Los vecinos lo intentan, y lo han conseguido en algunas ocasiones señalando que el derecho a la manifestación pertenece a todos. Con el lema de Meridiana sin cortes, han impedido en las últimas semanas que se interrumpiera la circulación en esta importante arteria barcelonesa. Pero los independentistas persisten, y este domingo hubo largas colas para acceder a la ciudad por la Meridiana. Los activistas secesionistas de Meridiana resisteix’ lo volvieron a lograr. Son unas decenas de personas, pero cuentan con el respeto de la Guardia Urbana que, con profesionalidad, permite ese despropósito en aras del derecho a la manifestación. Esos cortes son el icono de un país perdido, impotente para reaccionar ante la realidad. Son más de 400 veces desde la sentencia del procés, con la aquiescencia del Govern y de las entidades soberanistas, ANC y Òmnium Cultural y el apoyo de activistas irredentos, como Pilar Rahola, que se ha sumado en ocasiones para demostrar su rebeldía.
A pesar de que el independentismo ha pedido al mundo constitucional empatía y que se abandone un discurso de oposición constante, su movimiento no ha querido prescindir de esas protestas, que irritan a los conductores que pretenden acceder a la ciudad. Y que, en realidad, lo que muestra es lo absurdo de un proyecto político que ya no sabe qué hacer consigo mismo. Es el icono que constata la imposibilidad de formar gobierno, por parte de Junts per Catalunya y ERC, formando un bucle que tiene paralizado el país.
Es la impotencia de una clase política nacionalista que ha visto cómo Madrid iba ganando todas las batallas en los dos últimos decenios. Sin un proyecto ambicioso, posibilista, pero firme, con la exigencia de plantar cara en los foros correspondientes --léase Consejo de Política Fiscal y Financiera, por ejemplo--, el nacionalismo se ha ahogado a sí mismo. Lo intenta una parte --Esquerra Republicana de Catalunya--, pero no sabe cómo salir del pozo. Las protestas ante la sede del partido republicano, en la noche de este lunes, acusando a la dirección de ERC de “botiflera” por buscar una salida digna con la intención de formar gobierno en solitario ante los constantes regates de JxCat, ofrecen esa imagen de impotencia, de tristeza colectiva.
Es cierto que el mundo económico no ha ayudado, porque le cuesta mucho implicarse en las tareas colectivas. El empresariado catalán ha buscado salidas individuales, y no ha dejado de mirar a Madrid, para instalarse allí si fuera necesario, con la idea de que, aunque quisiera, es ya imposible darle la vuelta a lo que ha sucedido en casa. El presidente del Consejo de Cámaras de España, José Luis Bonet, insiste en que Cataluña no se despeñará, porque tiene todavía un entramado social y económico de envergadura. La propia inercia mantendrá a Cataluña a flote, pero a medio plazo le costará mucho retener talento y atraer capital suficiente para poner en marcha proyectos atractivos.
Quedaría la posibilidad de retomar prácticas pasadas, de buscar consensos y trabajar codo con codo con las instituciones del conjunto de España. Los tres próximos años aportarán grandes oportunidades a través de los fondos Next Generation, y se abre un periodo nuevo, en el que la propia Comisión Europea facilitará reformas en muchos ámbitos de la economía española, pero también en sus instituciones. Sería el momento de unir caminos. Pero para eso hace falta que alguien reaccione, que se arriesgue y acepte responsabilidades. Un pequeño gesto sería decirles a esas decenas de personas que dejen de hacer el ridículo y de molestar a ciudadanos como ellos, y que no corten más la Meridiana. Si quieren organizar una manifestación con cara y ojos, que la organicen, que protesten por los políticos independentistas presos, por lo que consideren, pero sin llegar a ese absurdo. ¿Es Pere Aragonès el hombre llamado a iniciar esa nueva etapa? Ha llegado el momento de que lo demuestre.