuevo gobierno catalán debería peinar y resolver para que, en efecto, la comunidad se normalice de una vez por todas y nos dediquemos a trabajar en vez de conspirar. Nadie, de uno u otro color, se atreve con eso. Sería de agradecer, por ejemplo, que el socialista Salvador Illa explique si ordenará auditorías en caso de ser investido presidente catalán. Convendría conocer si se analizará lo que ha sucedido en el último decenio o, como con los indultos, pasar página es el principal objetivo y las responsabilidades las dejamos para otra vida.

Tiene razón el moderado Illa con lo del cuento de algunos de sus adversarios. Le falta convencer al constitucionalismo de que sin exabruptos radicales ni guerracivilismos, pero con la máxima firmeza, también es posible pasar revista a los excesos y desmanes de quienes aún ocupan la institución. Sobre esos otros cuentos también convendría que nos ilustrara en esta semana de campaña que resta. Con esas dudas también se cobija mucho voto hastiado y desmovilizado que le convendría sumar.