En la magnífica y concurrida terraza del Hotel Villamagna de Madrid, en los inicios de la actual Crónica Global, conversé por espacio de unas dos horas con un singular personaje. Recuerdo que una de las preguntas que le lancé durante nuestro encuentro guardaba relación con el uso que iba a darle a la enorme fortuna que había acumulado en sus años en el mundo de los negocios ahora que había decidido retirarse por completo. Más allá de relatarme que participaría en actividades vinculadas con su tierra natal, no ocultó el interés por arruinar la carrera de algunas personalidades sobre las que lanzaba pestes de forma sincopada y casi compulsiva: Isidro Fainé, Juan Carlos I, Antoni Brufau, Francisco González... Se ocuparía de ellos hasta el final de sus días vino a decir.

El interlocutor en cuestión no era otro que Luis del Rivero (Murcia, 1949), el ingeniero que había amasado una suculenta y millonaria suma de dinero gracias a su paso por la constructora Sacyr. Al susodicho se le había despertado el hambre de poder económico unos años atrás y se lanzó a dos conquistas empresariales que le costaron al final su relevante posición en la empresa que ayudó a levantar. Ni corto ni perezoso intentó tomar el control del BBVA que pilotaba entonces Francisco González en 2004 y para ello no dudó en alinearse con el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero. Fracasó. Unos años más tarde, a finales de 2011, su voracidad empresarial seguía indemne e intentó tomar el mando de la petrolera española Repsol gracias a un acuerdo con los mexicanos de Pemex. Volvió a fracasar.

Del Rivero sigue de actualidad porque la Audiencia Nacional investiga las relaciones que el comisario José Manuel Villarejo mantuvo con algunos de los principales líderes de las grandes empresas españolas. BBVA, Caixabank, Repsol e Iberdrola son varias de las que mantuvieron algún tipo de relación con el corrupto policía.

En sus declaraciones judiciales, como en la conversación relatada, incluso en algunas llamadas telefónicas recibidas del ingeniero, siempre se apreciaba un hilo conspiranoide elevado a la máxima expresión. Ha llegado a decir que el incendio del edificio Windsor en Madrid le sirvió de aviso para allanarse en la operación BBVA. "Si hubiera proseguido con la compra, no hubiera conocido a mis nietos", sentenció en sede judicial. Del Rivero está consiguiendo al final de su carrera el que constituía su último objetivo: denostar la reputación de algunos de los principales hombres de negocio españoles de las últimas décadas que le hicieron naufragar en sus delirios de grandeza. La pena de telediario que supone la comparecencia en un banquillo judicial es para la gran mayoría de ellos un duro golpe reputacional en carreras profesionales que han tenido éxitos, valores y principios éticos que se destruyen con velocidad fulgurante en esta sociedad líquida que habitamos.

Dimas Gimeno, quien fuera presidente de El Corte Inglés, confesó a dos periodistas de este medio que el gran error del management de las grandes compañías había radicado en sus políticas de seguridad. Nos narró con todo lujo de detalles cómo los servicios de seguridad poseían una capacidad de chantaje enorme sobre quienes protegían. Los jefes de esos servicios eran antiguos policías, en su mayoría excomisarios, que acompañaban a sus clientes a todas horas y a todos los lugares para garantizar su seguridad. Pero también a sus esposas, hijos, amigos... Escuchaban todo tipo de conversaciones y asistían a buen número de reuniones, un universo relacional suficiente para disponer de tal nivel de información que acababa convirtiendo a sus protegidos en seres más vulnerables de lo normal si hacían un uso torticero de la información recabada. El ínclito Villarejo se movió bien en esos perímetros. Negoció con todos ellos y les sacó ingentes sumas de dinero por informes que en algún caso una empresa de business intelligence (un detective empresarial, para entendernos) hubiera logrado de forma menos comprometida, más económica y quién sabe si hasta en fuentes abiertas.

Porque, dicho esto, ¿a alguien le parece mal que el gran gestor de una corporación recabe toda la información posible sobre alguien que intenta forzar una operación de compra o de derrocamiento de manera hostil? ¿Se vulnera algún precepto ético o moral cuando alguien desea conocer quién tiene enfrente para defender los intereses de sus accionistas? ¿Es tiburoneo empresarial o es algo tan simple como la red de espías y servicios de inteligencia que tiene un Estado para defenderse de cualquier amenaza? Diríase que en estos tiempos de invasión populista todos somos sujetos con presunción de culpabilidad moral. Hacer acopio de información no es una práctica delictiva y el mejor gestor es quien cuenta con más datos para dirigir. Lo delictivo puede habitar en los usos y manejos ejercidos para obtener la información. No confundamos las ovejas churras con las merinas. Cuánto daño ha infringido a la sociedad toda esa caterva de políticos, políticas y polítiques de los últimos tiempos...

No siempre coincido con Isidro Fainé en sus formulaciones empresariales o visiones del mundo. Es fastidioso, sin embargo, no reconocer el enorme mérito global de su gestión ahora que se le ha situado bajo el foco de la justicia. Ha construido una verdadera obra social vinculada a un banco que ha mantenido vigoroso y alejado de la gran crisis financiera. Antes se compraban cuadros para incrementar los fondos de arte del grupo, hoy se compran Bankia y edifican el mayor banco en España. La Fundación Bancaria La Caixa desarrolla extensos programas sociales que son mucho más progresistas que todo el humo que sale de la boca de políticos supuestamente de izquierdas. No es caridad cristiana, es un sistema que se ha estructurado y que es indispensable en nuestra sociedad, como la enseñanza o la sanidad privada, tan complementaria a la indiscutible dimensión pública del bienestar.

Que Fainé y Brufau pasen por el banquillo del caso Villarejo es una decisión judicial respetable sobre la que poco cabe objetar. Trataron indirectamente con el comisario no con el objeto de atacar a nadie, sino para defenderse de quien sí lo pretendía. Leído el auto del juez, tampoco es para tanto. Esa fase en la que ha entrado el caso es resultado de algo más que la natural evolución de la justicia, es la victoria pírrica y en tiempo de descuento de Luis del Rivero, ese personaje conspirador y retorcido que aparece como un cromo repetido en los grandes acontecimientos empresariales de los últimos años. Y, hombre, incluso aquellos a los que los afectados les puedan parecer reprobables deberían entender que el arma de construir y deconstruir reputaciones es tan poliédrica que cualquier día pueden verse inmersos sin saber exactamente por qué. Cuando la justicia sentencia, el daño a la imagen ya está hecho. Y alguien ha ganado una guerra, aunque perdiera todas las batallas previas...