Por más acostumbrados que estemos a las verdades alternativas que se han puesto de moda para disfrazar las mentiras, algunos hechos tienen una contundencia inapelable. Es lo que ocurre con la sentencia de la Audiencia Nacional sobre el caso Gürtel.
Queda acreditado que el tesorero del PP durante décadas consiguió recursos de empresas gracias a la concesión de obra pública por parte de administraciones que gestionaba su partido; no declaró esos ingresos a Hacienda; los sacó del país; y los gastó en asuntos propios en cantidades tan pequeñas que no han colado como tapadera del origen de los más de 40 millones acumulados.
Luis Bárcenas ha sido fuerte, tal como le recomendó en su día Mariano Rajoy, que lo había ascendido a lo más alto de las finanzas del partido. Y esa fortaleza --omertá-- le ha convertido en el muro de contención que impide que el fuego, de momento, vaya a más.
Pero eso son consideraciones penales y personales. El fallo, que señala al partido como beneficiario, igual que a Ana Mato, la ministra de Sanidad que dimitió por haber sido objeto de regalías aun sin saberlo, tiene un alto contenido político.
La financiación irregular del PP se produjo en la época en que Rajoy organizaba las campañas electorales, el principal capítulo de gasto de cualquier partido. Y pese a que él dijo en la vista no saber nada, ahora sabemos que el tribunal no le creyó.
El momento que vive el país es muy delicado por el desafío soberanista en Cataluña, que --no hay que olvidarlo-- en su día levantó el vuelo tratando de aprovechar la debilidad institucional que había provocado la recesión. Lo último que conviene al interés general es un vacío de poder, pero Rajoy no debe seguir al frente del Gobierno y quizá tampoco del partido.
Tiene la obligación de buscar un relevo “sin tacha” para que se ponga al frente del Ejecutivo y negociar con Ciudadanos la continuidad de su apoyo, como mínimo un año más. Cabe la posibilidad de que no encuentre a ese hombre bueno entre los suyos, lo que le obligaría a buscar fuera.
La alternativa puede que no sea otra que una tumultuosa moción de censura que le desaloje del poder de forma vergonzante y lleve al país por derroteros muy inciertos.
El sentido común al que Rajoy apela con tanta frecuencia no dicta otra cosa que su renuncia, aunque es cierto que actuando con esa rectitud también abandonaría los resortes que pueden protegerle de los juicios pendientes. Incluso de las consecuencias de que en un momento dado Bárcenas deje de ser fuerte y tire de la manta para repartir un marrón de 33 años.