El PP, como principal partido de la oposición, una fuerza política que ha gobernado España y está al frente de diferentes comunidades autónomas y grandes ciudades, quiere volver a la Moncloa. Está claro su propósito y es, de hecho, por lo que batalla cada partido político. Pero la pregunta, y no solo atañe al PP, es: ¿para qué quiere volver a gobernar? Y ahí aparecen las dudas, porque en muchas ocasiones se ha visto al partido liberal-conservador en labores de pura oposición, sin ofrecer ninguna hoja de ruta alternativa, sin marcar un horizonte de esperanza para España a medio y largo plazo. Los tratados de ciencia política acostumbran a señalar que los partidos de centro-derecha se dedican a gestionar, que lo hacen mejor que la izquierda, tratada así, en general, y que no tienen una gran vocación de cambio.
Es, de hecho, una de las características de ese flanco derecho, al entender que los grandes relatos sobre hacia dónde debe caminar una sociedad suponen un enorme error. Se debe hacer lo justo, que la economía se ponga en marcha e intervenir lo menos posible. Que cada individuo y colectivo establezca sus propias prioridades. Lo ha verbalizado el presidente del PP, Pablo Casado, con esa idea de que él, como político, no debe decir qué debe comer cada uno, o cómo debe vestirse. Correcto. Pero es que hace falta algo más. Algún tipo de proyecto para encauzar grandes problemas en España, como el que ha presentado el independentismo catalán.
La respuesta del PP suele ser la misma siempre que está en la oposición. Carga con dureza contra el PSOE. Estaría justificado a partir de medidas concretas del Ejecutivo socialista, pero en muchas ocasiones se ha tratado de deslegitimar la propia formación del Gobierno, el hecho mismo de que hubiera alcanzado la Moncloa. Se pueden recordar algunos comentarios, como señala José María Maravall en su reciente libro La democracia y la izquierda (Galaxia Gutenberg). Francisco Álvarez-Cascos, secretario general del PP hasta 1999, señaló en 2005 que era “una anormalidad democrática” que en España pudiese gobernar el PSOE. Mariano Rajoy, adalid de la moderación, calificó de “perfecto imbécil”, “bobo solemne que había traicionado a los muertos” a Rodríguez Zapatero en el debate del Estado de la Nación en mayo de 2005. Y en 2007, el tono se elevaba con una frase de Rajoy que ha definido el tipo de oposición del PP al Gobierno del PSOE, en el sentido de que haga lo que haga, todo será una especie de traición a España. “Si usted no cumple (con ETA), le pondrán bombas, y si no hay bombas es porque ha cedido”.
Ahora son los indultos a los políticos independentistas presos. La concentración en la plaza de Colón en Madrid ha sido la respuesta, como lo fue en 2019 para rechazar la figura del llamado “relator”, cuando el Gobierno de Pedro Sánchez quiso aproximarse al gobierno catalán para explorar salidas al problema político que existe en Cataluña. Ya no se trata de si acompaña o no a Vox en esas manifestaciones. Lo que importa es saber qué pretende hacer el PP, qué planes tiene a medio plazo y qué puede aportar al conjunto, a todos los españoles, pero también a todos los catalanes. Pablo Casado dejó un muy buen sabor de boca hace unos meses cuando fue invitado en el Círculo de Economía. Ahora tendrá otra oportunidad en las jornadas del lobi empresarial que se celebran esta semana. Casado, sin embargo, defiende cosas diferentes en función de quién es su interlocutor. Está a tiempo de rectificar.
Una de las consideraciones que se dejan de lado es la exigencia al PP de un conjunto de valores que sean útiles y válidos para la democracia española. Pasan los años y al principal partido de la oposición --ahora, mañana será de gobierno, como lo ha sido durante muchos años-- se le debe pedir que deje de ir a la contra. Su proyecto se plantea como un ‘no’ a los socialistas y a su relación con esa España periférica que existe, que es una realidad y que no se puede borrar. Un ejemplo claro que los propios expertos en ciencia política, como se apuntaba antes, no entienden es por qué el PP nunca ha apostado con claridad por un modelo federal para España. Son los partidos liberales los que prefieren descentralizar, y es la izquierda la que, históricamente, ha sido la más jacobina. En España es al revés, aunque haya jacobinos en el PSOE, y liberales --pocos--consecuentes en el PP.
Otra característica que nunca ha abandonado el PP es su querencia por el poder judicial. Ocurrió en los años 80. Es importante recordarlo. La AP de Manuel Fraga llevaba sistemáticamente al Tribunal Constitucional todas las leyes que no le gustaban del Gobierno de Felipe González. Tras la victoria del PSOE, con 202 diputados, AP se refugiaba en el TC para parar leyes como la ley de plazos del aborto. González, harto de la paralización que suponían esos recursos, optó por eliminar el recurso previo de inconstitucionalidad que era preceptivo, en 1985. Y así, tras muchos años, se llegó al Estatut de 2006, sin que nadie reparara en que podía suceder --y así ocurrió-- que tras votar los catalanes en referéndum el Estatut, el Tribunal Constitucional actuara después eliminando importantes artículos del texto. Y eso, al margen de la posición de cada uno, se debe reparar. ¿No podría el PP estar a favor de esa circunstancia y buscar una salida al embrollo catalán? ¿Debe refugiarse una y otra vez en la ley sin pensar en que sus abusos para proteger la ley han sido contraproducentes?
La concentración de Colón es la nada. No aporta gran cosa. El PP es un partido esencial en España. Y se le pide que comience a pensar en su papel central en la democracia española. Lo ha señalado el diplomático José María Ridao, al recordar que el PP suele “hacer política con las instituciones” y no “desde las instituciones”. Son posiciones muy distintas. Y si Pablo Casado tiene un plan y pasa por no hacer nada respecto a Cataluña, que lo oficialice, que lo explique con detalle: no tocar nada, cumplimiento íntegro de las penas para los políticos independentistas presos, el Estatut lo tocó el Constitucional de forma legítima y ahí se queda, y el independentismo ya se cansará y se agotará al ver que no tiene nada que hacer frente a las instituciones del Estado. Es una opción. Y nadie está en condiciones ahora de señalar si podría o no tener éxito. Pero que lo diga, que el PP defienda, de verdad, qué quiere hacer. El Gobierno de Pedro Sánchez, esté equivocado o no, ha ofrecido su propio plan. Se espera alguna respuesta, más allá de Colón, a quien está llamado a llegar a la Moncloa, cuando le toque.