Así que se trataba de eso... De la negativa de Miquel Iceta a solicitar formalmente una reunión con ERC para ¿pedir? ¿suplicar? que le apoyaran como senador autonómico. Curioso ese descubrimiento del protocolo/cortesía parlamentaria que, desde aquellos fatídicos días 6-7 de septiembre de 2017, tanto republicanos como neoconvergentes se han pasado por el forro.
Poca o nula autoridad moral tiene el partido de Oriol Junqueras para exigir formalidades en las negociaciones. Y aunque es aconsejable huir de los tópicos, sobre todo si son políticos y son alimentados por el enemigo, hay que decir que en todo este proceso de acoso y derribo al líder del PSC han aflorado los complejos que siempre se han atribuido a ERC.
Cabe preguntarse ¿de verdad quieren los republicanos ser un partido de gobierno? Porque, hasta ahora, lo han sido a modo de satélites de otras formaciones --antes los socialistas, después la derecha catalana de Artur Mas y en la actualidad ese ente indeterminado (ahora se llama transversal), liderado por clases acomodadas con ínfulas antisistema que es Junts per Catalunya--, pero nunca se han atrevido a soltar lastre y marcar posiciones. Ni en las políticas económicas del Govern --fiscalidad y vivienda, claves para una formación que se dice de izquierdas y progresista--, ni en el acoso del equipo de Carles Puigdemont, al que critican en petit comité, pero pocas veces en público.
Todo esto viene al caso de que en ERC, el concepto lealtad institucional es muy relativo. Quizá el motivo sean las discrepancias internas dentro de una formación que, si no lo es, actúa como acomplejada. Para ser un partido con vocación de gobierno, hay que serlo y parecerlo. Y, de momento, las grandes hazañas políticas que nos ha dejado Esquerra son la espantá del Estatut y el voto en contra a unos presupuestos generales del Estado con el consiguiente avance electoral que, atención al ojo clínico de ERC, se saldó con la irrelevancia más absoluta del independentismo en el Congreso. Y mucho más en el Senado.
Es posible que la rabieta infantil que ahora tienen los republicanos proceda de ese fallido intento de ser influyentes en Madrid. El 28A les convirtió en hegemónicos en Cataluña, sí, pero ¿hay alguien más para pactar en unas futuras elecciones autonómicas? ¿De nuevo Puigdemont y su acoso a Roger Torrent en el Parlament? ¿Los comunes con los que Junqueras estrechó lazos en casa de Jaume Roures?
El cortoplacismo de ERC, o de una parte de su cúpula, es clamoroso. Y no será por el mimo recibido por parte de algunos sectores políticos y empresariales, que siempre han visto en Junqueras a la gran esperanza catalana del desbloqueo secesionista. O quizá por eso mismo, dado el proverbial miedo de Esquerra a ser tildada de traidora o al remonte electoral de Puigdemont, que es muy posible, pues los herederos del pujolismo siempre han tenido una gran capacidad de rearmarse electoralmente. A pesar de corruptelas y recortes a los que, conviene recordar, ERC prometió “tolerancia cero”.
Ese espectro neoconvergente sí que vive desacomplejado. Mientras el consejero catalán Damià Calvet hace negocio con la vivienda y reduce tanto el presupuesto como el parque público a la mínima expresión, ámbito que CDC ha controlado durante 30 años, la alcaldable de Barcelona, Elsa Artadi, se atreve a cuestionar la gestión de Ada Colau. Asimismo, TV3 toma partido y retransmite el debate de los candidatos a las europeas en las redes sociales como si solo existiera el ausente Puigdemont y su minuto de gloria enlatado. Sensacional la entrevista al director de la televisión catalana, Vicent Sanchis, en un medio afín tratando a los diputados de Ciudadanos como “esta gente”. ¿Recuerdan cuando el Govern hablaba de la BBC catalana?
Sí, CDC ha tenido esa clase de ínfulas, léase, complejo de superioridad. Las generaciones venideras han dado un paso más allá y ya exudan supremacismo. Dediquemos unas líneas a Jordi Graupera, quien aspira a gobernar la ciudad de Barcelona con un ideario, según el cual, “los inmigrantes de los 60 fueron utilizados como carne de cañón por el régimen a fin de diluir la cultura catalana”. Nunca una frase encerró tanto clasismo. Pero cuidado con criticarla, que el ínclito atribuye la polémica a una “falta de comprensión lectora” o a que los hijos de esos “colonos” estamos acomplejados. Si no quieres prepotencia, toma dos tazas.