En la tercera parte de El padrino, el cardenal Lamberto mantiene una conversación –confesión incluida-- con Michael Corleone en un claustro de El Vaticano. Con el murmullo de una fuente cercana y el tañido de unas campanas como música de fondo, quien luego sería Juan Pablo I coge una piedra sumergida en el agua y la parte de modo que se vea que está húmeda por fuera, pero seca por dentro. Así explica al capo mafioso cómo a lo largo de los siglos el cristianismo no ha conseguido penetrar en el alma de los hombres, que como la roca permanecen impermeables al mensaje de Cristo.

Con la lengua pasa lo mismo que con la religión, puede llevar a fanatismos de todo tipo, pero no altera los peores instintos de las personas; y tampoco los mejores.

La columna vertebral del sistema público catalán de enseñanza es el nacionalismo vehiculado a través de la lengua. La constatación de que la inmersión lingüística no ha logrado otra cosa que imponer uno de los dos idiomas oficiales en el mundo educativo, pero no en las relaciones sociales, ha llevado a la Generalitat a utilizar métodos stasianos para vigilar --y en su caso reprimir-- la lengua con que se relacionan los alumnos en el patio y los pasillos de los centros; incluso trata de averiguar cuál es la que utilizan los profesores dentro y fuera del trabajo.

Cuando la Consejería de Educación trató de explicar la situación escolar de las dos niñas que se habían lanzado al vacío en Sallent el martes pasado apuntó a la familia de las gemelas y descartó cualquier posibilidad de acoso. Era la conclusión provisional tras hablar con los servicios territoriales y con el Instituto Llobregat donde estudiaban las chicas. El alcalde de la población se pronunció en el mismo sentido e incluso llegó a recriminar a los vecinos por hablar con los periodistas de un presunto caso de bullying.

El propio departamento y el político republicano han tenido que dar marcha atrás e informar de la existencia de acoso escolar, una agresión que las gemelas habrían sufrido también en el colegio de la misma localidad al que asistieron a su llegada, hace menos de dos años.

El instituto informó a la conselleria que ambas hermanas recibían atención psicológica por la situación “familiar y social”, pero no aludió al bullying al que les sometían algunos compañeros a cuenta de su acento argentino y su condición de extranjeras. Una de las niñas había pedido al centro que le llamaran Iván porque se sentía más chico que chica, lo que habría alimentado la discriminación. Además, y según algunos medios, los padres habían denunciado la persecución de que eran objeto sus hijas tanto en el colegio como después en el instituto, algo que de confirmarse añadiría dramatismo al suceso.

No sugiero un vínculo entre la presión idiomática que vive Cataluña y el suicidio de Sallent, digo que quizá sería conveniente poner el mismo interés –o algo más-- en la convivencia entre alumnos y en su salud mental que en la lengua en que se comunican. Al final, hablar catalán no nos hace mejores.