La palabra que mejor define la sensación que ha causado el nuevo Gobierno es sorpresa. Sorpresa por la rapidez con que se ha formado tras la catarata de acontecimientos inesperados que lo han precedido en el transcurso de la última semana, y también por la calidad de su perfil.

La respuesta del resto de los partidos --enmudecimiento mal disimulado en la mayor parte de los casos--, incluso dentro del PSOE, es muy significativa de la valoración real que se ha hecho del flamante Consejo de Ministros. Se puede decir que estamos ante un Gabinete que, excepto en dos o tres casos, sería perfectamente deseable para cualquiera de las opciones del arco parlamentario que va desde el PP hasta un sector de Podemos. Algo parecido a lo que ha hecho Emmanuel Macron en Francia.

Algunos nombres, como el de Carmen Calvo, Josep Borrell o Margarita Robles, estaban cantados. Se van conociendo detalles de cómo, durante la travesía del desierto, Pedro Sánchez y su equipo habían establecido contactos con otros más inesperados, como es el caso de Fernando Grande-Marlaska, Pedro Duque o Nadia Calviño.

Pero lo más sorprendente es que 17 personas con un currículum como el de los nuevos ministros hayan aceptado en un plazo tan corto de tiempo un desafío tan brutal: integrarse en un Gobierno que solo cuenta con el apoyo de 84 diputados, el 24% del Congreso; y cuya duración, como máximo, será de 18 meses.

¿Qué puede mover a profesionales con la vida resuelta a adquirir un compromiso con tanto riesgo? Las encuestas nos ofrecen día tras día las cifras del desencanto de los ciudadanos con la política y los políticos, el descrédito que genera la corrupción y el aburrimiento que provoca la cosa pública. Sin embargo, vemos ahora a mujeres y hombres competentes que tienen mucho que perder dando un paso adelante, apostando por la regeneración política y que, pese a los pesares, hacen una apuesta patriótica.

¿Dónde estaba esta gente? ¿Cómo es que no los veíamos? Los sondeos han vuelto a equivocarse. Pero seguramente hay otros factores.

Una teoría. El debate indentitario lo tapaba todo, especialmente a los que vivimos en esta esquina de España donde no hay más noticia ni realidad cotidiana que el desafío a la Administración central del Estado, el procés.

Una evidencia. Cuando los medios públicos y concertados catalanes dan más importancia a un vídeo presuntamente robado en la prisión de Estremera que a la España que refleja el nuevo Consejo de Ministros --y que nada tiene que ver con la que nos vende el nacionalismo--, fabrican una cortina de humo que impide ver lo que sucede al otro lado.