La Generalitat se pone seria con los resultados académicos en Cataluña. El bofetón recibido entre las pruebas PISA y otros informes ha provocado que el Govern mueva ficha y ponga el foco en el sistema educativo.
El último movimiento del departamento dirigido por Esther Niubó (PSC) pasa por “evaluar” la prohibición de los móviles en el conjunto de las etapas de la educación obligatoria, cuestión que puede parecer razonable. Y revisar el uso de las pantallas y analizar sus efectos en la educación.
En otras palabras, el plan consiste en pasar de una digitalización excesiva e innecesaria en las aulas a la edad de piedra. Pero acabar con las pantallas en la docencia, restringir en clase el uso particular de esta tecnología, y confeccionar una guía de buenas prácticas no parece la solución para lograr la excelencia, bien que puede ayudar si se acompaña de otras medidas.
Muchos jóvenes nacieron con un móvil debajo del brazo. O con una tableta. O una videoconsola. Van con la cabeza gacha, la postura que han adoptado de tanto mirar la pantalla. Están enganchados.
Quitarles las pantallas durante las horas de estudio puede que facilite su atención en clase para adquirir los conocimientos necesarios para aprobar. Retirar todo recurso tecnológico para transmitirles las materias es un paso atrás.
Como en todo, hay que encontrar el equilibrio, el término medio. Las pantallas son una realidad de nuestros días. Y hay que ponerles ciertas limitaciones. Pero no podemos prescindir de ellas. Hay que saber usarlas y, sobre todo, enseñar cómo hay que usarlas.
Es responsabilidad de todos, pero, sobre todo, de la familia y la escuela el hecho de mostrar los caminos para aprender, para encontrar un tema de interés, ya sea en papel o en digital.
Para ello, hay que echar mano de todas las herramientas disponibles, así como invertir en una buena educación que busque algo más que el resultadismo académico. Por el bien de todos.