Esquerra Republicana de Cataluña (ERC) ha sido, históricamente, una amalgama ideológica que encontraba siempre un denominador común: la defensa de la nación catalana. En los tiempos de la Transición e, incluso, años después, cuando la imagen del partido era Heribert Barrera, muchos ciudadanos catalanes expresaban un comentario que ahora sería políticamente incorrecto, pero que define a la perfección la idea que ha transmitido el partido, le guste o no: “Ese señor no me acaba de gustar, es catalán-catalán”. ¿Qué quería decir? Que miraba y defendía a una parte, que buscaba siempre una dialéctica entre el “nosotros” y el “ellos”, interna, y que se puede comprobar en los debates televisivos de la época, como La Clave, el programa añorado que dirigía José Luis Balbín, con todos los candidatos a las elecciones autonómicas de aquel año, del 29 de abril, que dieron la primera mayoría absoluta a Jordi Pujol, sustentado por ERC desde 1980.

Esa idea del “catalán-catalán” se ha ido transformando, con esfuerzos de las distintas direcciones del partido. No es un problema exclusivo de Esquerra, porque también ese comentario encajaba como un guante con expresiones de otros dirigentes de Convergència y de Unió Democràtica. La cuestión era y es que un partido que se reclama de izquierdas casi nunca ha puesto el acento en ese eje ideológico. Si el nacionalismo se ha asociado a la derecha --eso es así históricamente, aunque el nacionalismo catalán siga responsabilizando de esa maldad a Jordi Solé Tura-- Esquerra no supo o no quiso marcar una frontera clara ni trabajó nunca en el área metropolitana de Barcelona, que sigue mostrando sus dudas sobre “los catalanes-catalanes”.

Ahora ha entrado con cierta presencia en esa parte del territorio, pero queda muy lejos --los postconvergentes, de hecho, han desaparecido por completo-- de los resultados que han obtenido los socialistas o los comunes. ¿Por qué? Si fuera por una cuestión sociológica, el PSC no habría logrado esos guarismos en ciudades como L’Hospitalet. Por una cuestión biológica, muchos de aquellos vecinos de otras latitudes de España ya han desaparecido. Son sus hijos, nietos, y ciudadanos de cualquier otra procedencia que han querido confiar en gobiernos socialistas. ¿Por qué?

Es una lección que debe interiorizar Esquerra. La primera es saber qué quiere ser: un partido de izquierdas no clásico --es el único de la izquierda en Cataluña que no abrazó nunca el marxismo, aunque sí los que llegaron desde el PSAN, como Carod-Rovira o Josep Huguet-- con algunas gotas de liberalismo: eso lo intentó Joan Puigcercós. Parece que esa es la línea. Pero nunca nada está claro en ERC. ¿Puede dar seguridad de ello la actual dirección, al margen de lo que pase en Barcelona y de la situación de los políticos presos, entre ellos Oriol Junqueras?

Pero lo más importante, aunque está relacionado, es saber a quién quiere representar Esquerra, y ahí entra, de nuevo, la cuestión nacional. Los objetivos políticos son todos legítimos si no pasan por la violencia. ¿Pero tiene sentido mantener la bandera de la independencia, que significa romper el universo afectivo para más de la mitad de los ciudadanos catalanes? Porque, hasta ahora, a pesar de algunas excepciones que confirman la regla, lo que ha provocado el independentismo es reforzar la idea inicial que se tenía de un político como Heribert Barrera: “Es catalán-catalán”. Las divisiones políticas que se han producido reproducen casi de forma mimética esa división social y lingüística. ¿Eso quieren los republicanos, mantener en el tiempo esa fractura?

Es su momento, eso está claro. Tienen implementación territorial, ambición, cuadros, ganas de hacer las cosas bien. Y aspiran a gobernar Barcelona pero, antes, están en juego otras cosas. ¿Utilizará Barcelona Esquerra para la causa independentista cuando llegue el otoño caliente en vísperas de la sentencia del Supremo? La responsabilidad de ERC reside en la necesidad de pensar en algunas pocas cosas: gobernar, atender las carencias de la sociedad catalana, no forzar nada, defender el autogobierno, y respetar a las distintas fuerzas políticas.

Porque, en esa tesitura, en un momento de máxima tensión, a partir de las negociaciones para formar el gobierno de Barcelona, ¿se pueden entender las palabras de Ernest Maragall, un político que ha desarrollado su carrera política en el PSC, que ha visto cómo su expartido dignificaba los distintos barrios de la ciudad, que ha conocido lo mejor de la política catalana en los últimos 30 años? ¿Se puede interiorizar, como si nada, estas palabras?: “El PSC de hoy ha malvendido todo su carácter propio y se ha convertido en una sucursal de la vergüenza, instalada cada vez más en la total negación del diálogo”. ¿Seguro? ¿Sucursal de la vergüenza?