Andaba Junts per Catalunya jactándose de su jugada maestra con la política de inmigración y fronteras cuando, de golpe, sus descarados y ruidosos dirigentes hacen mutis por el foro.
No se trata de un silencio cualquiera, el pasado miércoles y jueves, tras conocerse que el grupo La Caixa devolvía su sede social a Barcelona, los políticos de la formación de Carles Puigdemont, incluido su líder, se adentraron en una especie de ejercicio o retiro espiritual tan insonoro como el silencio de los sepulcros.
Apenas 24 horas duró el éxito del cambalache que Junts le había sacado a Pedro Sánchez a cambio de su apoyo parlamentario, que la torre negra y pequeña del número 621 de la avenida Diagonal de Barcelona emitía un comunicado que llevaba tiempo incubándose.
Los chicos de Isidro Fainé daban a conocer que la Fundación Bancaria y el holding de empresas participadas Criteria regresaban su sede social al lugar del que salieron en octubre de 2017, en pleno procés independentista.
La noticia es normalizadora por cuanto devuelve a la casilla de inicio una situación que conmocionó Cataluña y su ámbito empresarial hace casi una década. Pero, sobre todo, por cuanto significa de nueva etapa en la comunidad autónoma.
Sin duda, los decisores últimos del regreso han sido Fainé y su fiel escudero Ángel Simón, pero hay una tercera persona que ha tenido un papel fundamental en acelerar la vuelta. Se trata del presidente de la Generalitat, Salvador Illa, que desde su llegada al cargo se ha empecinado en lograr que la estabilidad institucional y la seguridad jurídica fueran valores presentes durante su mandato.
La intermediación de Illa ha sido decisiva para convencer a los mandatarios de las torres negras de la Diagonal de que su retorno era necesario como elemento ejemplificador del mundo empresarial.
El Banco Sabadell había hecho el cambio para protegerse del BBVA. Había un antecedente importante. Fainé le ha comprado la petición al president y todos contentos por jugar en el campo de lo ordinario en vez de la costumbre última catalana de vivir entre momentos históricos y extraordinarios.
Todos bien menos Puigdemont, claro. Sánchez e Illa se apuntarán la jugada normalizadora y el discurso desestabilizador del prófugo en espera de amnistía vuelve a necesitar muletas para sostenerse.
Lo de la inmigración está amortizado (en el Madrid conspirador de la M30 se considera una vulgar cesión de soberanía lo que no resultará más que un antídoto de Junts contra el discurso de Aliança Catalana) y el éxito en materia empresarial se lo apuntan los socialistas que han logrado que su política de diálogo y sosiego cale entre el electorado catalán, primero, y en las empresas, históricas aliadas del nacionalismo moderado, después.
La jugada en ajedrez se llama enroque. El virrey Illa y la torre negra de Fainé se han juntado en el tablero en un mismo movimiento de mutua protección. El alfil Puigdemont se ha quedado mudo y sin espacio que recorrer. El estratega que ha diseñado el movimiento no podía haber sido más oportuno. De momento, le ha propinado un doloroso jaque.