La alerta que Genya, la dueña de un restaurante ruso de Barcelona, lanzó desde la web de Crónica Global el fin de semana es significativa. La empresaria está viendo cómo los clientes "le dan la espalda" a su negocio al considerar que forma parte de una nebulosa en la que se encuentra también el Gobierno ruso, que ordenó la agresión militar a Ucrania.
Del mismo modo, la campaña Stop Hating Russians (basta de odiar a los rusos) llegó esta semana a las redes sociales, esta vez promovida por la presencia del país en las instituciones internacionales.
Con mayor o menor legitimidad por quién lanza el mensaje, el contenido del mismo es lo que vale. La agresión bélica de Rusia a Ucrania ha concitado el rechazo de amplias capas de la población mundial, la mayoría de las organizaciones internacionales, salvo el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, donde la potencia utilizó su derecho a veto para frenar una resolución contraria a la invasión, y la mayoría de gobiernos del mundo.
Pero no hay que confundir la repulsa a un crimen atroz --y posiblemente un crimen de guerra, si la investigación de la Corte Penal Internacional deriva en acusación formal, y sostiene los indicios que ha planteado Amnistía Internacional-- con el odio a toda una comunidad.
Culpar a toda la población rusa de una decisión de su Gobierno, por deplorable que parezca, no da carta blanca para azuzar el odio contra todo un país, sea en las redes sociales o de forma física, esquivando un histórico restaurante de Barcelona.
La necesidad de sanciones económicas quirúrgicas contra Rusia debe ayudar a virar a la opinión pública, si es que no convence al Ejecutivo de hacerlo, algo que parece una quimera. Las restricciones a la actividad no deberían castigar a la población. No en vano, una parte significativa de la comunidad rusa se manifestó el fin de semana en dos decenas de ciudades reclamando el fin de la guerra. Hubo más de 4.300 detenidos. Las protestas de la población eslava tuvieron eco hasta en Barcelona, donde los residentes con pasaporte ruso enarbolaron banderas de Ucrania.
Es un perogrullo sostener a estas alturas que Rusia está aplastando a Ucrania pese a su valerosa resistencia. Pero si algún elemento positivo hubiera que sacar de la guerra, además de una más extrañamente rápida respuesta de la Unión Europea (UE), es el hecho de que podría abrirse una ventana de oportunidad para galvanizar la opinión pública rusa. Para que esta decida su propio futuro.
No tiene sentido confundir la parte con el todo, ni culpar a una población civil de los errores de su Gobierno. Eso es lo que está haciendo precisamente el agresor en Ucrania, habida cuenta de que ya ha quedado claro que la operación militar especial no es tal, sino una invasión con la intención de derribar al Gobierno. Castigando a los civiles si es preciso.
Lo dice el Comité Internacional de la Cruz Roja (ICRC), que lo repite por si a alguno le quedaran dudas. La población civil "no debe ser atacada, debe ser protegida y no es un objetivo". Todo lo demás, sin importar el lenguaje que se use, "es ilegal". Déjenme añadir que esa máxima es de aplicación, además de para la guerra en su sentido más estricto, también con las sanciones económicas y el rechazo político. La población civil no es un objetivo. Jamás.