Con semejantes ejemplares políticos, llama poderosamente la atención que aún haya gente que los apoye… si no es que esperan sacar tajada de esos abrazos.

Viene este comentario al respecto del último encuentro Turull-Sánchez en mitad del escándalo de presunta corrupción que revolotea al presidente y a todo su partido.

Este martes, con el PSOE y algunos de sus dirigentes y exdirigentes con el barro hasta las rodillas, Junts le ha preguntado a Sánchez “qué hay de lo mío”.

“Lo mío” son los “acuerdos de Bruselas”, esos que cerraron el mismo Turull, Puigdemont y el sospechoso Cerdán bajo una foto del 1-O en Waterloo. Amnistía y demás. Indecente es poco.

Pues eso. Con caras serias, largas, los dos dirigentes hicieron ayer el paripé de mostrarse ante las cámaras, no se sabe muy bien con qué intención.

Sánchez, tal vez para enseñar que aún cuenta con los apoyos de investidura. Turull, para insinuar que el futuro del Gobierno está en sus manos.

Conviene recordar que fue Sánchez quien indultó a Turull, uno de los condenados en la causa del procés, y estaría feo dejarlo tirado ahora.

Sobre todo, porque es en los momentos de debilidad cuando más cosas se le pueden exigir a Sánchez. Y él las da… o las promete.

En este contexto, asegura Turull que Sánchez se compromete a cumplir con lo acordado entre Puigdemont y Cerdán mientras busca nuevo interlocutor. Veremos.

Pero también resulta llamativo que, viendo cómo parece que se las gastaba Cerdán, no hubiera “algo más” que buenas palabras en la negociación con Puigdemont.

Por lo demás, palabrería. Dice Turull que su confianza en Sánchez estaba al “límite” desde diciembre. Han pasado seis meses. Nada cambia. ¿Por qué? El tiempo lo dirá.