Son malos tiempos para el periodismo. En plena era de la digitalización, el acceso a la información y a las fuentes es más complicado que nunca. Hay que desconfiar de todo. Lo estamos viendo con la guerra en Ucrania. Proliferan en la red imágenes de tiempos pretéritos como si fuesen actuales. La desinformación al poder. Las redes sociales nos han traído cosas muy buenas, pero también la proliferación interesada de fake news. Y la rápida difusión de titulares como este: Unos gitanos ucranianos roban un tanque al ejército ruso. Se ha repetido en diversos medios. “Ji, ji, ja, ja, qué risa, unos granjeros gitanos de Ucrania robando un carro de combate a los malvados rusos”, pensarán algunos. Flaco favor le hacemos a esta etnia si la seguimos vinculando con la delincuencia aunque, como en este caso, parezca que es por una buena causa. Con estas palabras se perpetúa el estigma.
El colectivo gitano lleva mucho tiempo tratando de concienciar a los periodistas acerca del tratamiento de las informaciones –casi siempre negativas– en las que se ven implicados miembros de esta etnia. El recurso fácil, la costumbre, el subconsciente o llámese como se quiera empuja muchas veces a titular por “un gitano…” y lo que siga. Eso no quiere decir que, en ocasiones, este apunte pueda estar justificado, pero no acostumbra a ser así. No hace falta decir que malos los hay en todas partes –solo hay que mirar a Moscú en estos momentos– y que la mayoría de la gente es buena o, por lo menos, trata de ganarse buenamente la vida sin hacer mucho ruido y en busca de tranquilidad. Así mismo, cuando los romanís son noticia por su contribución a la cultura –hay muchos artistas con estas raíces– se omite en los títulos –y, a veces, en las informaciones– su condición.
La influencia de los medios en la construcción de un imaginario, sin embargo, no se restringe a los gitanos. Hace unos días, Crónica Directo entrevistó al dúo Delaporte y Sandra, una de los dos componentes, hizo una interesante reflexión acerca del tratamiento que se ha hecho de la pandemia: “Pones las noticias y es un bombardeo permanente que no me parece natural ni sano; lo que estáis haciendo tiene una responsabilidad, un impacto directo sobre la salud mental de la población, y lo estáis haciendo como si no hubiera ninguna consecuencia”. La pandemia, cierto es, nos cogió a todos desprevenidos. Cada día llegaban montañas de datos casi indescifrables, palabras contradictorias desde el poder, y ha sido un trabajo duro e interesante por lo dicho más arriba: hay que desconfiar de todo. Y también es verdad que, muchas veces, lo que se podía ver en las noticias o leer en algún periódico era mucho más alarmista de lo que ocurría en realidad. Ojalá hayamos aprendido algo con esta crisis sanitaria, aunque con lo pronto que olvida el ser humano…
Otro asunto delicado es el de los suicidios. Hasta hace no tantos años se convirtió en un asunto tabú porque se decía que hablar de ello tenía un efecto contagio. Ahora ya no lo es, y no debe serlo; hay que hablar de ello, ya que tratarlo puede ayudar a muchas personas. Pero, en diversos casos, se ha pasado al lado opuesto: se explica con todo lujo de detalles cómo una persona se ha quitado la vida. Eso es tan peligroso como innecesario. Con motivo de la trágica muerte de Verónica Forqué, los especialistas en salud mental se apresuraron a explicar que “hay que informar, pero sin dar detalles”. Ya era tarde. En otros casos, en cambio, es tan difícil ponerse en el lugar de alguien que, por poner un ejemplo, sufre un cáncer, que se emplean términos poco adecuados para explicarlo, como ha manifestado recientemente la periodista Julia Otero, que ha vuelto al trabajo tras superar la enfermedad y ha tomado conciencia de lo que viven los que la padecen.
El colmo es cuando son los representantes públicos quienes se lanzan a iniciar un debate u orientar un pensamiento –que es la mayoría de las veces–. Con la pandemia ha quedado clarísimo. Pero el último caso lo encontramos en Cataluña –¡qué raro!– tras, y para cerrar el círculo, unas declaraciones del alto representante de la UE, Josep Borrell, acerca del presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, de quien ha aplaudido su determinación por quedarse en su país en plena guerra: “No es el tipo de líder que sale escondido en un coche”. Borrell, que de esto sabe un rato, no ha aclarado a quién se refería. Pudo hacerlo al expresidente ucraniano Víktor Yanukóvich, que huyó de este modo en 2014. Pero el independentismo ha interpretado que se refería a Carles Puigdemont, el presidente catalán que se fugó de España escondido en un coche tras el 1-O y la DUI. El Govern se ha sumado a las críticas: “Debe dimitir”, “no está a la altura”, “ofende a miles de catalanes”... Sin embargo, preguntada la portavoz del Ejecutivo catalán, Patrícia Plaja, sobre si habían verificado que el exministro se acordó de Puigdemont con sus declaraciones, se limitó a decir: “Pregúntenle a él”. Pero su mensaje de indignación ya estaba circulando. Y así todo.