El Palau de la Generalitat se ha convertido en el lugar idóneo para quienes se sienten aburridos, decaídos, faltos de ánimo. Por el contrario, el edificio de la plaza Sant Jaume deben evitarlo a toda costa aquellas personas que sufren del corazón. Porque Quim Torra lo ha vuelto a hacer: ha provocado un nuevo terremoto ya no en el Ejecutivo autonómico, sino en la esfera independentista. El president ha dado un volantazo antes de su más que posible inhabilitación por desobediencia, un asunto que se resolverá en unos días.

De un plumazo, Torra ha dejado en la cuneta a tres consellers díscolos, menos cercanos a sus tesis, y ha colocado a tres puigdemontistas para radicalizar el Govern en los últimos meses de la legislatura. Casualidad o no (más bien no), este movimiento llega cuando el mundo independentista sigue reordenándose en grupos cada vez más pequeños. Y, ya se sabe: cuando las placas tectónicas chocan… hay temblores.

Una de las damnificadas es Àngels Chacón, hasta ayer consejera de Economía y Empresa. Sin tratarse de una eminencia, ni mucho menos, y portadora del lazo amarillo en la solapa, los empresarios la habían aceptado como interlocutora válida. Incluso la oposición podía entenderse con ella en asuntos concretos, a pesar de tener ideologías antagónicas. ¿Su pecado? Mantenerse en el PDECat, la refundada CDC, en lugar de irse con Junts per Catalunya, la marca de Carles Puigdemont. Una traidora. Chacón se enteró de la destitución durante una reunión con los agentes sociales, porque ni las formas guarda Torra. Pero qué se puede esperar de alguien que llama “bestias” a los españoles.

El puesto de Chacón lo ocupará ahora --¡oh! ¡chorprecha!-- Ramon Tremosa, que a priori puede tener un mejor currículum que su antecesora, aunque en los últimos tiempos ha radicalizado (más) su postura. Entre sus méritos para entrar en la Generalitat está la defensa de la vía eslovena como solución al conflicto independentista, así como decir que Puigdemont es un “líder mundial”. Pero tiene más capítulos. Con todo, Torra tira de cinismo para, con su aire condescendiente, decir que lo que persigue con este y los otros cambios es encontrar la mejor salida a la pandemia. Raro que, si es por eso, lo haga en este instante, ¡con lo bien que ha gestionado la situación Cataluña hasta ahora!

Otra salida sonada es la de Miquel Buch, ya exconsejero de Interior. Él y el presidente no tenían buena sintonía, como se ha visto en público en los últimos tiempos. Un ejemplo: Torra trató de dejar en evidencia a su conseller en una rueda de prensa, dándole un turno de palabra a pesar de que no tenía nada que decir. En este caso, ha pesado mucho que los Mossos d’Esquadra, dependientes del Departamento de Interior, hicieran su trabajo cuando los manifestantes independentistas se excedían. Por ello, su puesto lo ocupará Miquel Samper, activista que defiende “una policía justa”. Ya sabemos lo que ellos entienden por justo. No, las condenas del procés no lo son. Asimismo, es cercano a los sediciosos Josep Rull y Jordi Turull. Dios los cría…

La última pieza que cae sobre el tablero es la de Mariàngela Vilallonga. La consellera de Cultura ha destacado más por sus discursos supremacistas --con alusiones constantes a la raza catalana; refiriéndose al catalán como la lengua propia de Cataluña y dejando el castellano al nivel del zulú; y cuestionando que en TV3 se hable español-- que por las cuestiones que tenía encomendadas. Su salida, solo por estos incendios descontrolados, era cuestión de tiempo. Pero aquí hay que valorar que Torra quería repescar a Laura Borràs --recordemos que está investigada por la supuesta adjudicación a dedo de unos contratos-- para esta cartera y, a su vez, hacerla portavoz. En este punto, Turull, el vocero legítimo, parece que ha protestado, porque ello significaba quitar funciones a Meritxell Budó. Así, Budó seguirá como portavoz, mientras que Àngels Ponsa releva a Vilallonga. A primera vista, es el cambio más acertado. Pero no hay que fiarse porque siempre se puede caer más bajo, como constatan los nombramientos de Tremosa y Samper.

Torra asume que tiene los días contados; que, en próximas fechas, será oficial su inhabilitación. En este escenario, su intención era adelantar las elecciones. Pero Puigdemont, que es el hermano gemelo pequeño del president (se llevan un solo día), le dijo en una reciente reunión que no es el momento, que ERC sigue con ligera ventaja, y que antes hay que ganar adeptos para Junts, que a su vez está en guerra con el PDECat. Torra, después de pensarlo, aceptó a cambio de tener libertad para poner y quitar a estos consellers que, como se ve, son fieles a su amo. Vienen curvas para finales del 2020.