Los caminos del procés son inescrutables y esta semana conducen a Andalucía. Cataluña es, desde este domingo, más roja pero, sobre todo, mucho más amarilla, tras la rotunda victoria de ERC y su efecto Rufián en las elecciones del 28A.

El hijo y nieto de inmigrantes andaluces ha cumplido, por fin, con la misión encomendada: penetrar en una conurbación castellanohablante que siempre fue socialista, luego naranja, morada y ahora republicana. Lo ha hecho con un discurso menos histriónico y más moderado que induce a pensar que ERC podría convertirse en la nueva Convergència. Aquella que se volvió influyente en Madrid y logró que Aznar traspasara el mayor paquete de competencias hasta entonces visto.

Pero como bien comentaba una analista en este mismo medio, ni Oriol Junqueras es Jordi Pujol –aunque siempre se le ha tildado al primero de ser un republicano muy conservador—ni Gabriel Rufián es Josep Duran Lleida, ese animal político y cosmopolita que fascinó a la villa y corte de Madrid hasta el punto de convencer a muchos de que, con un ‘embajador’ catalán así, nada rupturista podía temerse. Erraron, como se vio después.

Sostenía Duran, casi lo hemos olvidado, que los votantes de CiU eran más cultos que los de la izquierda. Y que los andaluces se pasaban el día en la plaza del pueblo gracias al PER, mientras los catalanes no paraban de trabajar. Su antigua compañera de filas, Núria de Gispert, acaba de ser premiada por fomentar ese tipo de supremacismo –un término incorporado por la RAE a raíz del procés--, pero a lo bruto.

La exdirigente de UDC, reconvertida de la noche a la mañana al independentismo y al activismo hater, recibirá la Creu de Sant Jordi de la mano de Quim Torra, otro dechado de nacionalismo excluyente. Quien invitó a Inés Arrimadas a volverse a Cádiz e insinuó que los extremeños son vagos será galardonada con la más alta distinción de la Generalitat. Que haya sido reprobada por el Parlament que un día presidió o fuera despedida de la mutua de abogados donde trabajaba por fomentar el discurso del odio son detalles sin importancia para el gobierno de Torra. De Gispert es la alumna aventajada de Marta Ferrusola, esposa de Pujol, quien aseguró “sentir que le habían robado Cataluña” tras la investidura del nacido en Iznájar (Córdoba) José Montilla.

Los exabruptos de De Gispert y compañía han demostrado que ya no basta con “vivir y trabajar” en Cataluña para ser catalán. Ahora es necesario probar que estás integrado o asimilado pues, de lo contrario, tarde o temprano, vendrá algún ultranacionalista, sobre todo converso, a recordarte que no eres pata negra. El maestro de la inserción siempre fue Justo Molinero, que ha ganado licencias radiofónicas a cambio de hacer campaña a favor de dirigentes convergentes. Y en lo que respecta a renegar de las raíces, ahí está Quim Monzó, quien agradece a su madre haber huido de esa "puta mierda" que es Andalucía. "Pura ironía", dicen sus fans independentistas. Si no fuera porque, hace unos años, el escritor se carcajeó de la devaluación de la Creu de Sant Jordi --repartida a lo loco desde 1981-- también la tendría por sus méritos patrióticos.

El procés ha conducido asimismo a Enric Millo a Andalucía. El también sorayista Juan Manuel Moreno le ha colocado en la Junta de Andalucía como secretario general de Acción Exterior. Más allá de las ironías del cargo –un exnacionalista de UDC nacido en Terrassa de padres valencianos que forjó su carrera política en Girona representará ahora los intereses andaluces en el extranjero— me quedo con el factor humano, esto es, con el desgaste personal que para muchos como él ha supuesto dar la réplica a un independentismo cada vez más exacerbado. Algo de eso hay en el salto de Inés Arrimadas, Juan Carlos Girauta o José María Espejo-Saavedra a Madrid.

El ambiente irrespirable generado por el secesionismo favorece ese éxodo. Triste y lamentable. A la nueva portavoz del Govern, Meritxell Budó, por el contrario, parece complacerle, pues el martes justificó tanto las embestidas de Núria de Gispert como la concesión de la Creu de Sant Jordi por sus “servicios a la identidad catalana”. Está todo dicho.