Barcelona es una de las ciudades más visitadas del mundo. Más de 15 millones de personas se acercan a la metrópolis cada año por razones mayormente ociosas. Dejan mucho dinero, aunque alteran la vida de la gente local.

Los precios se disparan. No hay viviendas para alquilar. Agobia pasear por ciertas arterias de la bella Barcino. Pero, en paralelo, los visitantes son un imán para los delincuentes. El llamado y querido turismo de calidad está en alerta. Es una derivada de la inseguridad.

Barcelona, y Cataluña en su conjunto, es verdad, se está actualizando en esta materia. Mucho se ha degradado el territorio en los últimos años, por más que los dirigentes de turno dijesen que eran informaciones interesadas, que no estábamos tan mal.

Los datos están ahí. Y la reciente vuelta a la mano dura de las autoridades empieza a dar sus frutos. Caen los robos, el delito más denunciado, el más repetido, aunque es un trabajo lento. La multirreincidencia comienza a estar en la diana. Mucho están tardando.

Pero como hay que ver siempre el vaso medio lleno, hay que quedarse con la estadística del descenso cercano al 10% de los hurtos en Barcelona ciudad en un año –no así las peleas y las armas blancas, pero eso es otro asunto–.

Más agentes, más presión para que los ladrones se larguen, mucho hartazgo ciudadano y más concienciación política son los ingredientes de la receta perfecta para recuperar una paz adecuada a los tiempos que corren. Con sentirse seguro basta.

Ahora bien, el deterioro de la ciudad ha hecho mucho daño. Los robos de relojes a familias multimillonarias en los mejores hoteles del paseo de Gràcia ha alejado a algunas sagas de la urbe que amaban. Eligen otros destinos. Y también lo hacen sus conocidos.

Costará, nadie dijo que fuera fácil, recuperar la confianza del turismo de lujo y todo lo que arrastra, tan necesario y, aunque no ha desaparecido, sí se ha resentido.

Es tarea de las autoridades mantener el rumbo que se ha tomado en materia de seguridad, sin desviarse, porque solo nos falta estar rodeados de visitantes exclusivamente low cost, que aportan más problemas que beneficios.