Así no se puede trabajar. Vas al Parlament a escuchar a Quim Torra y mientras le oyes hablar de asambleas de electos, comisionados del 155 y comités de derechos humanos --nuestro presidente sigue convencido de que Cataluña vive una crisis humanitaria--, llegan las alertas sobre los nuevos miembros del Gobierno de Pedro Sánchez. El bajón es terrible. Pasado de agravios frente a futuro de cambios. Esa es la diferencia. Torra lo sabe, pero inasequible al desaliento, dice que no se rendirá.

El resto lo hacemos. Nos rendimos ante la excelente composición del Ejecutivo socialista, perfectamente diseñado para conciliar cuotas territoriales, paridad, ideologías diferentes, experiencia y juventud. Con alguna concesión al famoseo, eso sí. Nadie entiende el fichaje de Màxim Huerta como ministro de Cultura. Pero ¡qué demonios! Menos se entiende todavía de qué va el nuevo Govern, cuyos miembros solo están unidos por el independentismo y por la falta de pericia política. Con excepciones, obviamente.

En el novísimo consell executiu de Torra conviven cargos procedentes del gobierno de Artur Mas, miembros de PDeCAT empeñados en disimular su pasado convergente y sus peleas con Junts per Catalunya, el grupo creado por Carles Puigdemont, que teledirige el Ejecutivo desde Berlín, y dirigentes de ERC que navegan entre el liberalismo de sus socios y las políticas progresistas a las que renunciaron en favor de los recortes y las privatizaciones de sus socios. Para que luego digan que es el de Sánchez el gobierno Frankenstein por los apoyos parlamentarios logrados. Lo que ocurrió el pasado 1 de junio es que bloques irreconciliables se rompieron para propiciar un cambio de ciclo. Cataluña también está condenada a una ruptura similar para salir del spleen procesista. Y ésta solo puede venir de la mano de las fuerzas progresistas, es decir, de PSC, los comunes y ERC.

El Ejecutivo socialista es ilusionante, mientras que el catalán es una ilusión. Una impostura cuya acción de gobierno, seis meses después de las elecciones del 21D, se desconoce. El PSOE sabe perfectamente qué leyes debe derogar y cuáles aprobar. Torra no supo o no quiso aclarar ayer en la Cámara catalana qué tipo de políticas sociales, fiscales o industriales pretende impulsar, más allá de prometer nuevos “planes nacionales” que acaban en papel mojado y políticas de igualdad que, conocidos los precedentes, inducen a risa. Torra se ha reencontrado con la paridad olvidada en su primer ejecutivo fallido, pero está a años luz del predominio femenino del Gobierno de Sánchez. Eso sí, este presidente por accidente cuenta en el ámbito de comunicación con grandes profesionales como Joana Vallès, Olga Solé o Anna Figuera. Esperemos que sus jefes estén a su altura.