Cuenta la leyenda que, cuando los turcos invadieron Constantinopla, los bizantinos estaban discutiendo sobre el sexo de los ángeles. Esta metáfora sobre la decadencia de una civilización esplendorosa de hace seis siglos --el Imperio Romano de Oriente-- me parece que es plenamente aplicable a la Cataluña actual.

Mientras nuestros principales sindicatos, UGT y CCOO, se dedicaban a promover manifiestos en defensa del “derecho a decidir”, la multimillonaria inversión del Gobierno para ampliar el aeropuerto de El Prat se desvanecía sin que las organizaciones que supuestamente deberían defender a los trabajadores movieran un solo dedo para evitarlo.

Es realmente sorprendente constatar la actitud indolente de los sindicatos durante los últimos meses, como si la cosa no fuera con ellos. Y eso que algunos informes, como el de la Universidad de Barcelona, estima que la ampliación de El Prat podría generar un incremento del PIB catalán en más de 10.000 millones de euros en pocos años, lo que supondría un efecto balsámico inestimable para el empleo.

Pero los mandamases de CCOO y UGT en Cataluña --Javier Pacheco y Camil Ros-- han estado desaparecidos con este tema, no vaya a ser que se enfaden los neófitos protectores de la charca de la Ricarda --la CUP, los comunes y ERC, fundamentalmente--. Por cierto, un minúsculo enclave artificial propiedad de varias familias burguesas.

Eso sí, cuando el Gobierno anunció que suspendía la inversión de 1.700 millones de euros, los dirigentes sindicales no tardaron un minuto en llevarse las manos a la cabeza. “Un desastre, [...] es necesario que los dos gobiernos se sienten a hablar y lleguen a un acuerdo para no perder la inversión prevista para que Barcelona se convierta en el hub del Mediterráneo”, dijo Ros --del que conviene recordar que fue líder de las juventudes de ERC--. “Se puede hacer perfectamente compatible las inversiones en infraestructuras con el respeto al medio ambiente garantizando el necesario cambio de modelo productivo hacia uno sostenible”, añadió Pacheco, sin dejar claro si va o si viene, como casi siempre.

Si no fuera tan dramática, la cosa tendría guasa. A mí, Ros y Pacheco me recuerdan al capitán Renault, de Casablanca, y su mítico “¡Qué escándalo! ¡Qué escándalo! ¡He descubierto que aquí se juega!”. Ahora que vuelan los millones --y el empleo que traerían-- hacen ver que se escandalizan, pero no hicieron nada por evitarlo.

Si hubiesen puesto el mismo empeño en defender la ampliación del aeropuerto que el que ponen en promulgar los postulados nacionalistas, es posible que hoy la situación fuese otra. Pero ellos siguen a la suya. Para esta gente, la solución a los problemas de los trabajadores catalanes pasa por hacer un referéndum independentista (los indultos les parecen migajas). Así lo plantea el manifiesto redactado al alimón por UGT y CCOO y publicado esta misma semana.

“UGT y CCOO valoramos positivamente los indultos que han permitido la salida de prisión de las y los dirigentes políticos y sociales de nuestro país y damos apoyo a la resolución de la Asamblea del Consejo de Europa que pide la reforma del código penal, suspender extradiciones y retirar imputaciones contra altos cargos. Pero sabemos que estos pasos serán insuficientes si no se consiguen las soluciones políticas de fondo necesarias, pactadas, probablemente múltiples, secuenciales y progresivas, propiciando un escenario suficiente en el que la ciudadanía de Cataluña ejerza su derecho a decidir, teniendo siempre presente los derechos nacionales avanzarán con el avance de los derechos sociales”, señala el manifiesto.

Una proclama en la que también añaden: “Este año se cumple el quincuagésimo aniversario de la constitución de la Assemblea de Catalunya. CCOO y UGT queremos aprovechar la conmemoración para poner en valor la idea de que Cataluña es un solo pueblo que lucha, a través de mayorías amplias y transversales, por el progreso social y nacional”.

Lo dicho. Los sindicatos centrados en discutir del sexo de los ángeles --y en demostrar que son más nacionalistas que nadie-- mientras las inversiones productivas pasan de largo.

No me negarán que las señales de que nos dirigimos hacia la decadencia son inequívocas y cada vez más intensas.