A pesar de que la CUP alardeó de enviarlo a la “papelera de la Historia” en un ya lejano enero de 2016, Artur Mas tiene la mala costumbre de enseñar la patita de vez en cuando para envenenar la convivencia entre catalanes tanto como sea capaz.

La última salida de tono de este tipejo se ha producido hace apenas unos días. Durante una entrevista en TV3 -cómo no-, el expresident arremetió de forma miserable contra Pasqual Maragall para tratar de limpiar la mancha de la corrupción que el exconvergente lleva grabada a fuego en su legado político.

La vileza del personaje le llevó a asegurar que la famosa acusación del 3% que Maragall lanzó contra él en febrero de 2005 en el Parlament se debió al Alzhéimer, enfermedad que, en realidad, el líder socialista desarrolló muchos años después.

Las declaraciones de Mas no se produjeron en el fragor de un mitin electoral, ni en una noche de copas con amigos pasados de vueltas, sino en un cómodo plató de la televisión autonómica con premeditación, alevosía y nocturnidad.

No se trató de ningún desliz, sino que Mas insistió en que Maragall estaba demente cuando dijo lo de que "ustedes tienen un problema, y este problema se llama 3%".

Pero lo más grave no es la falta de educación hacia el exlíder socialista. Nadie espera ya elegancia de un espécimen como Mas a pesar de haber estudiado en colegios privados, vestir trajes caros y ducharse casi todos los días.

Lo realmente relevante es que las acusaciones de Maragall eran ciertas. Tan ciertas como que Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), el partido que Artur Mas dirigió y presidió durante más de una década, fue condenado por el cobro sistemático de comisiones ilegales millonarias a cambio de adjudicaciones. De hecho, aún hay sumarios abiertos que salpican a exdirigentes de la extinta formación. Y fue la losa de la corrupción la que llevó al partido a su desaparición.

Que a estas alturas, Mas intente limpiar su deixa de forma tan cutre y arrogante (como parece que el nacionalismo también está intentando hacer con Pujol) supera el límite de tolerancia del ciudadano medio catalán.

Sobre todo cuando Artur Mas debería estar agradecido por la infinita generosidad que la mayoría de los catalanes muestran hacia su persona al permitirle pasear por la calle sin recibir los abucheos permanentes por ser el principal responsable del procés y haber salido impune del lío en el que nos metió a todos.