Pedro Sánchez ha vuelto a lucirse con otro ejercicio de prestidigitación como los que suele prodigar sin desmayo. El lunes anunció por sorpresa en el Cercle d’Economia una asombrosa consulta popular sobre la OPA hostil que el BBVA tiene en marcha para apoderarse de Banco de Sabadell.

Con tal fin, el Ministerio de Economía ha habilitado en su web un formulario que incluye media docena de preguntas alambicadas y de difícil comprensión para el común de los mortales. Todos los ciudadanos, asociaciones y entidades que se sientan afectados por el asunto pueden manifestar su opinión hasta el próximo viernes 16 de mayo.

Según el capo del régimen, el insólito sondeo tiene por finalidad que el consejo de ministros pueda tomar “decisiones informadas” sobre la magna operación bursátil y sobre el sentir que de ésta tiene el pueblo soberano.

La consulta carece de carácter vinculante. Ello significa que Sánchez la utilizará torticeramente a beneficio de inventario y siempre que redunde en su propio y particular interés, como no podía por menos de ser.

¿Acaso piensa alguien que los aguerridos funcionarios del Ministerio van a digerir los millares de opiniones que se emitan? Se trata de una iniciativa ridícula, demagógica y carente de fundamento. Es propia de los jefes de repúblicas bananeras o de los trileros de las Ramblas de Barcelona. La capacidad de Pedro Sánchez para marear la perdiz y tomar el pelo a los españoles es casi infinita.

El BBVA lanzó la OPA de marras hace ahora justo un año. Los trámites quemaron etapas a paso de carga. La Comisión de la Competencia dio su visto bueno dos semanas atrás, con la unanimidad rigurosa de su órgano de gobierno. Votó a favor incluso el catalán Pere Soler, exdirector de los Mossos d’Esquadra, enchufado al organismo regulador de los mercados nacionales nada menos que por Carles Puigdemont.

A la vista de los resultados, queda claro que con acólitos de fidelidad tan voluble como la del tal Soler, el demencial partido del fugado se ha cubierto de gloria, una vez más.

La encuesta sanchista es un acontecimiento extravagante que ocasiona enorme inseguridad jurídica a los accionistas, clientes e inversores de los dos gigantes bancarios. Solo se entiende en virtud del afán del okupa de la Moncloa por ganar tiempo y tumbar la operación de asalto.

La oposición a que el Sabadell sea deglutido por el BBVA es total en Cataluña, salvo el señor Pere Soler, de Junts. Las fuerzas vivas de la comunidad al copo, desde las patronales hasta los sindicatos verticales, muestran su rechazo frontal. A nadie se le escapa que la desaparición de un relevante actor del sistema financiero como es la secular institución crediticia, ocasionará una merma draconiana de la competencia. Y los tres grandes del sector, Caixabank, Santander y BBVA, acapararán una porción mayor del negocio del dinero.

Al margen de las cuestiones referentes a los oligopolios, la gran damnificada por la integración BBVA-Sabadell es la plantilla del grupo vallesano, formada por 19.000 profesionales, el 55% de ellos mujeres.

Las dos redes de sucursales son en buena medida redundantes. En consecuencia, si la OPA llega a perfeccionarse, acto seguido el melifluo presidente del banco vasco Carlos Torres y su consejero delegado, el turco Onur Genç, empuñarán la motosierra sin contemplaciones, para depurar la red de oficinas y su correspondiente dotación de trabajadores. En este tipo de lances fusionistas, el fusionado siempre acaba pagando el pato. Los primeros cálculos cifran el volumen de despidos en 5.000.

Tampoco está de más recordar que el BBVA no se distingue precisamente por la excelencia de su servicio ni por un trato más o menos considerado a sus propios depositantes, sino por todo lo contrario. De ello pueden dar fe cuantos han de pasar por sus ventanillas, para el despacho de simples trámites burocráticos.

Las maniobras de Sánchez en torno de la OPA del BBVA no son sino un burdo trampantojo. El autócrata anda desquiciado y se asemeja a los ilusionistas que sacan sus conejos de la chistera, para pasmo de la feligresía.

Debido a su catadura personal y a la corrupción de sus familiares y colaboradores más próximos, su egocentrismo le hace capaz de decir una cosa y la contraria sin mover un músculo. Ello obliga a los accionistas y empleados del Banco Sabadell a tentarse la ropa y ponerse en alerta máxima. Tratar con Sánchez es como confiarle el rebaño a una jauría de lobos.