Cuesta encontrar Barcelona en el estupendo libro de Ben Wilson Metrópolis, una historia de la ciudad, el mayor invento de la humanidad (Debate). También cuesta reconocerla cuando paseas por determinadas zonas de la ciudad y se te llevan los demonios cuando ves comercios históricos cerrados o, como explica hoy Sara Cid en Crónica Global, vandalizados.

En este sentido, dice la alcaldesa Ada Colau que, en contra de la percepción ciudadana, la delincuencia ha bajado. O al menos eso sostiene un informe filtrado a los medios de comunicación que ella considera menos hostiles, garantizándose buenos titulares. La líder de los comunes apunta muchas cosas, todas ellas esperanzadoras, aunque pocas de ellas demostrables. Para Colau, existe una emergencia verde que obliga a intervenir. Bienvenidas sean todas las políticas que incluyan menos asfalto y más pasillos verdes. Es digna de análisis la obsesión de algunos alcaldes metropolitanos en llenar sus calles de plazas duras y de parques infantiles donde los pequeños se queman el culo debido al material incandescente utilizado.

Decíamos que cuesta encontrar Barcelona en el libro de Wilson. Porque solo le dedica tres líneas respecto a otras metrópolis que, de entrada, se consideran menos habitables por populosas y contaminadas, pero que han impulsado proyectos verdes atractivos, ecológicos y, sobre todo, comprensibles. Esas tres líneas están dedicadas a reconocer el “esfuerzo” que está haciendo la Ciudad Condal por habilitar pasillos verdes, en referencia a las llamadas superilles. Un quiero y no puedo de ese urbanismo táctico a medio camino entre una zona peatonal de toda la vida y una ludoteca de colores chillones al aire libre.

Nada que ver con otras actuaciones como el derribo de la autopista Cheonggyecheon, en pleno centro de Seúl, que ha permitido revivir el arroyo que había sido enterrado y disponer de una arteria verde que, además, fomenta el uso del transporte público. Nada que ver con los 21.000 metros cuadrados de jardines que se han instalado en las azoteas de Ciudad de México desde 2008. O con la calle Gonçalo de Carvalho, de Porto Alegre (Brasil), convertida en uno de los 70 túneles verdes que recorren la ciudad. O con Singapur, donde la mitad de sus 716 kilómetros cuadrados están dedicados a bosques y reservas naturales.

El 47% de la metrópoli por antonomasia que es Londres corresponde a espacios verdes. Incluso la ciudad de Los Ángeles, conocida popularmente como autopía, por estar construida en torno al coche, lleva desde 2011 construyendo “parques de bolsillo” y pequeños jardines en trozos de acera.

La lista sigue –Nueva York ha plantado un millón de árboles extra entre 2007 y 2015— y resulta incomprensible que ciudades mucho más ingobernables, peligrosas e individualistas que Barcelona hayan impulsado esos planes para que la naturaleza le gane terreno al asfalto y a tiendas de lujo que despersonalizan y/o uniformizan las urbes. Vista una, vista todas. ¿Qué esencia le queda a la capital catalana?

Colgar el cartel de ‘refugio climático’ en los parques que hay en Barcelona, cuyo deterioro no invita a su disfrute, suena a tomadura de pelo. Parques donde las leyes de protección de los animales como seres sintientes se estrellan con la prohibición de acceso a los perros –un total de 82 recintos barceloneses están vetados a los canes— o que son presentados como vergeles cuando en realidad es imposible encontrar una sombra.

Si Colau quiere acabar con el tráfico urbano podría seguir el ejemplo de otras ciudades y rematar sus proyectos. Si quiere peatonalizar avenidas, que lo haga. Los conductores ya nos buscaremos la vida. Pero las superilles no dejan de ser un parche a la falta de pulmones verdes en el centro de la ciudad. A la falta de proyectos comunitarios como existen en La Habana, donde el 90% de la fruta y la verdura se cultiva en huertos organopónicos --granjas urbanas orgánicas creadas en 1991 y que ocupan el 12% del área metropolitana--.

A la falta de una verdadera apuesta por las renovables como está ocurriendo en San Francisco, Fráncfort, Vancouver o San Diego, en proceso de tener el cien por ciento de electricidad procedente de la energía verde. Poco o nada se sabe de la empresa pública energética creada por Colau, más allá de que finalizó 2021 en números rojos.