Carlos Torres ha vuelto a Cataluña, pero no como el estratega financiero que frenó en su día la ofensiva de Gas Natural sobre Endesa junto a Manuel Pizarro, sino como el ariete torpe de una operación mal calculada

La OPA hostil del BBVA contra el Sabadell ha dejado más expuesto al agresor que al agredido. Una ofensiva de manual que se torcía con cada declaración, cada gesto, cada nueva condición dictada desde el poder político y económico. Si esto era un tablero de ajedrez, Torres ha movido piezas a ciegas. Y en Cataluña, el miedo dejó de tener precio hace tiempo.

El plan parecía sólido en PowerPoint: ofrecer una prima a los accionistas del Sabadell; soportar el primer no de Oliu; lanzar un par de guiños institucionales y cerrar el juego con las sinergias clásicas —empleo, tecnología, red comercial— como coartada financiera. Pero el contexto cambió el guion. Pedro Sánchez activó su versión más proteccionista, Salvador Illa pensó en las urnas catalanas y en el poder bancario local, y las condiciones impuestas dejaron sin corazón económico a la operación. 

Sin sinergias, no hay sentido financiero (o el que queda es irrelevante) para proseguir. Lo que nació como una fusión eficaz se convirtió en un problema político de alto voltaje.

Torres buscaba otra salida. Aspiraba a repetir el modelo Banesto: absorción inicial por parte del Santander sin integración, control sin ruido. Estaba dispuesto a empatar con Oliu si el Gobierno bendecía el pacto. Pero todo saltó por los aires. 

Hoy, el presidente del BBVA se encuentra entre dos fuegos: avanzar con una operación cara, impopular y sin retorno, o presentar su dimisión a los mercados. Y asumir que su apuesta ha fracasado dos veces es demasiada carga para quien pretende liderar con firmeza.

Mientras tanto, el Sabadell ha jugado sus cartas con instinto. Conoce el terreno y domina los códigos de Cataluña. A la par que el BBVA exprimía la base de clientes y relegaba el arraigo, Oliu construía un relato emocional: el banco catalán acosado por el gigante vasco. Se vistió de víctima, y la imagen caló. En el Govern, en el PSC, en Foment del Treball… incluso en una parte del empresariado que mira a Madrid con desconfianza, pero que esta vez cerró filas con Sabadell.

Y ahí está la paradoja: Oliu, que de ingenuo no tiene nada, ha desplegado su perfil más quirúrgico. Supo cuándo callar, cuándo intervenir y con quién hablar. La CEOE le dio la espalda, pero Foment levantó un muro. No era solo política; era defensa del territorio. Y eso, en esta partida, pesó más que cualquier previsión en Excel.

Ahora el escenario es incómodo. El BBVA no puede retirarse sin dejar jirones de reputación. Y si sigue adelante, pagará un alto precio en imagen, margen y credibilidad. Torres ya ha perdido. Si insiste, parecerá arrogante. Si recula, parecerá derrotado. En ambos caminos, su liderazgo queda tocado.

La lección es clara: en operaciones de este calibre no basta con músculo financiero ni apoyo accionarial. Hay que leer el entorno, entender los tiempos, conocer el suelo que se pisa. Carlos Torres no leyó el guion. O peor, creyó que podía improvisarlo. Pero en Cataluña, como en los mercados, quien llega tarde y sin tacto acaba pagando. Esta vez, el precio lo marca el Sabadell.