Los méritos de Carles Puigdemont no están desde luego en la gestión de la cosa pública, sino en su habilidad en las redes sociales, en la concreción de sus mensajes, en su forma de explicar lo que ocurre y de convencer de la veracidad de sus breves relatos. Fue un avispado tuitero de primera hora en el país, una habilidad que le hizo progresar, más en la política que en el periodismo. Y ahora ha vuelto a demostrar su destreza. A la vista del batacazo que JxCat se dio la noche del 14F, el expresident no tardó en idear el titular de la contienda: El independentismo supera la barrera del 50% de los votos.

Era una falsedad como una catedral porque siempre se ha considerado que al hablar de votos constitucionalistas o independentistas se hace en relación a los útiles, los que sirven para elegir diputados. Por tanto, quedan excluidos los que van a parar a los grupos extraparlamentarios. En esos términos, el soberanismo se ha quedado en el 48,1%, por debajo del 50%. Como había ocurrido hasta ahora.

Pero como titular, la superación del 50% recogía un mensaje supuestamente nuevo que además tenía la virtud de ocultar la cruda realidad para las huestes del nacionalismo convergente: los republicanos les habían ganado por primera vez en papeletas y escaños. Eso sí que era una noticia.

Aquel lead, borreguil y apresuradamente recogido por todo tipo de cronistas a última hora del domingo, fue reproducido después incluso por la prensa extranjera y ha quedado en el poso de las informaciones posteriores como síntesis de la jornada electoral. Un auténtico hallazgo.

El 14F se puede resumir de muchas maneras, algunas bastante menos falsas que la difundida desde Waterloo por boca de Laura Borràs para disimular la pérdida del 40% del apoyo electoral que había sufrido la lista que ella encabezaba. Había otras posibilidades para titular. Por ejemplo, cuál era el partido al que no afectaba la subida de la abstención en 24 puntos respecto a 2017; o la irrupción de Vox en barrios obreros de voto tradicionalmente de izquierdas, incluso comunista. Pero la idea-fuerza elegida triunfó de inmediato y tenía la virtud añadida de seguir enredando a ERC en el proyecto suicida del fugado.

Los republicanos, que han visto como su electorado respalda la política de diálogo con Madrid, vuelven a ser el objetivo de la presión convergente y carecen de capacidad para zafarse, tal como se ha visto en las reacciones de sus dirigentes a la hora de analizar los resultados. En lugar de poner en valor el apoyo cosechado, siguen con el mismo discurso de confrontación, como si la campaña aún estuviera viva.

Quizá por eso Puigdemont quiso aprovechar ayer este momento de zozobra de sus odiados compañeros de viaje para anunciar la resurrección del Consejo por la República, el órgano que debería tomar las riendas del país después de que él y los suyos hayan perdido 380.000 votos.

Sobrao como va cuando trata con los republicanos, dejó caer la amenaza sutil de unas nuevas elecciones. Un desafío que no debería arredrar a ERC, primero, porque no está en su mano abocar a una segunda ronda --hay otras opciones--; y segundo porque las elecciones las carga el diablo: solo hay que ver los resultados de las generales del 28A y del 10N en 2019 para comprobar que el que las provocó fue el que más perdió.