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Imagen de un abono de Renfe Rodalies en Cataluña

Imagen de un abono de Renfe Rodalies en Cataluña Crónica Global

Zona Franca

Viajar en tren dejará de ser una gincana

"El anuncio del abono único estatal —60 euros al mes para adultos y 30 para menores de 26— no es ninguna revolución histórica, pero sí una corrección largamente esperada"

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Ya era hora de que alguien se diera cuenta de que moverse por España en transporte público se había convertido en una especie de juego de obstáculos.

La misma infraestructura, los mismos vagones, los mismos asientos incómodos y, muchas veces, los mismos retrasos. Aquí se comparte absolutamente todo —hasta las incidencias—, excepto lo más básico: la forma de pagar y acceder al servicio.

Porque sí, hablamos de trenes de Cercanías de Renfe. La misma empresa pública, la misma red ferroviaria estatal, los mismos trayectos de corta y media distancia. Pero, según en qué comunidad autónoma pongas el pie, las reglas cambian. Cambia el abono, cambia la tarjeta, cambia el precio y cambia la lógica.

En Cataluña, al menos, los abonos eran de un color distinto al resto del Estado: naranjas. Y eso, dentro del caos, ayudaba un poco. Las identificabas rápido, sabías cuáles eran “las de casa”.

El problema venía cuando viajabas fuera. Cuando ibas a Madrid o a la Comunidad Valenciana, por ejemplo, para visitas familiares, escapadas puntuales o trayectos claramente no habituales. Ahí entraba en juego otra tarjeta más, otro cartón distinto, otro soporte que usas dos o tres veces y que acaba, inevitablemente, perdido en algún bolso, en una cartera secundaria o en el fondo de un cajón… hasta la próxima vez que toca imprimir otro.

Todo esto, además de poco sostenible, era profundamente incoherente. ¿Cómo puede ser que el mismo servicio público tenga precios distintos según la comunidad autónoma? ¿Por qué viajar en Cercanías cuesta más en un territorio que en otro si hablamos de la misma red estatal? ¿Por qué el usuario tiene que asumir esa fragmentación como si fuera lo normal?

Por eso, el anuncio del abono único estatal —60 euros al mes para adultos y 30 euros para menores de 26— no es ninguna revolución histórica, pero sí una corrección largamente esperada.

Es una medida que no inventa nada nuevo, simplemente ordena lo que ya existía de forma caótica. Facilita la vida a quien se mueve, trabaja o cuida entre territorios. Y recuerda algo básico: el transporte público está para servir, no para complicar.

¿Es una medida perfecta? Seguramente no. ¿Llega tarde? Seguramente sí. Pero al menos introduce una lógica común en un servicio que ya pagamos con nuestros impuestos y que, cuando volvemos a pagar en forma de abono, debería ser sencillo, homogéneo y comprensible.

Ahora solo queda una cosa importante: que esto se haga de verdad por la lógica del servicio público y no por rascar cuatro votos tontos. Que no sea solo una medida pensada en clave electoral, sino una decisión estructural, pensada para quedarse. Que no responda a la urgencia de unas próximas elecciones, sino a una evidencia que llevaba años encima de la mesa.

Porque más allá de colores, cartones y tarifas, lo esencial es esto: ya era hora. Y ya tocaba hacerlo bien.