Algún psicólogo debería aclarar determinada fijación con los fenómenos naturales. Los independentistas comenzaron a dar la matraca con el llamado Tsunami Democràtic, que tenía el objetivo de acorralar al Estado como respuesta a la sentencia de Tribunal Supremo que cambió la condición de presuntos delincuentes a la de condenados para una parte de sus dirigentes políticos. Siempre sin saber quién lidera y encabeza esos movimientos, ahora le ha llegado el turno a Huracà Democràtic.

Pasamos del tsunami al huracán. Y aún nos quedan los tifones, los terremotos, el maremoto y hasta las granizadas de gota fría. Pero fijándonos en este movimiento que quiere influir y conducir el sentimiento secesionista, lo primero que sugiere a sus seguidores sectarios es que cambien de banco. Todavía no dicen cómo lo harán, pero seguro que tienen una hoja de ruta que intentará alejar a los secesionistas de a pie de las entidades bancarias cotizadas, cada vez menos en toda España, y que conforman un sector financiero acabado de sanear, pero en permanente peligro.

Los bancos en España son como esos muñecos de feria contra los que está permitido disparar. Ya sabemos la sarta de estúpidas convenciones populistas que se utilizan sobre ellos: que son explotadores, que dan al que no tiene, que se lo llevan crudo, que colocan a los políticos en puerta giratoria… Pues, fíjense, aunque así fuera, que no lo es en absoluto, son mucho más transparentes que movimientos como los dos que se acaban de describir en manos del soberanismo. ¿Quién es Tsunami, quién es Huracà? ¿Hay un señor X del independentismo responsable de tamañas atrocidades, que rayan lo delictivo en la mayoría de las ocasiones?

El independentismo arrastra en su carruaje ideológico toneladas de confusiones. La de confundir el poder financiero con el Estado es otro más de los muchos que forman parte de su mantra. No, los bancos no son el pilar de un sistema político, son el sistema nervioso de cualquier economía, sea cual sea su forma de organización administrativa. Ese error de foco no dista en esencia de otros empleados hasta la fecha, como considerar que la economía puede paralizarse para conseguir reivindicaciones políticas sin afectar a quienes las piden o a sus propios objetivos.

Cambien de banco, les dicen a sus partidarios. Y luego sean insumisos con la hacienda pública española. Les falta sólo incluir una tercera actuación: defecar colectivamente sobre los centros comerciales. Puestos a ganar el premio a la estupidez reivindicativa, el señor X del independentismo y sus mariachis están haciendo méritos para conseguir el galardón.

A la banca española hoy le preocupa poco qué pase en Cataluña o en cualquiera de sus mercados en términos políticos y mucho más cómo maniobran los grandes gigantes tecnológicos (Google, Facebook, Amazon…) para arrebatarles el negocio de intermediar el dinero. En la edad media europea, en los mercados de Florencia se situaban los prestamistas y usureros. Cuando alguno de ellos entraba en crisis porque el negocio se le había ido de las manos, el resto de competidores golpeaba su mesa de operaciones, una especie de banqueta donde atendía a los clientes, hasta destrozarla por completo. Esa acción dio pie a lo que hoy conocemos como bancarrota, que es lo que todos los estados intentan evitar en su sistema bancario. Pero no porque las entidades formen parte de la organización administrativa y política de cualquier territorio, sino porque su crisis afecta al bienestar de sus ciudadanos, de su economía, del empleo… Y la banca convencional puede acabar con la mesa rota de la antigua Florencia según cuál sea la evolución de los grandes operadores tecnológicos.

Esperar que los líderes religiosos del independentismo comprendan esas premisas de funcionamiento de las sociedades modernas es difícil. No en vano, su ideología contiene rasgos de tal simplicidad que incorporarle cualquier razonamiento con un mínimo de sofisticación y de visión plural de la realidad es quimérico. Basta con acordarnos de que todos sus movimientos y posiciones políticas, una vez contrastada la imposibilidad de su acción, sólo procuran el máximo daño. Un quebranto que están dispuestos a aceptar, aunque en ocasiones se lo inflijan en sus carnes sin siquiera ser conscientes. Dicho esto, vendría bien preguntarles qué saben de las cajas de ahorros catalanas que gobernaban dirigentes de CiU y ERC. Igual entre sus líderes pueden reunir alguna pista.