Lo que se quiere hacer en los próximos años, en el seno del campo exconvergente parece evidente. Las discusiones en el mundo independentista son intensas. Los movimientos para rehacer espacios políticos son constantes, pero nadie se atreve a formular mensajes claros y directos. En un ciclo electoral largo como el que se avecina sería deseable que eso se produjera, porque los ciudadanos, todos, tienen el derecho a saber qué ofertas se plantean, y con qué posibles consecuencias. Pero aunque esos debates ya están sobre la mesa, no se sabe cómo canalizarlos. Un historiador con prestigio, que conoce bien a todos los actores de la política catalana, aseguraba en una conversación privada a su interlocutor, un veterano sindicalista, que el reflujo ha comenzado y que el independentismo que se ha defendido desde las filas de lo que fue CiU “se transformará, de nuevo, en un nuevo regionalismo de 'peix al cove’”.
La acepción no es un error, la idea del “regionalismo” entronca con la historia del catalanismo. Lo que venía a decir el historiador es que, con otros nombres, con otras etiquetas y con otra presentación, la política catalana contará a medio plazo, --tal vez antes de lo previsto-- con una propuesta de centroderecha liberal que tenga clara una premisa: dejar de lado la vía unilateral e intentar negociaciones y acuerdos que sean tangibles e interesantes para los bolsillos de sus defensores. Porque eso es lo que cuenta: el futuro económico de Cataluña.
En todos esos debates, sin embargo, siempre surge la pregunta: ¿es mejor tener un proyecto claro, o un líder que lo sepa defender? En un tiempo tan mediático, la figura de un dirigente político que sepa arrastrar a todo un espacio sociológico es esencial. Y el fantasma de Artur Mas asoma de nuevo, con algunas operaciones en paralelo, que sostienen que el expresidente, con toda la experiencia acumulada --y sus grandes errores-- podría tener una segunda oportunidad. En febrero de 2020 cumple el periodo de inhabilitación, y estaría disponible para ser candidato.
Pese a eso, y al gran rechazo que podría generar entre sus propias filas, ¿es eso lo que necesita el independentismo? Lo que se busca, como ha aparecido en esos largos debates, en esas reuniones de restaurante, es un “traidor”, alguien que dé el paso, desde el convencimiento de que Cataluña, más tarde o más temprano, deberá asumir una realidad: se puede mejorar el autogobierno, pero desde la fidelidad a un proyecto compartido, en el seno de un país como España, situando como un programa de máximos, como proclamaban los partidos comunistas occidentales, el horizonte del Estado propio.
En el campo de la exConvergència eso es más complicado porque, de hecho, tampoco ha ofrecido a la política catalana verdaderos dirigentes independentistas. Mas quiso jugar, con la idea de negociar con el Gobierno, y se le fue de las manos. Un traidor claro sería alguien de las filas de Esquerra Republicana, pero ¿hay fondo en el partido republicano ganas y determinación para hacerlo? ¿Sería Oriol Junqueras ese traidor?
Con el mismo argumento se podría apostar porque ese ‘traidor’ acabe surgiendo de las filas del PDeCAT y de todo el entramado exconvergente, que sigue siendo numeroso, con mucho poder en colegios profesionales, entidades, asociaciones y organismos. Nunca fue independentista, por tanto, ¿por qué no dejamos de perder el tiempo y nos ponemos ‘a las cosas’?
En la historia de Cataluña siempre aparecen los reflujos. Llegan después de la rauxa, de los excesos. El problema, y eso sí ha cambiado --y el conjunto del nacionalismo catalán no es muy consciente de ello-- es que en el otro lado todo se verá ya diferente. La oposición de la derecha española es total. La duda que surge es si se podrá acomodar a una nueva relación con ese ‘nuevo regionalismo del peix al cove’. No lo parece. Y de ello se quejan los que quieren tender puentes, como Javier Aristu, un veterano militante antifranquista, como apunta en una entrevista este domingo en Crónica Global.
El gran escollo para ese espacio político, que ha comenzado a intuirse, después de las palabras de Marta Pascal, la excoordinadora general del PDeCAT, es que en España la situación se ha tensionado. No bastará con meros cambios estéticos o con una oratoria más complaciente. Se pedirán compromisos, gestos y políticas concretas.
El trabajo para el ‘traidor’ será arduo y espinoso. Pero no quedará otro remedio. No hay ninguna otra alternativa. Ni habrá referéndum ni independencia. ¿Quién quiere jugar a ser el ‘traidor’?