Cuando el domingo pasado Ernest Maragall celebraba el triunfo electoral no quiso olvidar el pasado de su nuevo partido y vinculó su victoria con la guerra civil, la caída de Barcelona y la alcaldía de ERC en aquel momento, enero de 1939. Incluso teatralizó la evocación aludiendo a que, como aquel que dice, mientras las tropas de Franco entraban por la Diagonal, el alcalde de ERC aún se mantenía firme en su puesto.

Es una épica dejada caer así como el que no quiere la cosa ante todas las televisiones con la que Esquerra quiere establecer un vínculo directo entre aquellos acontecimientos y sus diez concejales de ahora. El objetivo es reescribir la historia para establecer un paréntesis en torno a los 40 años de democracia, además de los 40 de dictadura. La normalidad se perdió en enero de 1939 y no se ha recuperado hasta el 26 de mayo: 80 años de oscuridad.

Ya han aparecido por ahí carteles con esa idea, la de borrar de la memoria unos acontecimientos recientes en los que él mismo tuvo un papel relevante, incluso como concejal en diferentes mandatos de Pasqual Maragall, su hermano.

Es de locos, pero ocurre. Una negación de la evidencia que se está generalizando. La practican los republicanos, como hicieron los jóvenes de Podemos cuando llegaron por primera vez al Congreso de los Diputados, de la misma manera que lo han hecho ahora los bizarros de Vox en su estreno. La historia no comienza hasta que ellos consiguen el primer papel del guion.

Pero es mentira. Lo que Ernest Maragall y los suyos no explican es que ERC ha sido irrelevante en los diez ayuntamientos que ha tenido Barcelona desde la restauración de la democracia. Han tenido que esperar a la 11ª legislatura para lograr el protagonismo ansiado.

Y eso no ha sucedido por la ausencia de un marco democrático, ni por carencias del sistema, sino porque Esquerra fracasó reiteradamente. De hecho, en tres legislaturas ni siquiera obtuvo representación; a cinco de las elecciones concurrió en nombre de diferentes alianzas y coaliciones; y presentó siete candidatos a la alcaldía: Joan Hortalà, Albert Alay, Carles Bonet, Pilar Rahola, Jordi Portabella, Ester Capella y Alfred Bosch. Más el octavo, que ha conseguido el récord de 10 de los 41 escaños del plenario.

La rotación de alcaldables evidencia el rumbo errático de los republicanos en sus últimos años. No en vano, en ese mismo periodo de tiempo, la organización ha tenido seis direcciones distintas, y todas ellas hicieron tabla rasa de la etapa anterior en cuanto llegaron al poder.

El interés del asunto no está en deslegitimar, o no, la estrategia de ERC, que es muy libre de utilizar la victoria electoral como mejor le parezca, sino señalar a través de un hecho reciente y concreto los elementos que usan ciertos movimientos políticos, como el independentismo, para reconstruir --y retorcer-- la historia.

Lo que nos contaba el exultante y nuevo republicano el domingo pasado es que la democracia murió en Barcelona hace 80 años, cuando Hilari Salvadó i Castell se vio forzado por las armas a dejar el consistorio, y que renace ahora cuando Ernest Maragall i Mira vuelve por la puerta grande. Así, barría a la vez los 40 años de dictadura y los 40 de democracia en los que, por cierto, ERC fue irrelevante.