La entrevista a Oriol Junqueras publicada el sábado pasado en El País deberían tenerla muy presente los líderes políticos nacionales en los próximos tiempos. Las respuestas del presidente de ERC --el partido que para algunos representa el independentismo sensato y posibilista-- muestran su verdadera cara: la de un fanático rebosante de odio, rencor, resentimiento y sed de venganza.

Las palabras de Junqueras son desoladoras para los que apostaban por él como el mejor interlocutor con el que desinflamar el desafío secesionista. Si esta es la cara más ponderada del nacionalismo catalán, cómo serán el resto, se deben de preguntar los cándidos que hasta ahora pensaban que es razonable pactar con los que hace poco más de dos años se lanzaron a por la independencia a las bravas.

El máximo dirigente de ERC deja muy clarito de qué va el nacionalismo catalán: no solo no se arrepienten del procés unilateral e ilegal (“lo que hicimos en otoño de 2017 estuvo bien hecho”) sino que advierten de que lo volverán a hacer en cuanto tengan la oportunidad (“la lección es que lo hicimos para poder volverlo a hacer”, “era la manera de ganarnos el derecho a volverlo a intentar”). Una posición que reafirmó su número tres, Pere Aragonès, el mismo sábado con una desacomplejada defensa de un chantaje en toda regla: “Si la negociación con el Gobierno no avanza, volveremos a ejercer la autodeteminación”.

En todo caso, es cierto que el tono chulesco de Junqueras durante toda la entrevista genera cierta sorpresa. Yo soy un firme convencido del efecto pedagógico de la cárcel, pero es evidente que, en el caso del líder de los independentistas moderados, dos años a la sombra no han sido suficientes para lograr el pretendido objetivo didáctico.

La conversación con Junqueras también refleja el particular concepto que el convicto tiene del diálogo (al que apela en varias ocasiones), para el que es un sinónimo de aceptar el derecho a la secesión (“esa vía [unilateral] la impuso el Estado diciendo no a todo”).

El odio de Junqueras a España es inabarcable: tiene “un sistema judicial y un aparato del Estado de marcados tics franquistas”, “el Estado se esfuerza a diario en demostrar que es digno heredero de la dictadura”, “la Fiscalía lanza acusaciones falsas y no pasa nada”, “el Ministerio del Interior se inventa pruebas falsas y no pasa nada”, “la justicia condena a inocentes y no pasa nada”...

Y su revanchismo le aleja de la imagen piadosa que había tratado de cultivar de sí mismo (“los partidos con los que hemos negociado siguen mostrando dosis de inhumanidad alucinantes: saben que somos inocentes y siguen callando”, “será un placer cruzarme con los socialistas catalanes cuando salga de aquí y ver si aguantan nuestras miradas”).

Junqueras, además, avala las declaraciones de la diputada de ERC en el Congreso Montserrat Bassa en las que aseguró que le “importa un comino la gobernabilidad de España”. Y salta a la yugular del periodista cuando le pregunta si engañaron a los catalanes prometiendo una independencia imposible: “Y una mierda. Y una puta mierda. Dijimos la verdad: que el procés tenía que acabar en la independencia. Eso se impidió con palizas, cárcel, destituyendo gobiernos y cerrando parlamentos”. Una respuesta que da la razón a los juristas que mantienen que los líderes del procés cometieron rebelión, y no sedición.

La entrevista a Junqueras es una lección magistral de lo que es el nacionalismo catalán y demuestra que no existe el independentismo no nacionalista, ni el nacionalismo moderado, por mucho que algunos terceristas se esfuercen en buscarlo. También es un aviso nítido de cuáles son las intenciones de ERC. Que no diga luego nadie que no lo sabía.