Ha ocurrido. Como si fuera la crónica de un desastre anunciado, la Comunidad de Madrid ya es la primera economía de España, con el 19,2% del PIB. Por detrás queda Cataluña, a sólo dos décimas, con el 19%. El hecho es que los gobernantes sacan pecho por las mejoras económicas de sus comunidades, y en Madrid los responsables políticos han señalado que todo se debe a la apuesta por una economía más abierta, de talante liberal. Si se analizan los números en detalle se comprueba otra cosa, y es que las economías de Madrid y Cataluña son muy distintas, y que lo que realmente se debería celebrar es que España cuente con dos motores tan importantes y diversificados.

Se cierra el año con ese dato económico que para Madrid supone un triunfo, porque también se trata de un pique político que debería ser percibido como algo sano. Sí, hay algo de competición deportiva, en gran medida porque la evolución histórica de España, como país, tiene sus características propias y dista mucho de lo sucedido en Francia. Para un ciudadano francés, no hay más capital que París, y no le duele en absoluto que Îlle de France, la región de París, acumule hasta el 33% del PIB de todo el Estado.

Puede ser un ciudadano del sur de Francia, en una zona empobrecida, pero que admira la ciudad de París, a la que acude periódicamente. Aunque es cierto que el fenómeno de los chalecos amarillos muestra un gran descontento por el abandono de muchas zonas rurales. En cambio, para un catalán, aunque no sea independentista ni un nacionalista convencido, siempre tendrá Barcelona como referencia. Aunque Madrid sea su capital, como español, Barcelona también lo es. Y para muchos, de hecho, es la única capital.

Por ello, esa competición puede haber hecho mella en la autoestima catalana porque, de momento, Madrid la está ganando. Pero las cosas se deberían ver desde otra perspectiva. Si supuestamente el Estado español --utilizando el argot de los nacionalistas-- ha apostado por Madrid, como proyecto político y económico --esa es la idea que machaca una y otra vez Ferran Mascarell, el que fuera delegado de la Generalitat en Madrid--, entonces que Cataluña mantenga su peso en el conjunto del PIB es todo un éxito.

Cataluña lleva décadas, bajo el franquismo y con la democracia, con ese porcentaje: alrededor del 19%. Es Madrid la que ha levantado el vuelo, y es el resto de España el que también ha mejorado posiciones. ¿Es positivo? Lo es, desde la premisa --entre otras-- de que al conjunto de los catalanes, empresarios y consumidores, le interesa que toda España tome más cuerpo, crezca más y sea más competitiva.

España tiene un modelo económico, aunque es evidente que mejorable y con carencias, que dista mucho del modelo del Reino Unido, de Francia o de Italia, en los que Londres, París o Milán acumulan el mayor peso del PIB en sus respectivos países. ¿Es mejor esa centralización a partir de urbes que se lo comen todo?

Es decir, y ahí reside la paradoja: España, en la práctica, es un país con dos capitales, con dos motores económicos distintos: todavía con un peso del sector industrial, en el caso de Cataluña, y con una preponderancia en el sector servicios, y en las finanzas en el caso de Madrid.

¿Qué debería pasar? En un momento histórico en el que las políticas identitarias han cobrado un gran protagonismo --Fukuyama lo ha escrito con fundamento--, en el que es importante sentirse reconocido --más allá de que eso se base en una necesidad real--, España podría traducir esa doble capitalidad en algo tangible. Para muchos catalanes, eso es importante. Y para muchos ciudadanos del resto de España, también se entendería. Quizá haya llegado el momento. Feliz 2020.