Si los madridistas viven en estado de éxtasis permanente desde el 8-2 que le endosó el Bayern al Barça y la posterior espantá de Messi, los constitucionalistas también se preparan para disfrutar de un deleite desmesurado a propósito de la guerra civil que promete destripar las entrañas del independentismo catalán.

Se acercan las elecciones autonómicas y las medias tintas se han terminado. Puigdemont y los suyos han decidido embestir sin remilgos a sus antiguos aliados del PDECat y a sus actuales socios de ERC. Con las cosas de comer, no se juega, y todo apunta que será una batalla sin cuartel en la que no harán prisioneros. “Esmolem ben bé les eines!”, ordenan a sus secuaces.

Los dirigentes más ultras y mediáticos de JxCat --entre los que abundan los presidiarios y los huidos de la justicia-- rompen sus carnets del PDECat y llaman al éxodo entre partidos. Y los tribunales acogerán el combate por la propiedad de las siglas.

Los puentes están dinamitados y ya no hay posibilidad de acuerdo entre los herederos de la Convergència del 3%. Y parece que el fugado de Waterloo tiene las de ganar. Mientras tanto, el verdadero artífice de la destrucción, Artur Mas, espera agazapado en un segundo plano para subirse a lomos del caballo vencedor.

El enfrentamiento entre JxCat y ERC también está desbocado. El president Torra --al que le quedan tres telediarios antes de su inhabilitación definitiva-- está decidido a reventar la mesa de negociación entre Gobierno y Generalitat, que era precisamente el triunfo con el que los republicanos --en su nuevo papel de pragmáticos-- pretendían presentarse ante los votantes. Dice el muy honorable que, si en la mesa no se negocia la fecha de un referéndum y la amnistía de los condenados por sedición, no acudirá a las próximas convocatorias.

Para acabar de vender el papel de que ellos son los verdaderos indepes y que los de ERC son unos flojos, Puigdemont llama a la “confrontación” con el Estado y anima a repetir la “revuelta democrática” de octubre de 2017. Y Torra le toma la palabra anunciando que tal vez vuelva a “desobedecer” a los tribunales cuando le inhabiliten. Pero, en todo caso, deja claro que “no se entendería que algún partido independentista presentara otro candidato” llegado el momento. De paso, el consejero Puigneró --el terraplanista adepto a las hilarantes conjeturas de Jordi Bilbeny-- desafía públicamente a Torrent a “elegir entre obedecer a España o defender a Cataluña”.

El actual circo del nacionalismo catalán lo completa la Lliga Democràtica, desmarcándose con una petición de indulto para los nueve cabecillas del intento de secesión unilateral. Al parecer, a los de Àstrid Barrio, Josep Ramon Bosch y compañía les parece que Junqueras, Forcadell, Romeva, Forn, Rull, Turull, Cuixart, Sànchez y Bassa deben salir a la calle cuanto antes, pese a que ni siquiera han cumplido tres años entre rejas. Y, no olvidemos que estos de la Lliga eran la esperanza blanca de los terceristas, el nuevo catalanismo.

No me negarán que la cosa tiene guasa: indepes navajeándose mutuamente, cismas entre los radicales que antaño dominaron a placer las instituciones autonómicas, un gobierno bipartito de los que organizaron el golpe de 2017 en total descomposición, catalanistas sin rumbo...

Si no fuera porque lo que nos jugamos los catalanes es cómo superar una pandemia mortal y afrontar una crisis económica sin precedentes, sería como para comprar palomitas y disfrutar del espectáculo.

Más le vale al constitucionalismo espabilar y presentar a los votantes un proyecto ilusionante, porque no tendrá muchas oportunidades como esta.