La pregunta provoca un enorme vértigo, pero es pertinente: ¿para qué se deseaba recuperar la Generalitat? El prestigio de una institución que galardonaba a Vaclav Havel y a Richard von Weizsäcker, con el Premio Internacional Cataluña en 1995, bajo la presidencia de Jordi Pujol, ha quedado sepultado tras muchos años de dejadez, apatía y uso partidista. La Generalitat está fuera de los grandes debates europeos e internacionales y su influencia interna, doméstica, antes enorme, ha quedado barrida. No es que haya muchos referentes, pero la Generalitat no es uno de ellos.

Esa situación la ha alcanzado a pulso el independentismo, con una batalla interna por el poder de una intensidad temible para sus propios protagonistas. Lo ha sufrido en sus carnes el abogado Jaime Alonso Cuevillas, aunque él también se lo ha buscado, jugando en un campo que no le era propio. El caso es que está fuera de la Mesa del Parlament por atreverse a decir las verdades del barquero.

Las cúpulas de Junts per Catalunya y de ERC han interiorizado que lo mejor que pueden hacer es apurar el tiempo. La tensión acumulada, el temor a repetir las elecciones y las propias demandas de los suyos provocarán un acuerdo en el último minuto, con el único propósito de mantenerse en pie en la Generalitat, ganar tiempo, y esperar a que la recuperación económica pueda facilitar la convivencia interna como mínimo durante los dos próximos años. Una cuestión que nadie ignora en los despachos de la presidencia de la Generalitat, ni en el departamento de Economía, es que las comunidades autónomas tendrán dinero, todo el que necesiten. No será tan complicado gobernar aunque, eso sí, los avances del Gobierno central se intentarán recuperar en dos años, cuando lleguen las liquidaciones por las partidas ofrecidas a lo largo de 2020.

No es, por tanto, una situación similar a la crisis que se vivió a partir de 2008, con recortes tan importantes que la Generalitat estuvo a punto de no poder pagar a sus propios funcionarios. La deuda de la administración autonómica se ha incrementado, hasta los 80.000 millones de euros, pero resulta que el 80% de esa deuda está en manos del Tesoro español. ¡Vaya paradoja! ¿Cómo sería posible la independencia en ese estado de salud?

El independentismo, sin embargo, sigue jugando con el Consell per la República, pendiente de la situación personal de Carles Puigdemont, y ha deteriorado hasta puntos insospechados a la propia institución. La gran suerte es que la inercia es todavía fuerte y la Administración sigue funcionando, con una calidad todavía aceptable. Pero no hay dirección política, no hay planes a medio o a largo plazo. De hecho, no existen ni a corto plazo. Y el Govern que sigue en funciones no demuestra que esté pendiente de la situación, con el republicano Pere Aragonès acongojado tras la pinza que ha puesto en marcha JxCat, con Laura Borràs al frente del Parlament, y Puigdemont y Jordi Sànchez al frente de esa maquinaria del poder que ha sido siempre Convergència Democràtica de Catalunya.

Es el independentismo y no los partidos de ámbito estatal (argot nacionalista) el que se burla de la Generalitat, el que deja a los pies de los caballos una institución que lideró todos los debates para reforzar el autogobierno de las comunidades autónomas. Es el independentismo el que ha degradado ese autogobierno, porque ha decidido que no quiere gobernar, que es demasiado complicado e implica dar respuestas a las continuas demandas de los ciudadanos.

Porque si quisiera levantar la institución, si deseara recuperar el prestigio y buscar una salida que fuera positiva para toda la sociedad catalana, el acuerdo ya se hubiera producido, con el nombramiento de consejeros que no pudieran ser contestados por su preparación y que, al margen de la ideología que pudieran profesar, tuvieran la personalidad suficiente para sacar a este territorio de una crisis muy grave. Y es que no se trata sólo de una crisis económica, de lidiar con los sectores más afectados por la pandemia del Covid, como la restauración o la hostelería, sino de enfocar Cataluña hacia un futuro plausible, con una buena selección de los sectores económicos que deberían actuar como motores, con planes para preparar a las nuevas generaciones, con proyectos claros para que la comunidad no sea una de las que lideran --como ocurre ahora-- el fracaso escolar.

El autogobierno se debe reivindicar y reforzar, ¿pero con quién al frente? Los gobernantes deben merecer esos puestos, y actuar como ejemplos para el resto de la sociedad. Sin embargo, la imagen que han ofrecido y las actuaciones que han ejecutado han dado lugar a pensar que la Generalitat no sirve para gran cosa. Y no se trata de que no se tengan atribuciones o competencias.

En Cataluña, pese a las apariencias, existe una sociedad civil que lucha, que tiene valores y los defiende. Y que, debido a la burla de la que es objeto la Generalitat por parte del independentismo, ha decidido actuar a partir de cosas concretas. Esa sería la mejor señal. ¿Un pequeño ejemplo? La respuesta de un grupo de padres y madres en Manresa que han decidido trabajar de forma conjunta para llevar a sus hijos a escuelas de alta complejidad, a pesar de las direcciones de muchos centros y del departamento de Educación. Aseguran esas familias que no se sienten “acompañadas”, pero que tienen claro lo que deben hacer para lograr una sociedad más cohesionada. Quizá ha llegado el momento de que esa sociedad civil --la que existe, la de verdad-- levante la cabeza y actúe sin mirar tanto a la Generalitat. Y sería una auténtica revolución que los propios votantes que depositaron su confianza en esos partidos que no son capaces de hacer nada, tomaran distancia y comenzaran a emanciparse, a independizarse realmente de quienes no han hecho otra cosa que engañarles.