TV3 sugiere que el catalán está al borde de la desaparición. Así lo insinúan sin ser refutados casi la totalidad de los testimonios de supuestos expertos en materia de lengua que protagonizan el documental (por llamarlo de alguna forma) Llenguaferits emitido hace una semana.

Sin embargo, los datos dicen lo contrario. Nunca tanta gente a lo largo de la historia había conocido ni utilizado el catalán como hoy. La lengua catalana está en su mejor momento. El 76% de la población adulta de Cataluña la usa a diario. La Unesco no la incluye en la lista de las 2.500 en peligro. Al contrario, pone el catalán como ejemplo de una de las pocas "lenguas minoritarias" de Europa que "no corren el menor peligro".

La propia directora general de Política Lingüística de la Generalitat, Ester Franquesa, ha reconocido este lunes --durante la presentación de la Encuesta de Usos Lingüísticos de la Población 2018-- que “la transmisión del catalán de padres a hijos no se rompe, sino que crece año tras año”, de hecho, “la población adulta habla más catalán con sus hijos que con sus padres y abuelos”. Lo que le ha llevado a concluir que se trata de una “señal de la buena salud lingüística del catalán, cuyo comportamiento no se corresponde con el de una lengua minoritaria en recesión”.

Entonces, ¿a qué responden los discursos apocalípticos que aseguran que el catalán está herido de muerte?

El nacionalismo catalán tiene en la lengua uno de los pilares básicos de su proyecto y eso es incompatible con permitir la convivencia entre el catalán y el español en igualdad de condiciones. Los dirigentes nacionalistas han dejado claro que el catalán es “el nervio de la nación” (Pujol) o “el ADN de Cataluña” (Maragall) y que tocar cuestiones como la inmersión lingüística escolar obligatoria exclusivamente en catalán --ilegal, según los tribunales-- se consideraría un “casus belli” (Mas).

Y así lo han plasmado en todos los textos legales que han podido --empezando por el Estatuto-- y que definen el catalán como “la lengua propia de Cataluña”, lo que deja en una suerte de limbo a los catalanes que tienen como lengua propia el castellano, pese a que son mayoría.

Algunas entidades que cuentan con el favor económico y político de la Generalitat y del resto de administraciones de Cataluña van más allá. Es el caso de Plataforma per la Llengua, que reclama que el español deje de ser lengua oficial en Cataluña.

Y son los datos difundidos por esta entidad los que han generado la última oleada de ira por parte del nacionalismo lingüístico catalán, cuando en su estudio InformeCAT 2019, publicado en junio, alertan de que “solo el 24,3% de las conversaciones en la hora del patio en los centros educativos de Cataluña son en catalán, en las etapas de los estudios obligatorios”. Un porcentaje que baja al 14,6% en el caso de “las conversaciones de los alumnos de ESO en el patio en las zonas urbanas”.

En el documental citado al principio del artículo, el director del Centro de Investigación en Sociolingüística y Comunicación de la UB (CUSC-UB), Francesc Xavier Vila, explicaba que “en el momento en que da igual hablar una lengua que otra con una misma persona y todo el rato estoy cambiando entre las dos lenguas quiere decir que las dos son igual de propias para nosotros. Si son igual de propias para nosotros, si son exactamente iguales, hay una que sobra”.

Al contrario de lo que siempre se había dicho, al nacionalismo lingüístico no le basta con que todos los catalanes dominen el catalán. Es insaciable. Quieren que el castellano deje de ser la lengua propia de los catalanes castellanohablantes. Quieren que los castellanohablantes dejen de ser lo que son. No soportan que los ciudadanos utilicen la lengua que les dé la gana. No soportan la libertad.