Tiene sólo 17 primaveras muy bien llevadas. Es una joven inquieta e inconformista. Prepara un estudio interesantísimo sobre cuestiones relacionadas con la naturaleza. El futuro fluye por sus palabras y sus actos. María es la hija de unos amigos íntimos.

Ayer, durante la sobremesa, me explicaba decepcionada que esta pasada semana, en el instituto de Barcelona en el que cursa el bachillerato, un profesor puso a debate entre los alumnos la situación política catalana. Nada extraño, habida cuenta de que el proceso iniciado por los independentistas ha invadido ya, ahora sí, todas las esferas del debate en el ámbito público y privado. Es lógico, que la escuela acabe impregnada por la discusión de unos hechos que tienen tamaña trascendencia para nuestro futuro colectivo. En Cataluña, por supuesto, pero en el resto de España, también.

El profesor preguntó a los alumnos qué pensaban sobre lo que sucedía. Una mayoría se mostró favorable a votar, porque los jóvenes estudiantes asociaban el ejercicio del voto con el ejercicio de la libertad individual y colectiva. Me dice que sólo unos pocos compañeros no están por la independencia, pero que prefieren no pronunciarse ni debatir con sus contrarios porque se sienten acomplejados al no formar parte de ese grupo aparentemente moderno e incrustado en la tendencia que conforma el pensamiento de una mayoría de los jóvenes que regirán Cataluña dentro de dos décadas.

La degradación de Cataluña se inició por la enseñanza y se consagró con los medios de comunicación locales

María, pese a que tiene familiares y amigos independentistas, fue la única de la clase que se atrevió a emplear su voz para poner en duda que la salida más conveniente para los catalanes sea la propuesta por los secesionistas. No tiene todavía madurados sus argumentos, pero sí que explicó que no se pueden hacer referéndums si uno se salta las leyes. El profesor, sorprendido, le dijo que eso era una opinión, como si la respuesta le molestase y alterase su discurso doctrinario ante el resto de los alumnos que, o bien compartían su postura, o sencillamente mantenían un prudente e ilustrativo silencio. Para adentrarse en las motivaciones que le llevaban a pensar con espíritu crítico, el docente le preguntó a María qué televisiones veía: La Sexta, Antena 3 y TV3, respondió ella. Doy fe de que es así. Al profesor no le cuajó el razonamiento y respondió que, bueno, que son opiniones...

La decadencia de Cataluña se inició, poco a poco, por la enseñanza. Hace ya demasiados años que desde ese ámbito se adoctrina a los jóvenes para que progresen educados en un nacionalismo hispanófobo y excluyente. La función de los medios de comunicación locales para consagrar una opinión pública determinada ha contribuido como fijador de ideas y valores [recuerdo que en mis años de redactor en un importante medio de comunicación barcelonés no nacionalista nuestra portada minimizaba los partidos de fútbol de la selección española pese a que registraba récords de audiencia televisiva]. Era cuestión sólo de tiempo que pasáramos a tener un sistema educativo degradado y alienante. Esa fase ya ha sido alcanzada.

Quienes no evalúen el contexto, analicen la historia reciente y se hagan multitud de preguntas no comprenderán la raíz del contencioso político y del fenómeno de fanatismo identitario y populista que nos invade. La situación de conflicto actual quizá se frene por la vía de los mecanismos coercitivos del Estado de derecho. Pronto, en unos años, pocos seguramente, la situación resultará ya irreversible y es muy probable que esas mismas herramientas resulten entonces insuficientes. No admitirlo es no ser capaz de situarse ante lo que sucede hoy en nuestro país y por qué hemos llegado al actual estado de cosas. María se merece, por su valentía, vivir en una sociedad menos degradada y en la que los librepensadores sean más que los gregarios.