Dos representantes públicos del más alto nivel han puesto el foco en los últimos días en el combate del porte y uso de navajas en el espacio público. Jaume Collboni, alcalde de Barcelona, y la nueva consejera de Interior, Núria Parlon, han citado el uso de cuchillos por parte de una minoría de personas como uno de los vectores que alienta cierta inseguridad en Cataluña.
No es el único, ni la única prioridad, claro. También lo es el combate sin cuartel de la violencia contra las mujeres en todas sus formas, por poner un ejemplo. Pero sí es uno de los ítems que debería estar en la agenda de resolución de problemas de los cargos electos.
Por ello, los mensajes enviados por el alcalde Collboni y la consellera Parlon son correctos, construyen el marco deseado y se producen en el momento más indicado.
Porque la sensación de los actores implicados de que las navajas están más presentes en el espacio público no es nueva: hace ya años que lo vienen denunciando los que tocan calle. Alertaron de que los cuchillos -y sus consecuencias devastadoras- estaban proliferando en la vía pública y que había que responder.
Ante ello, los Mossos lanzaron el pla Daga, que buscaba dar una respuesta policial a este fenómeno. Bienintencionado y con recursos, pero el plan de acción ha resultado insuficiente. Los incidentes con filos han aumentado e incluso se recuentan en un inquietante perfil de X en las redes sociales, Apunyalòmetre, para jolgorio de algunos partidos de extrema derecha.
Por ello, como en otros campos, se impone una acción más contundente, o innovadora, en este terreno. Algunos estudios, como este, sugieren que el porte y uso de navajas tiene causas complejas, y que sólo abordando estas raíces se pueden conseguir tasas de reducción del uso.
Entre estos factores de fondo pueden estar los problemas de salud mental y/o la posterior captura de las personas que los sufren por parte de las bandas y la pandilla, apuntan otros trabajos.
Por ello, toda mención del llamado knife crime o delincuencia con armas blancas -puertas de entrada a las armas de fuego- debe contar con la complicidad, cuando no participación activa, de los estamentos de salud pública para luchar contra ella. Es lo que dice la literatura publicada y lo que funciona para combatir la epidemia de navajas en algunos países.
Robustecer los servicios y programas de salud mental con presupuesto y personal en Cataluña, sobre todo para determinadas franjas de edad jóvenes, que pueden ser diana de las bandas, se revela capital para evitar las dramáticas -y costosas- consecuencias que puede tener una agresión con arma blanca.
Pongámonos a ello.